Cultura, contracultura y su objeto

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Cultura y lo simbólico deben entenderse, pues ambos hablan de la producción de signos y mensajes desde la comunicación, como sinónimos. Máxime si lo que está en juego en la definición de lo simbólico es la propia naturaleza de la post-vanguardia y los valores de la autenticidad y la innovación. De igual forma sucede si lo que está en juego es un entendimiento de la crisis de las vanguardias a principios de Siglo. La post-vanguardia, sin embargo, tendrá que esperar a que el proyecto de pensar los lineamientos de lo que cuenta como cultura, su inteligibilidad y la posibilidad de la diferencia, puedan articularse. Por lo pronto, desde esa misma óptica, se hace necesario decir que lo que está en juego ante la crisis de las vanguardias y la posibilidad de una post-vanguardia es el tipo de objeto que consideramos como arte.   

La crisis de las vanguardias está cifrada en la irrupción de la moda, la sociedad de masas y el posmodernismo dentro de la textura del objeto que conocemos como arte. Se dice que el proyecto de las vanguardias y la contracultura no ofrecían realmente nada en el orden de la diferencia a la cultura de masas. Y, continuaban sus críticos, que su proyecto ha venido a servir como una lógica comercial como tantas otras. Es decir, que las vanguardias se han convertido, aunque siempre lo fueron, en parte de los íconos de la economía y la sociedad de masas a las que decían oponerse. Es en ese marco de acción que se hace posible articular un proyecto post-vanguardista. No obstante, como he dicho, se torna necesaria la definición del objeto que llamamos arte antes de entendernos directamente con la naturaleza de ésta.

En Puerto Rico, el asunto de la contracultura y de las vanguardias no está lejos de la condición que le aqueja a éstas en el escenario latinoamericano o el europeo. Ese espacio está tan colonizado por la publicidad, la moda y la decoración como lo está allá. Los ejemplos de Calle 13, Draco y el movimiento urbano ponen de manifiesto que bajo el nombre de la contracultura y la transgresión se crean y ocupan espacios en ámbitos del mercado que están lejos de ser una alternativa a la cultura dominante. Mi contención es menos hacer señalamientos sobre la calidad de trabajos que pueden todavía considerarse contraculturales y más el auscultar su funcionamiento como objetos artísticos.

En términos generales, el trabajo de Draco, el de Calle 13 y el del movimiento urbano lo que han logrado es la comercialización del margen. Aunque, eso resultase conmovedor desde el punto de vista de la cultura o el de la política, hoy día debemos esperar más de una contracultura e, incluso, de artistas que reclaman para sí la diferencia dentro de un marco cultural como el nuestro.

Draco ha logrado una fanaticada que sigue el margen de la poesía. Calle 13, como el movimiento urbano, ha logrado popularizar el margen del barrio y el residencial. Ninguna de las dos lógicas, aunque sí presentan diferencias para con otros artistas, constituyen rupturas ni alternativas a la cultura dominante. Es decir, en la medida en que existe una cultura, Draco, Calle 13 y el movimiento urbano cómodamente existen dentro y son parte de la cultura dominante. No habría más que indagar las idealizaciones del cuerpo femenino en Draco y el rol de la mujer en el movimiento urbano para descubrir concepciones tradicionales en ambos. No habría más que indagar cómo la música de los tres está hecha para el consumo de un mercado masificado. En tanto que objeto cultural es de repetición de lo que hablan Draco, Calle 13 y el movimiento urbano. Muy a la distancia queda el derrotero de reinventar la cultura o de presentar una ruptura para con ésta. Muchísimo menos, el ofrecer una resistencia a la cultura globalizante y occidental que caracteriza el principio de siglo.

La alternativa y la diferencia que invoco no puede darse a costas de la difusión cultural de los artistas que he utilizado como ejemplo, ni puede darse en el margen o por el margen mismo. Por el contrario, la post-vanguardia debe estar motivada por la reorientación de la cultura mediante el desplazamiento del centro y del margen.

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En el cine, por ejemplo, el asunto de la post-vanguardia es el de replantear la representación mediante la reestructuración de la forma fílmica. Es decir, ¿cómo puede el cine transformarse y descubrir la naturaleza lingüística de su significante para rehacerse como objeto dentro de la cultura? Mediante esta preocupación estamos ante el surgimiento de una nueva escritura fílmica y un nuevo ámbito de la experimentación. 

Mi planteamiento, valga aclarar, no es del todo nuevo. Si es novedoso el atar la posibilidad de una ética del artista al “descubrimiento” de un nuevo objeto y, entre ambos, cifrar la posibilidad de una post-vanguardia que replantee los proyectos de la vanguardia. Proyectos que tienen que indagar cuál es la forma del arte en momentos en que la diferencia ha sido colonizada por la moda y la publicidad. En este respecto, el cómo se dice el cine, por ejemplo, o la literatura es tan o más importante de lo que éstos dicen.    

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Soy conciente de que el reto que se cierne sobre los artistas hoy día se ha complicado con las lógicas del posmodernismo. Sin embargo, lo que está en juego es menos el margen y la diferencia por sí misma que un objeto cultural distinto al que puede leerse desde el margen. En otras palabras, si nuestro interés es la transformación y la des-alienación de la cultura, lo que realmente importa, desde esa óptica, es un objeto que amplíe el ámbito de la cultura en vez de que meramente lo reproduzca. El objeto al que hago alusión es el objeto cultural que surge, como mencioné con respecto al cine, cuando descubrimos que la naturaleza de la cultura, incluso su existencia como naturaleza, adolece de referente porque éste es tan lingüístico como los recursos que le hacen posible e inteligible.

Es imposible resolver todos los asuntos de la post-vanguardia aquí. Sin embargo, la urgencia y las limitaciones que confrontan a la clase artística debe ser suficiente para debatir ampliamente qué es arte y cuál es su relación con la ética. La propia identidad de un artista en la posmodernidad está en juego. El proyecto artístico de hoy debe comenzar a reflexionar sobre la condición de la estética en la posmodernidad y cuál es la forma de esa reflexión en tanto que objeto de arte. Si bien el símbolo ha gobernado por mucho tiempo estas esferas, es mediante los planteamientos del signo y la semiótica que articularemos las voces de la post-vanguardia a principios del Siglo XXI. 

Debe quedar claro de entrada que los planteamientos desde la semiótica nos posicionan más allá de la repetición, el comercio y la utopía. Nuestra era, incluso en el arte, será una desde la heterotopia, lógica que no está en guerra con la armonía, el detalle y el advenimiento del futuro. Si es de rupturas de lo que se trata, es a la forma, al cómo de lo que se dice, que se cifra el asunto de la contracultura y su objeto. Es a esa diferencia que le debemos la posibilidad de la post-vanguardia como una distancia a proyectos que han sucumbido a las lógicas culturales de principios de siglo.

Lista de imágenes:

1. Piero Manzoni, "Merda d'artista", 1961.
2. Robi Draco Rosa.
2. Calle 13.
3. Man with a Movie Camera, 1929. Dziga Vertov, director.
4. "The Intellectual" [graffiti en Ekaterinburg]. 

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