Hace algunas semanas, el prestigioso diario El País tuvo que retirar la foto falsa del presidente de Venezuela donde se veía a un hombre en una cama entubado en lo que parece ser la camilla de un quirófano, imagen que aducía ofrecer como exclusiva, y además debió parar la circulación del diario impreso que ya contenía esa grotesca foto. Periodistas de todo el mundo sintieron vergüenza ajena por semejante mamarracho informativo. El papelón histórico del diario El País quedó en la memoria colectiva para siempre, pero lo más triste es que ese mismo error, -queda la duda si fue voluntario o involuntario-, deja en el inconsciente colectivo la imagen de un Chávez enfermo e indefenso, sin posibilidad por el momento de contestar semejante iniquidad.
Este tipo de desfachatez no sólo desvirtúa al periodismo, sino que demuestra la frágil línea que separa lo que nos cuenta la prensa de lo que en realidad es. Y es que, de un tiempo a esta parte, el periodismo se volvió un oficio resbaladizo, un sendero por el que todos transitan pero en el que pocos respetan las huellas de quienes la recorrieron antes, un camino que tiene tantos espejismos como las notas que sus intérpretes producen. Cuentan que Diógenes de Sínope recorría las calles de Atenas diciendo: “¡Busco a un hombre!”, tal vez llegue el momento en que recorramos las oficinas de prensa y exclamemos: “¡Busco a un periodista!”.
Los que escribimos literatura tenemos alguna referencia de lo que nos distancia del periodismo: en literatura, toda ficción vale, y cuánta más ficción y metáfora hay textos que sobresalen más por su estética. El periodismo en cambio, nació para informar, para contar la verdad, para mostrarnos la crudeza de los hechos, para ofrecernos, sin subjetividades ni ambivalencias, el acontecimiento crudo, desprovisto de personalismo, pero qué lejos se halla a veces la verdad desnuda de una publicación digital e impresa. La guerra mediática y corporativa no sólo falsea hechos y discursos, sino que además obligan a veces a sus entrevistados a tomar parte en esta batalla, que no es otra cosa que la de su propia supervivencia y capitalización.
El método actual es casi siempre el mismo: toman un texto, un fragmento de un discurso. No siempre se pone a disposición del lector la entrevista completa, simplemente, la costumbre es reproducir un fragmento de la entrevista, tomar un fragmento de ese fragmento, y ese nuevo fragmento a su vez convertirlo en título. Cuando en el contexto de la conversación y del discurso se estaba muy lejos de expresar lo que dice el encabezado; como hablar de "agresión verbal", cuando claramente no ha habido tal cosa, y sí, probablemente, sólo una instancia de grosería. Sucedió con el actor Ricardo Darín, pero tomemos el ejemplo más reciente en la Argentina: el de Enrique Pinti.
Los que lo conocemos hace años a Pinti, sabemos que es totalmente natural escuchar palabras soeces de su parte –que por otra parte, y en el contexto cómico, ni siquiera suenan como malas palabras- y nada nos sorprendería que dijera, por ejemplo “Cristina está loca si piensa que yo no voy a cambiar mis dólares”, o bien: “Perdí todo con el corralito. Y ahora esta loca me viene a decir que pesifique”, algunas de estas frases pudo haberlas pronunciado junto a otras cien. No importa, el título del periódico será –y fue- “Enrique Pinti trató de loca a la Presidenta”.
Por otra parte, los editores saben perfectamente que la mayoría de los lectores sólo leen los títulos. De esta forma, el lector ingenuo, leyendo todos los títulos de un diario, crea en su mente una versión trastocada de la realidad, que rescata lo espurio de cada discurso. “Hay una guerra de medios y nosotros caemos en el medio, dando la opinión, y nos ponen de un lado o del otro con un título” aclara a Radio Mitre un Enrique Pinti preocupado, después de enterarse de lo que le hicieron. Pero el caso de Chávez es paradigmático, pues ahora que sabemos que no podemos creer ni siquiera en El País, ¿a qué medio le creeremos?
Hasta hace un tiempo, la generación anterior compraba Corín Tellado o Nippur de Lagash para leer historias imaginarias e inventadas. Ahora, en cambio, si queremos sentir la sensación del límite difuso que separa la realidad de la ficción probemos un día, mientras tomamos un mate o un café, leer los titulares de todo un mes o de todo un año de la sección política de Clarín o El Nuevo Día, por ejemplo, sólo los titulares, y descubriremos una historia que quizá raye la ficción, pero que muchos la venden y la compran como real.
Lista de imágenes:
1. Portada con foto falsa del periódico El País, 2013.
2. Caricatura de El Roto, 9 de enero de 2010.
3. Caricatura por Jaime Garzón.
4. Caricatura por Jaime Garzón.