Suelo entrar y salir de diferentes mundos a través del día. Por las mañanas soy el nene chiquito de la casa, el que de vez en cuando mi mai tongonea. Ya para el mediodía soy el estudiante que intenta echar pa’lante. Por las noches navego las calles de uno de los barrios cangrejeros, como si el canto fuera mío, como si tuviera dominio. Mochila, libro y libreta en el baúl, a horas de la noche soy un maleante.
Eso del maleanteo lo aprendí de chamaquito. De nene me crie en otro barrio, de esos que ahora tienen letreros lindos del gobierno que dicen: "Bienvenidos al barrio tal...”. Como si ahora que el municipio nos tiene identifica'os, el barrio se hubiese puesto más lindo… menos malo. Esos letreros se parecen a las alfombras de esas que uno pone al frente de la puerta de entrada de su casa, pa’ que la gente piense que sí están Welcomecuando la verdá es que nadie tiene libre acceso, ni debe entrar. Aunque no lo parezca, para entrar al barrio donde nací hay que pedir permiso. Hay control de acceso, aunque seamos muy pobres pa' pagar un guardia de palito, pa' poner un portón con valla y brazo mecánico o un intercom pa' avisar quién va entrar. No todo el mundo entra, ni todo el mundo sale. Digo, de que salen, salen. Los bienvenidos entran y salen como si na'. Los otros, los no bienvenidos, salen con las piernas pa’l frente.
Yo era el hermano del más que mandaba allí. Él dominaba más que el Representante electo de nuestro distrito. Además tenía el control de los asuntos del consumidor en aquel barrio. Y créanme que venían muchos consumidores. Vi cómo mi hermano a su corta edad se convirtió en un soldado y luego en capitán. Era un militar, pero sin chaleco, sin seguro de vida y sin la posibilidad de ser condecorado. Si perdía la vida, nadie recibiría ni banderas, ni beneficios. También vi cómo después de años de guerra entre bandos en el mismo barrio, y de muchos muertos, se logró paz. Esa paz duró mucho menos que esos acuerdos que firman los israelíes con los palestinos, que, luego de darse la mano pa' las cámaras, cuando se dan la espalda por ahí mismo se espetan el cuchillo. Allí, en mi barrio, también se llegó a un acuerdo entre reinados clandestinos.
Uno de esos reinados era comandado por mi hermano mayor. Llegó a ser un guerrero cuando éramos nenes y nos quedamos sin na', en la calle. Se vio con la necesidad de tener que contribuir al hogar de manera rápida y eficaz. Todo el mundo tenía que trabajar para ayudar a mi mai, quien era madre soltera de tres. Él empezó desde abajo, desde la raíz, hasta ser como la punta de un árbol muy alto y fuerte. Se convirtió en un roble. Mi madre siempre le decía con sentimiento: “mi Roble”.
Desde chamaquito vi que tenía cosas caras, tenía ropa y carros buenos. Así mismo vi cómo le compró neveras y cómo les daba dinero a las señoras mayores que no tenían na' pa’ comer. Fueron tantas las compras que hizo que se parecía a la tarjeta del PAN. También vi cómo compró uniformes de escuela sin tener hijos, dándole incentivo a un barrio, luciendo como un Robin Hood moderno, como un verdadero líder que se preocupaba por su gente. Muchos lo querían y lo respetaban. Tenía múltiples amistades. Aunque estuviese ocupado, siempre estaba pendiente de mí y me regañaba cuando me encontraba en esquinas donde no me convenía estar parado. Valoraba la educación porque, a pesar de todo, logró terminar un título como estilista y fue estilista destacado en su escuela.
En las calles, mi hermano era una fiera, pero cuando volvía a mi casa se convertía en un nene chiquito. Tan pronto entraba por la puerta jugábamos. Yo le cocinaba en las mañanas y le vendía la comida que le hacía como si yo fuese el chef de un restaurante: a peso el sándwich y a dos el revoltillo (que me compraba aunque decía que me quedaba malo). En mi casa era un nene como yo, hasta veíamos muñequitos juntos. Así como jugaba conmigo, me ponía en mi lugar cuando hacía las cosas mal. Una vez me regaló una motora, y como mismo me la regaló me la quitó porque le dieron quejas a mi mai de mí en la escuela. Le puso un candado a la motora y no me la dejó usar hasta que no subiera las notas.
El día menos pensado nuestro Roble cayó. Los de nuestra calle y nuestra familia lo sufrieron. Pasaron cosas que nunca en mi vida había visto. Mi pai se apareció de la nada y por primera vez lo vi llorar (un señor tan fuerte de carácter). Eso fue algo que me marcó porque él solo preguntaba, enfurecido con sus ojos llenos de lágrimas: “¡¿Quién lo hizo?!”. Mi mai quedó destrozá. Yo me aguanté hasta el entierro. Cuando vi esa caja bajar, mis piernas no me pudieron aguantar; caí al piso de rodillas, en llanto. Sentía que el pecho me iba a explotar.
Pasaron los años y aunque yo recordaba lo que mi Roble me había dicho sobre la importancia de la escuela, en realidad yo casi ni iba. Tal vez no iba por la tristeza tan profunda que sentía o porque no quería que nadie me preguntara sobre lo ocurrido. Nos tuvimos que mudar del área y ya no nos dejábamos sentir como antes, como la familia de aquel gran líder, del intocable. A mí también me buscaban los que le habían quitado la vida a mi hermano. Tomaron represalia en mi contra, tanto así que una vez fueron a buscarme a la escuela como si yo también fuera uno de los grandes. Algunos compañeros de clase me defendían diciéndoles que yo era solo un niño.
Pasaban los días, pero el dolor era incurable; llegué a compararlo con el SIDA porque es una enfermedad que no se cura y que cuando quiere salir a molestar hace mucho daño. Dejé aquel barrio por completo. Conocí a personas nuevas, hice nuevos amigos, tuve nuevas mujeres y navegué por nuevos lugares, sin olvidar quién era, ni de dónde venía. Me di a conocer como el niño que era, pero con la capacidad de un adulto. Todos se sorprendían de cómo me movía. Aprendí tantas cosas con mi hermano, que no había persona que me engañara. Me conseguí un nuevo socio, alguien que supo darme la mano, más bien, me dio el brazo completo cuando me dijo: “vente conmigo que nadie te tocará… yo te voy ayudar”. Así comenzó un nuevo capítulo de mi vida.
* La segunda entrega de "Tres mundos" saldrá publicada el próximo lunes, 17 de noviembre del 2014.
Lista de imágenes:
1-2) Christopher Gregory, de la serie Caserío, "Manuel A. Pérez", 2014.
3) Grafiti taller He adoptado un árbol.
4-5) Christopher Gregory, de la serie Caserío, "Manuel A. Pérez", 2014.