Entre insultos y silencios: el mito del deporte apolítico

Después de haber caído noqueado en el duodécimo asalto, Ricardo Mayorga se acercó a Miguel Cotto y le pidió disculpas por todos los insultos que le lanzó durante la gira promocional de su combate. Según Mayorga, todo había sido estrategia para promover la pelea. Cualquiera que haya seguido la carrera de Ricardo Mayorga sabe que dijo la verdad; esto no era saña en contra de Cotto, sino simplemente su modus operandi. No obstante, habría que preguntarse si el único agraviado por todo ese asunto fue Miguel Cotto.

En la gira promocional del combate, Ricardo Mayorga se dedicó a cuestionar la hombría de Miguel Cotto. Lo acusó de “gallina”, “marica”, “maricón” y de tener las “manitas de mujer”. Le dijo, igualmente, que cuando se terminara la pelea todo el mundo se daría cuenta de que él, Mayorga, era el hombre y Cotto era la mujer. Y, además, lo “amenazó” con mandarlo para el “equipo de Ricky Martin,” aludiendo a la homosexualidad declarada del cantante. Interesantemente, Cotto, un boxeador reconocido mundialmente por mantener su compostura ante sus rivales, perdió su ecuanimidad y se enfrascó en una competencia de hombría con Mayorga: “Con estos pantalones chiquitos, con estas manitas, vencí a Shane Mosley. ¿Tú te acuerdas de Shane Mosley?”,  aludiendo al boxeador estadounidense que noqueó a Mayorga en el último asalto de su pelea. De la misma forma, en otro momento, Cotto le dijo: “Has abierto la boca toda tu vida y en las peleas que has tenido que sacar bravura, nunca lo has hecho".

Sería muy sencillo escribir sobre las palabras homofóbicas de Ricardo Mayorga y sobre el miedo de lo femenino de Miguel Cotto. Sin embargo, me parece que lo más importante del incidente va más allá de esas construcciones estereotipadas. Lo más siniestro de todo este evento es la naturalidad con la que se desenvolvió. Para entender esta naturalidad, creo pertinente dirigirme hacia el concepto del “espectáculo de la legitimación” esbozado por la socióloga canadiense Margaret McNeill. Según McNeill (2007), el espectáculo de la legitimación es una forma de entretenimiento que, con o sin intención, convierte ciertas actitudes y ciertos discursos en algo natural y en un conocimiento de “sentido común” (citada en Wilson, 2007; p.213). Es esta denominación de “sentido común” la que convierte este asunto en uno serio y peligroso, ya que se (re)produce continuamente sin que ni siquiera nos demos cuenta. En este caso, todo el mundo, desde promotores hasta la prensa y los/as fanáticos/as, estaban de acuerdo en que esto era, simplemente, una estrategia para llamar la atención y para vender más taquillas. La única voz de alerta en todo este marasmo fue la voz del activista Pedro Julio Serrano. Con la excepción de Serrano, a nadie más le pareció que el utilizar las figuras de las mujeres y los homosexuales como insultos en pleno siglo veintiuno era razón para alarmarse. Por el contrario, muchos de los escritores de boxeo cumplieron su función dentro del complejo mediático-deportivo y le dieron promoción extra, y gratis, a las expresiones de Ricardo Mayorga.

Pero, realmente, no sorprende el que nadie más haya dado la voz de alarma y haya habido un silencio consensual. Después de todo, hemos pasado décadas tratando de convencernos de que el deporte es un espacio apolítico y que las guerras culturales entre progresistas, conservadores, fundamentalistas y radicales no tienen nada que ver con el campo de juego. Dice Ed Grainey, columnista del periódico Las Vegas Review Journal: “Sports...should be viewed as an escape, a temporary pause from the serious and often life-changing issues that dominate our news...”  Es decir, ni el sexismo, ni la homofobia, ni ningún otro problema político “serio” tiene nada que ver con las competencias que nos deleitan a diario. Esos asuntos políticos no tienen espacio aquí. La política y el deporte no se mezclan.

El verdadero problema es, sin embargo, que no hay tal cosa como un deporte “puro” que se “ensucia” cuando se mezcla con política. El deporte es político. El deporte, al igual que cualquier otro producto cultural, no es natural; es un producto construido y reproducido por la sociedad misma utilizando valores y normas sociales. Como tal, es un producto que carga con esos valores, esas ideologías y esas visiones de mundo. Esas visiones tienden a servir, por lo general, los intereses del status quo; el mito del deporte apolítico mantiene, reproduce y legitima las nociones hegemónicas de género, raza, sexualidad, clase y nacionalidad, entre otras.

Como bien hemos visto en el ejemplo de Cotto y Mayorga, la ausencia de un análisis crítico en los medios de comunicación permitió que se reprodujera durante semanas un discurso homofóbico, sexista y pernicioso sin que nadie, salvo un activista de la comunidad LGBTT, hiciera nada para pararlo porque todos/as lo veían como natural. Así, Cotto no fue el único perjudicado ante el ataque incesante de Mayorga; sufrimos todos/as porque, al permitir que estos discursos circulen en los medios, lo que hacemos es legitimar estas concepciones y autorizarlas a convertirse en el sentido común de nuestras sociedades. La única forma en que podemos interferir con la reproducción de estas visiones nocivas es mediante el análisis crítico de los discursos, las imágenes y las representaciones problemáticas que se perpetúan en el deporte mediático. Desde este espacio espero comenzar una discusión productiva y crítica sobre todos estos asuntos cuya importancia se extiende más allá del cuadrilátero y del último campanazo. 

Referencia no enlazable:

Wilson, B. (2007). “Oppression is the Message: Media, Sport, Spectacle, and Gender” en Ed. Kevin Youngy Phillip White, Sport and Gender in Canada. Toronto: Oxford University Press.