No hace tanto, un cierto juez de Ponce fue desaforado debido al maltrato de su pareja y uso de drogas ilegales –en ese momento yo estaba en Puerto Rico, y tuve la oportunidad de cenar con una futura colega de la profesión legal mientras conversábamos del tema. Durante la conversación, una de las cosas que escuché de ella fue: “Eso no pasa en ese tipo de familia”. Se refería a la incredulidad de que un matrimonio tan a todas luces respetable, como un Juez y una abogada, tuvieran en su seno unos niveles de violencia tan espeluznantes. Nuestra sociedad asume que los jueces van a otorgar órdenes de protección para proteger víctimas de violencia doméstica, no que van a ser ellos los abusadores.
Este tipo de actitud es también muy vista cuando tomamos el tema de maltrato de menores –si un niño aparece muerto en una urbanización exclusiva, se convierte en un escándalo mediático, y las autoridades no van a sospechar de la familia (usualmente el perpetrador más común) hasta haberle permitido destruir la escena del crimen– al punto de que nunca se haya presentado cargos. De esta misma manera, cuando un comerciante extranjero adinerado es asesinado, metemos preso por asesinato al hombre de la Perla que estaba preparando sándwiches en una tienda en el momento del arresto, hasta que las autoridades federales emiten la orden de arresto contra la esposa de la víctima. Hay una reacción pública de horror, indignación, e inclusive de incredulidad, cuando el incidente ocurre en Santa María que nunca es vista cuando ocurre en Lloréns Torres. Después de todo, “eso no pasa en ese tipo de familia.”
¿De veras?
En el transcurso de las labores que he hecho con menores de edad y clínicas legales en Maine, me consta lo común de esta premisa social: cuando los expedientes son divididos por pueblos y ciudades, las áreas más adineradas de la región tienen expedientes prácticamente vacíos –y hay tribunales de menores y salas de familia en el Condado de Cumberland que han pasado años sin ver un solo reporte o caso de los pueblos más ricos del condado tales como Yarmouth, Falmouth y Cape Elizabeth.
Sin embargo, cuando uno busca las estadísticas mantenidas por el Departamento de Salud y Servicios Sociales del Estado de Maine, todos los informes estadísticos de incidentes e investigaciones evitan tocar estatus socio económico a tal punto que brillan por su ausencia. En el caso de violencia doméstica sencillamente no hay cifras disponibles en lo más mínimo. Esto a la vez que veo relaciones abusivas ocurriendo dentro del seno de las escuelas de derecho y bufetes de abogados de la región.
El Estado de Massachusetts tiende a tener mejores estadísticas en cuanto al tema de maltrato de menores. Casi el 50% de las madres de víctimas de maltrato de menores en Massachusetts tenían menos de 20 años en el momento del nacimiento de su primer hijo en el 2010. De igual manera, cuando vamos tomando las medidas de pobreza y comparándolas con las cantidades de maltrato de menores, se ve una correlación inmediata.
Los diez municipios con la mayor cantidad de casos de maltrato, tenían colectivamente una quinta parte de la población bajo el nivel de pobreza y una cantidad similar recibiendo asistencia económica del estado, cifras que bajaban a casi una cuarta parte de lo previamente mencionado, cuando tomamos los diez municipios que tienen la menor cantidad de casos de maltrato reportados. Esto llega al extremo que el informe de 2010 del gobierno de Massachusetts dice que estos factores deben de ser vistos “como indicadores de riesgo potencial.”
Sin embargo, cuando uno raspa la superficie del informe, yendo a las tablas añejadas, los resultados son mucho más interesantes: El 91% de los casos reportados de maltrato de menores en el estado de Massachusetts son casos de abandono –no son casos de violencia física ni de abuso sexual. El abandono tiene un alto factor de pobreza, pues es definido como la falta de cuidado y provisión al menor. Una persona de bajos ingresos no puede pagar niñeras que le cuiden al niño cuando sale a trabajar, y en otras ocasiones va a carecer de los recursos para poder alimentar o velar por el niño –esto no necesariamente implica una propensidad a la violencia.
Cuando aislamos los casos de abandono físico, la cifra de casos por municipio en el estado es literalmente anivelada por completo, especialmente cuando uno toma en consideración la población de cada municipio. El número de casos s en el año 2010 en la vasta mayoría de municipios se vuelve casi idéntico, yendo desde los suburbios ricos de Taunton hasta las áreas más problematizadas como Springfield.y Worcester. Evito usar Boston debido a las complejidades sociales de la ciudad y su tamaño, la cual requeriría un análisis por sector de la ciudad, el cual no es proveído por este informe.
Cuando se aíslan los casos de abuso sexual, la cifra se vuelve más similar. En el abuso físico hay todavía que ajustar a población –Springfield tiene el doble de casos que Taunton, hasta que uno toma en mente la diferencia masiva entre poblaciones– en el caso del abuso sexual, la cifra es casi idéntica por municipio. Con pocas excepciones como Cambridge (que tiene muy pocos niños para empezar) y Framingham, la cifra nunca bajó de 20 (rara vez bajaba de 30), y con la notable excepción de Boston, la cifra nunca subió de 40 casos exceptuando a Lowell. Considerando las poblaciones promedios entre los municipios de los suburbios de Boston y las poblaciones promedios de ciertos centros urbanos como Springfield y Worcester, hay en proporción por población más casos reportados en las zonas suburbanas que contienen el grueso de la clase alta del área de Boston.
Algo que es esencial para tomar en consideración: Estos son meramente casos reportados y cuyas investigaciones concluyeron que existía este abuso. No hay manera de tomar en consideración la cantidad de casos que nunca son reportados debido al estigma social que esto conlleva, o inclusive consideraciones hechas por los que están en posición para llamar a las autoridades (la realidad triste del sistema judicial y de servicios sociales para menores implica que a menudo el maestro o médico va a pensarlo dos veces antes de someter al niño en cuestión a un proceso tan cuesta arriba, traumatizante y disfuncional –la realidad es que tiende a ser una decisión entre dos alternativas malas). Los informes gubernamentales tampoco tocan la proporcionalidad geográfica de cuántos casos prosperan y cuántos no prosperan, lo cual me impide indagar sobre el impacto que un hogar de influencia social y recursos para contratar abogados tenga sobre el éxito de la investigación.
Cuando procedí a tomar el caso de violencia doméstica, las estadísticas son mucho más oscuras –estamos entonces tomando casos que dependen de oficinas de fiscales a lo largo de las distintas jurisdicciones, y éstos son los casos que llegan a los tribunales– las estadísticas de hospitales y salas de emergencia también son difíciles de conseguir en parte por las leyes de privacidad médica, y en parte por el estigma que implica que muchas víctimas van a mentir sobre las causas de las heridas, lo cual implica que inclusive en los récords médicos el abuso a veces no será reflejado.
Sí digo lo siguiente: He conocido amigas, compañeras y conocidas en situaciones de parejas abusivas al punto de éstas no sentirse seguras en su propio hogar y ocultar las cicatrices de la violencia. Las he visto con autorizaciones de seguridad del gobierno federal en los mejores suburbios de Washington, DC, lo he visto en asociadas de los bufetes más prominentes de Boston, en estudiantes graduadas de Harvard, y en fiscales en Nueva York, en algunos casos sobrevivientes del abuso, en otros casos víctimas regulares de éste.
La violencia y el abuso no conocen clases sociales –ocurren en las urbanizaciones de acceso controlado y en los caseríos, en los colegios caros como en las escuelas públicas de parcelas pobres. Sin embargo, nos sorprende cuando lo vemos en un hogar privilegiado.
¿A qué se debe? ¿Es que sentimos que miramos en un espejo? ¿O es que se rompe el mito? Para cuando nuestro infame juez fue acusado públicamente y relevado de su cargo, ya muchísima gente había visto el abuso, con la cantidad de testigos ante el proceso de desaforamiento siendo testimonio de esto – requirió que los jefes de la víctima en el trabajo intervinieran. ¿Cuántos casos más hay en los que no había alguien dispuesto a asistir a la víctima y a llevar la voz de alarma?
La próxima vez que se sorprenda cuando algo ocurre en una de nuestras “buenas familias”, “pilares de la comunidad” o “buenos apellidos”, pregúntese porqué está tratando de asumir que no está pasando, pregúntese por qué estás asumiendo que eso no puede ocurrir ahí.
También, mírese en el espejo y pregúntese sí es porque no quiere identificarse por sus propias experiencias y vivencias –la negación es usada para poder procesar y sobrevivir las malas experiencias. Y sí la contestación es que sí, procure romper los patrones y sanar por el bien suyo y el de sus hijos.