Sentada en la barra del aeropuerto Logan en Boston con una cerveza en la mano, a punto de embarcar en un vuelo a Dallas, es a menudo el momento que más uno reflexiona sobre la vida. Ese rato en el cual no hay más nada que hacer fuera de esperar en el terminal a que llamen al abordaje, una por inevitabilidad, va a mirar hacia afuera a los aviones en la pista, y en ese centro masivo de tránsito mundial, pensar sobre dónde una se encuentra en la vida, de dónde viene, y hacia dónde va. En el proceso, terminé pensando sobre el tema du jour en Puerto Rico: el boicot a 'La Comay'.
Habrá algunos que dirán que el proceso del boicot es una censura, que es opresivo hacia nuestra tan familiar muñeca de trapo de las seis de la tarde. Y hay otros que dirán también, más interesantemente todavía, que esos comentarios y expresiones que han ayudado a revolcar este avispero, no hacen daño -que son inofensivas, o meramente chistes para reírse como alivio cómico.
Pues les hago una historia, digna de contarse y reflexionar en esos momentos de tránsito y vagaría por el mundo.
Nació una vez en Puerto Rico un niño -el doctor en el Hospital del Maestro esa mañana pronunciaría “es un machito”- y el Estado Libre Asociado lo habría de inscribir en sus registros como un varón. Sus padres -dos académicos que soñaban con grandes aspiraciones, serían felices con el nuevo retoño. Harían, pensaron, todo lo humanamente posible en educarlo de la mejor forma. Y el niño respondió bien -aprendía a leer, a escribir, y se convertía rápidamente en una persona brillante y sagaz. Todo era bueno.
Una sola cosa que saldría fuera de lo normal, o más bien, de lo esperado -algo que unos padres con altas expectativas, con sueños de un niño especial que cambiara al mundo, jamás esperarían.
Nadie sabe cómo pasó, mucho menos por qué pasó. Algunos dirán que es por razones hormonales en el embarazo. Otros dirán que es genética, y otros más cuestionan la sabiduría de intentar averiguar el por qué. Pero lo que se sabe e importa es que pasó. El niño era en realidad una niña -lo que en cuerpo era un niño, en psiquis y en alma, era una niña- secreto que mantendría como tabú para sí misma por años.
Con el pasar del tiempo, esa niña entraría en la fase más horrorosa. La de una pubertad que no es la deseada o anticipada -el momento en el cual tiene que enfrentar que su problema no desaparecerá por arte de magia- que sólo se irá si se toman medidas drásticas.
A medida que nuestra chica adolescente sigue progresando en otras cosas, la situación se le estanca más aún -cada vez que la pobre se mira en el espejo, siente asco y repulsión. Cada vez que tiene pensamientos sexuales, los trata de reprimir como algo bochornoso -pues son los deseos y el apetito carnal de una mujer. Evitará tener espejos en su cuarto para no tener que verse desnuda cuando se cambia.
Pero más aún, irá escuchando cosas -de sus amistades, conocidos, de sus familiares, a veces inclusive de sus padres, otros adultos, entre otros- cada chiste de “patos” y “patas”, de “maricones”, y otros tipos de “chistes” y comentarios que se habrán de hacer, y que uno encuentra a diario a lo largo de la sociedad puertorriqueña. Y ella habría de hacer lo que tantos hacen -sonreír... y rezar por dentro que nadie se enterara de las cosas que piensa y siente realmente.
Nuestra querida amiga de quince años va a poco a poco a hacer su análisis de la forma más sobria posible: si eso es lo que yo soy... ¿entonces soy algo que vale la pena vivir? ¿Acaso el precio a pagar es una vida entera de mentiras y temores de ser descubierta? ¿O es preferible, sencillamente acabar ahora, ir a ese abismo del cual no hay retorno?
Ése sería el fondo, el momento en el que ella tocaría el fondo.
Después, la vida mejoraría -por clichoso que se haya vuelto, los del Trevor Project tenían razón: It gets better. Esa chica se encontraría contra la pared y finalmente tomando la acción drástica, encontrándose -a través de subterfugios y mentiras a la familia- tomando una primera dosis de hormonas de estrógeno en la primavera de sus 16 años, iniciaría un proceso largo y doloroso.
Eventualmente llegaría a la Universidad de Puerto Rico, donde como oruga transformada en mariposa, comenzaría a usar su nuevo nombre e identidad -esa verja y esos portones del Recinto que tanto queremos, se convertiría por cuatro años en su refugio-, mientras estudiaba, de todos los temas posibles, la psicología y la ciencia política. En el proceso, sería cautivada por lo que una ex Senadora y profesora le describirían como la “lucha por un futuro más humano”, y se envolvería en campañas y luchas, desde la campaña de Obama del 2008, hasta la Directiva del Consejo General de Estudiantes durante el conflicto estudiantil de 2010-2011 y proezas académicas tales como ser electa Truman Scholar.
Ya una mujer adulta, eventualmente se marcharía a los Estados Unidos para estudiar derecho y concluir su proceso, para hoy encontrarse un buen día sentada en el terminal del Aeropuerto Logan en Boston, reflexionando sobre su vida mientras mira los aviones, a la vez que ve las noticias de un boicot a La Comay.
Soy yo, y soy orgullosamente trans, y por la razón que hago esta historia, es porque recuerdo las palabras que escuché al Congresista Barney Frank decir hacia el 2008 en la Convención Nacional Democráta: nunca olvides cuando tenías 15 años, nunca olvides lo que se sentía y el miedo y terror que tenías.
Precisamente porque recuerdo eso, es la razón que narro mi historia: porque sé el daño que hacen los “chismes” de La Comay, y porque ese daño es suficiente para hacerlo la responsabilidad de todos el recordar y ayudar a evitar que aquellos que ahora tienen 15 años sufran la misma agonía y dolor. Porque sé que cada chico o chica que acaba quitándose la vida pensando que es un monstruo que no merece vivir, es sangre en las manos de todos aquellos y aquellas que hacían el comentario o el chiste, y es sangre en las manos de aquellos que son cómplices silenciosos de no decir nada.
En el caso de aquellos que usan su fama e influencia para dejar ese tipo de efecto masivamente en la cultura de nuestro país... ahí la sangre es mucha.
Lista de imágenes:
1. Charlie White, Teen and Transgender Comparative Study No. 1:The series is a correlation of two stages of transformation, pairing teen girls (12-14) with like adult male-to-female transsexuals, 2008.
2. Charlie White, Teen and Transgender Comparative Study No. 2:The series is a correlation of two stages of transformation, pairing teen girls (12-14) with like adult male-to-female transsexuals, 2008.
3. Charlie White, Teen and Transgender Comparative Study No. 3:The series is a correlation of two stages of transformation, pairing teen girls (12-14) with like adult male-to-female transsexuals, 2008.
4. Charlie White, Teen and Transgender Comparative Study No. 4:The series is a correlation of two stages of transformation, pairing teen girls (12-14) with like adult male-to-female transsexuals, 2008.
5. Charlie White, Teen and Transgender Comparative Study No. 5:The series is a correlation of two stages of transformation, pairing teen girls (12-14) with like adult male-to-female transsexuals, 2008.