El 2015 es el año en que todas las universidades de Puerto Rico estrenarán Facultades o Departamentos de Estudios Africanos. Ese me gustaría que fuera el título de este ensayo, pero lamentablemente no lo es. No puede serlo. Ni siquiera podemos aspirar a que sean algunas entidades educativas, o mínimamente una sola de ellas, las que se dispongan a emprender semejante gesta.
Estudios Africanos, Estudios Afrolatinos, Estudios Afroantillanos, Estudios Afrocaribeños, Estudios Afropuertorriqueños, Estudios Afroboricuas o Estudios Afro…llámele cualquiera de estas alternativas, lo medular es que no tenemos ni lo uno, ni lo otro. Haga el ejercicio, investigue en cualquier universidad de la isla, pública o privada, y se dará cuenta de que no existe tal cosa. Googléelo. No aparecerá.
Es un dolor que llevo arrastrando desde que tuve conciencia de esta impericia. La primera vez que noté esta falta fue durante el año 2011, cuando el mundo entero celebrara el Año Internacional de los Afrodescendientes y nosotros en Puerto Rico, como, decimos en el campo, “no dijimos ni ji”. No festejamos nada. Institucionalmente hablando, volvimos a hacernos invisibles, como en tantas instancias denuncia nuestro querido Eduardo Lalo, escritor ganador del XVIII Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en el 2013. Culturalmente hablando, enviamos un mensaje contundente al resto del planeta: ¡Aquí no hay nada que celebrar! Las razones para no tener Estudios Africanos en Puerto Rico son exponenciales y complicadas. Desde la obviedad del racismo practicado impunemente en los medios de comunicación masivos y agasajado desde la base y cimientos de la cultura popular, hasta la negación de nuestras raíces africanas en todas las ramas del andamiaje social. “Aquí no ha pasado nada porque no somos racistas, quien lo asevere es un acomplejado”, parece decir la mayoría.
Participé del 1er Foro Internacional de Afrodescendencia y Descolonización de la Memoria, capítulo Caracas, Venezuela, en agosto de 2012. Fui la invitada de honor representando a Puerto Rico a partir de la publicación de mi libro Las negras, que muy curiosamente se festejó en Caracas antes que en mi isla. Conviví una semana entera con académicos, intelectuales y estudiosos de nuestras raíces ancestrales y de las culturas diaspóricas originarias. Entre ellos puedo citar a Regla Diago, José Miguel Aponte, Gema Sulbaran, George Dread, Gabriel López, Nelly Ramos, Sibusio Thomas Mkundlane, Diana Hamra, Héctor Madera, Beatriz Aiffil, Mbuji Kabunda, Ngou-mve Nicolás, Evelyne Laurent Perrault, la luchadora social colombiana Piedad Córdoba y el Presidente del Centro Nacional de Historia, Luis Pellicer.
También conocí a la profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela y periodista Bolivia Guevara Infante, en una visita que hice a Radio Nacional de Venezuela; a la Lcda. Chea Rodríguez, mujer trans, abogada, periodista y profesora de la UBV; y al cineasta y documentalista Oscar Itriago, director y productor del documental Kimbangano Tambor y Libertad, de Guarico, Venezuela, fundador y gestor del Colectivo Encuentro Afroguariqueño.
Conocí además a Belén Orsini, quien dirige el Centro de Saberes Africanos del Vice Ministerio para Asuntos del África de Venezuela. Finalmente, compartí extraordinarias charlas con el Babalawo Rafael Robaina, Director del Instituto Cubano de Antropología (ICAN), que participó con la ponencia: “Religiosidad de antecedente africano en América: descolonizando saberes y tradiciones. Experiencias cubanas”, quien nos quiso y nos cuidó hermosamente a mí y a Zulma Oliveras, mi compañera de vida. Entre todos estos expositores descubrí que ya, incluso, se tocan temas adelantados, como aquel de las “afro-reparaciones”. Como bien dicta el término, implica reparar la memoria colectiva ancestral desde diferentes frentes que involucran la educación, los niveles salubristas, jurídicos y constituyentes del gobierno. El problema básico de “afro-reparar” es que se debe tener conciencia de identidad; hay que aceptar y saberse inmerso dentro de una sociedad mixta, mestiza, de raíces africanas heredadas por medio de la colonización y su mecanismo de mayor desarraigo opresor: la esclavitud.
Conocí al activista afrocolombiano Carlos Rúa, conferenciante, investigador y escritor nacido en Tumaco, que reside actualmente en Nariño, Colombia. Él me enseñó la palabra “tonga” que según me explicara, para ellos era el equivalente de lo que yo conocía como “quilombo” o “manigua”. Estas fueron comunidades de negros que se negaban a su situación de ser esclavos, y se fugaban de los puertos de desembarque de navíos, de los ingenios, de las haciendas, de las minas, de las casas donde hacían servidumbre doméstica, de las cárceles y aun de las mismas galeras de trabajo forzado para relocalizarse en comunidad y desde allí contraatacar. Es decir, ellos eran cimarrones y cimarronas, esclavos revoltosos, esclavas revolucionarias y sediciosas que no se quedaron de brazos cruzados, como casi siempre nos lo pintan en los libros de historia. Entonces, palabras como “tonga”, “palenque”, “quilombo” y “manigua” son prácticamente lo mismo: un territorio desde donde organizar la revuelta.
Así, pues, son estos lugares: los palenques de cimarrones —como los tradicionalmente asentados en Santurce, Loíza o Río Grande (por mencionar algunos en mi país)— los que han debido llevar la delantera en esta exigencia que no solamente pone en perspectiva la vejación de la que fueron objetos nuestros ancestros, sino también la fuerza energizante que involucra darles visibilidad a sus hazañas. Si así es como se hace en otros países como Colombia, República Dominicana y Cuba, vale entonces la reflexión de “¿por qué lo mismo no sucede en esta bendita tierra borincana?”.
Como ejemplo de peso mayor quisiera añadir que los textos de literatura —ficción y no-ficción— que tocan el tema afrodescendiente en la actualidad, por los pocos escritores del patio que los abordan (Yolanda Arroyo Pizarro, Benito Massó, Glorian Sacha Antonetty, José Curet, Mayra Santos Febres, Ana Irma Rivera Lassen, Jesús Santiago Rosado, José Muratti, Jaime Marzán, Daniel Martes Pedraza, Marie Ramos Rosado, Daniel Nina, Yvonne Denis, Roberto Ramos Perea y María Reinat entre otros) son considerados escasos y exóticos (Rara avis).Incluso, han recibido la detracción abierta de otros escritores puertorriqueños (blancos y negros) que abiertamente han declarado que escribir de negros y negras en Puerto Rico no hace literatura (Arroyo, 2013).
Para mí ya se ha hecho muy claro que hay que hablar de las ancestras y antepasadas desde el único lugar ideológico y correcto: desde la Resistencia. Entonces resistamos, miremos al resto de los países caribeños y latinoamericanos que desde hace mucho ya nos llevan la delantera. Es más, recomiendo mirar al colono ejemplar por excelencia, a nuestro patrón del norte, que de hecho en ese aspecto dan cátedra con sus múltiples diseños curriculares en universidades o institutos sobre lo que ellos llaman African Studies. Hagamos nosotros lo propio, también desde la Resistencia. Seamos palenqueros y cimarrones en el sentido amplio y posmoderno. Instituyamos, organicemos, inauguremos... mostremos al mundo que reverenciamos la cultura, no dejando ni un día más fuera de ella esa aportación ancestral vital. Levanto mi mano para ofrecer mis saberes y fundar, junto a otros que así se sientan convocados, ese primer instituto, seminario, facultad o departamento.
Afropuertorriqueños, presidentes de universidades, decanos, catedráticos y líderes académicos, ¿quiénes se apuntan?
Lista de imágenes:
1) Centro de Estudis Africanos, Universidad de Oxford.
2) Shirley Campbell Barr, Comisión Nacional de Seguimiento Mujeres por democracia, equidad y ciudadanía.
3) Cartel del foro organizado por Ministerio venezolano para la Cultura, Archivo General de la Nación y el Centro Nacional de Historia.
4) Pieza del pintor mozambiqueño Malangatana.
5) Yolanda Arroyo Pizarro y participantes del foro.
6) Pieza de Aljira, Centro para Arte Arficano Contemporáneo.