Los mejores intereses del menor

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En el transcurso de los pasados seis meses en Puerto Rico, se ha debatido mucho de diversos conceptos en relación con los derechos LGBTQI, tales como “adopción” y “perspectiva de género”. Tal ha sido el calor del debate, que de una parte y otra se ha invertido mucho tiempo, energía y dinero. Un ejemplo de esto es la guerra mediática, que puede ejemplificarse con los billboards masivos a lo largo de las avenidas principales de San Juan con propaganda contra la adopción LGBTQI, que muestran el rostro de una niña llorando con un texto que reza “necesito papá y mamá”.

Efectivamente, yo había predicho a mis colegas y compañeros del activismo que ésta iba a ser una lucha amarga, pues cuando mencionan a niños, la gente empieza a dar los golpes a la mesa. Y sigo pensando en la niña gigante llorosa en el lado del Expreso Las Américas. ¿En qué niña estamos pensando?

¿Será en la joven cuyas dos madres han tenido que rogarle, sin éxito, al Tribunal Supremo de Puerto Rico el derecho a poder ser no sólo vistas sino protegidas por la ley como la familia que son, a pesar de haberla traído al mundo, criado, provisto amor y cariño a lo largo de su vida y crianza? ¿No?

¿Será en las dos niñas que tuve la oportunidad de conocer en Nueva Inglaterra, cuyas madres gastaron sobre cinco mil dólares para poder adoptar a sus hijas, y que cargan cuando viajan a otros estados pilas de papeles probando su derecho de maternidad? ¿No?

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¿Será en el joven de catorce años en la escuela que es regularmente atormentado, hostigado y atacado por sus “compañeros” quiénes le escupen insultos soeces constantemente por ser percibido como distinto, y en el proceso le empujan al suicidio? ¿No?

¿Será en los más de 400,000 niños y jóvenes a lo largo de todo Estados Unidos bajo la custodia del estado que necesitan familias que los adopten, los amen y los críen? ¿No?

El grueso de los argumentos que se han hecho desde los pasillos de nuestro Tribunal Supremo a los pasillos capitolinos y los púlpitos de las iglesias alega “los mejores intereses del menor”. Hoy hago este mismo argumento que hice ante el Senado a favor del proyecto de adopción: Por los mejores intereses del menor, hace falta la perspectiva de género en nuestras escuelas, y por los mejores intereses del menor hace falta la igualdad en nuestras leyes de adopción.

Actualmente soy asesora de la Junta de Directores de la Trans Youth Equality Foundation – organización basada en el Noreste de los Estados Unidos, que se dedica a buscar y ofrecer recursos, organizar grupos, y ayudar a niños transgénero y sus padres. He tenido en el transcurso de esta labor la oportunidad y el honor de conocer muchas de las personas más luchadoras que he conocido en mi vida. He conocido a una joven cuyos padres se han tenido que mudar de ciudad y cambiar de carreras, gastar incontables cantidades de dinero y energías emocionales en demandas que han llegado a tribunales apelativos, para que su hija pueda ser aceptada como la mujer que es, y pueda ir a una escuela en la que sea tratada con dignidad.

He visto como niños –incluyendo niños pequeños de edad pre escolar– han tomado la determinación, carente en muchos adultos, de luchar más allá de sus fuerzas para que sus padres puedan entender su identidad. También he tenido la oportunidad de verlos tener éxito, entre ellos a unos que hoy en día están en algunas de las mejores universidades del mundo o tomando las riendas de una nueva generación de activismo LGBT nacional.

También, desafortunadamente, he visto las tragedias – he visto (y en algunos casos, he vivido) las heridas auto impuestas de navajas, he visto las sobredosis de medicamentos, los saltos de puentes y los suicidios, o he visto jóvenes LGBTQI que han quedado sin hogar (estos son el 41% de los menores de edad sin hogar en los EE.UU).

Ya he asistido a velorios de jóvenes que han muerto por su propia mano, y uno de ellos tan solo tenía catorce años. Por cada una de las historias bonitas de éxito, hay tantas de infiernos en vida: De adolescencias atormentadas en las escuelas, de discrimen y hostigamiento; los que logran entrar a una adultez próspera, caen en el discrimen por el estado. Y a lo que aspiro al final del día es a que el mundo sea uno en el cual lxs niñxs o adolescentes que se miren al espejo un día, apreciando quiénes son realmente y cuál es su identidad, lo puedan hacer libres de miedo.

Aspiro a un mundo donde todxs lxs jóvenes puedan vivir sin miedo – por los mejores intereses del menor.

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