Verbatim, sus palabras retumbaban entre las paredes, sin condición. Caminaba hacia la barra esperando a que el miedo se espantase en caso de volver a encontrarme su rostro entre la multitud usurpadora en las colinas del Sur. Contando mis penas a ración de copas cristalinas, mantuve la compostura cuando apareció por la entrada arraigado de aquella palma. Me había dejado de concernir quién le fuese a prometer mejor amorío que el que compartió conmigo, pero aquella noche no parecía tener un desenlace conmovedor. El camarero de la barra ya conocía mis vinos de preferencia y yo me había percatado dónde alojaba su navaja favorita. Los cortes que rasgaba me tentaban la curiosidad de la posible sensación del desgarre de piel y espíritu ambos. Tras la tercera copa, el espejo del tocador asomó un vistazo al desgaste de mis párpados por tanto estrujarlos, pero noté aún más el espacio estrecho entre mis pulmones y mi garganta. Vi cómo persistía en disminuir, provocando un flujo libre para lágrimas nombradas y abreviadas. La salinidad rozaba las esquinas de mis labios, arruinando mi lápiz labial en el proceso. La bruma mental se hizo presente frente a mis ojos y la navaja previamente identificada parecía ser una buena adquisición.
Sus intercambios eran encantadores. Las parejas con chispas genuinas inevitablemente resaltan dentro de toda una muchedumbre. Ineludiblemente, imaginaba cómo sus paladares se deleitaban uno del otro en la ausencia de seres espectadores. La pereza no existía en su suplencia de caricias y ternura. Les daban diez nuevos significados a la palabra ósculo. Ambos porfiaban la discreción y desgarraban las verdades de sus labios en cuanto les placía. Y yo, manejando la logística de cómo conseguir la navaja. Con certeza, era una noche penosa y no esperaba llegar a la sobriedad. La poca prudencia que irradiaba iba desapareciendo mientras recorría el camino hacia el lado derecho de la barra. La navaja relucía la tenue luz de las bombillas rojas y mi mano dejó de temblar a los segundos de decidir sostenerla para mi nueva aventura sigilosa. Apasionada, el llanto dejó de ser visible y lo volví a escuchar: “Déjame vivir de mí, que ya de ti no sé subsistir. Sabes que estás alojada bajo mi piel y que no habría forma de eliminar un tatuaje tan profundo”. Antes de recuperar la conciencia entera, mi mano guardaba el filo de la tan codiciada navaja con intenciones de que otros sabores corporales se vertieran en aquel salón de lucro.
Horas después, recuento los pasos para defenderme ante los policías de la comandancia. Vestida de rojo sobre rojo, temí haber perdido la cordura. El delirio me arropó, la vehemencia se apoderó. No tuve más remedio que aceptar mi crimen tan lleno de frenesí. Hoy, mis letras te suplican compañía y ayuda jurídica para perdonar mi deseoso acto con base llena de agonía. Espero tu respuesta a esta ceremonia literaria hecha carne, sufriendo más allá del pellejo sin vergüenza de aquellas noches largas en la peripecia de un amor enloquecido.
Lista de imágenes:
1-2. Javier Pérez, tomas de Carroña, 2013.