Cultura del desecho y el ideal de “cero basura”

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Me preguntaba cómo Laura Singer en Nueva York ha logrado, durante dos años, reducir su basura al contenido de un pequeño frasco. Imaginaba cuán pequeño era el frasco. Laura debió cambiar su estilo de vida totalmente para minimizar sus desperdicios al minúsculo contenido de un frasco. Y con ello, el no uso de artículos de plástico y gomaespuma, no más alimentos procesados, no ropa nueva, no tecnología. Por cuánto tiempo será posible generar más que un solo frasco. Todavía sigue siendo un frasco. Tengo que admitir que el ideal de “cero basura” es para mí una pesadilla estadística. Supongo que Laura no registra en este frasco los desechos que generan las compañías que producen la materia prima que ella utiliza para vivir. Si basura es aquello que una persona planea tirar al vertedero porque lo considera obsoleto, inservible o perecedero, y que no se destinará a la reutilización, pues aquello que permanece almacenado en una casa, ¿cómo se llama? ¿Será basura en algún momento en el futuro? Quiero idealizar este apartamento en Nueva York y el tipo de tecnología donde escribe su blog.

El problema de la basura en nuestra cultura es uno de los más pesados y pasados por alto. Nadie quiere escuchar en dónde se pone la basura; las estrategias sugeridas se dirigen a un mundo irreal con ciudadanos que aún no conozco. No es solo la basura que producimos en nuestras casas, también hay que contabilizar la que está asociada cuando consumimos en un restaurante o cuando vamos a las fiestas de pueblo o actividades abiertas. ¿Será propio pensar que esa no es nuestra basura, y que la misma le pertenece al restaurante o a la compañía que produce los productos? No creo en descontar esas otras tantas libras de material de producción y relleno que se producen para los enseres, muebles, computadoras, cámaras, libros y todo lo que usamos, los cuales forman parte de los desechos de una gran estructura (industria y comercio) que no tiene apellidos. Pues todo esto se manufactura para la comodidad y “felicidad” del ser humano, que es quien los consume.

Tenemos adicción a lo nuevo, a los especiales, a estar comunicados en todo momento, a estar al día, a divertirnos, y ese es un “derecho social”. Lo que no es y nunca debemos decir es que sea una “necesidad”. Trabajamos y trabajamos, y nos lo merecemos; tenemos el derecho a tener todo lo que necesitamos. Nuestras adquisiciones se basan en necesidades falsas que nos crea la publicidad. Aliviar “temporeramente” la angustia de una depresión, producir una sensación de logro, y trabajar nuestros miedos y complejos de poder, belleza, éxito, alegría e incluso el amor. Decimos “temporeramente” porque la cámara fotográfica y el celular que compramos era lo máximo hasta que salió lo más nuevo en el mercado y ya no me sirve, pues lo nuevo crea la sensación de felicidad incompleta. Entonces viene la aversión a lo viejo, reparado o reciclado. Depositamos nuestra seguridad y felicidad en la adquisición de productos. Se es “alguien”, si nos respaldan los bienes materiales. Incluso aplicamos soluciones materiales a problemas sentimentales; la soledad generalizada puede satisfacerse actualmente con la tecnología.

Los centros comerciales sustituyen una gran parte de la necesidad de recrearse en los bosques, los parques, las playas y los ríos. Los datos del Concilio Internacional de Centros Comerciales indican que el gasto anual de la población adolescente de Estados Unidos se estima que ha llegado a 155 mil millones dólares. Un joven que es víctima de la presión de grupo puede verse influido a consumir tal cantidad. La mejor evidencia del consumo desbocado en este país está en el volumen de personas que llenó el Mall of San Juan en su inauguración y en que una prestigiosa tienda generó 1.5 millones de dólares durante sus primeros cuatro días de apertura. Los centros comerciales no se vacían nunca porque constantemente compramos, almacenamos y luego botamos. Remodelamos nuestra casa y nuestro ajuar constantemente, y botamos aquello que pasó de moda o ya no nos gusta. La cultura del consumo y desecho aparenta ser un camino desbocado que no tiene vuelta atrás. Esta conducta es respaldada por los intereses económicos de grandes y pequeñas compañías. También es defendida por los dirigentes políticos. George Bush declaró en la conferencia en Río de Janeiro en 1990 lo siguiente: “el estilo de vida de los americanos no es negociable”. Los deseos del ser humano no pueden ser infinitos con una disponibilidad de recursos finitos.

 

 

Partimos de la premisa de que todas las civilizaciones consumen recursos y generan residuos de sus actividades. Sin embargo, la diferencia estriba en la cantidad que utilizan, y cómo el ambiente en que viven asimila ese volumen de residuos. Desde mi punto de vista, se necesitará de la aceptación de responsabilidad de los ciudadanos y sus comunidades y de las empresas e instituciones a todos los niveles, todos compartiendo equitativamente los esfuerzos. Un cambio radical es necesario e inevitable. Para lograr la disminución de basura, habría que comenzar estableciendo una relación entre lo que compramos y lo que desechamos. Relacionemos la proliferación de centros comerciales y el aumento innecesario en consumo de nuestra población.

La alternativa de separar el material reciclable no acaba de convencer a los ciudadanos. No es negociable el confort y el uso y costumbre. Las empresas, por su parte, no esbozan su responsabilidad comercial de que si generan basura deben cumplir con la Ley para crear un programa de reducción y reciclaje de los desperdicios sólidos en su compañía; pero tampoco esa ley se hace cumplir. No puedo pasar por alto el que aun los que profesan soluciones ambientales olvidan, a la menor provocación, que la basura que generan es también su responsabilidad. El público cautivo y “converso” de un importante congreso de reciclaje en Puerto Rico olvidó que había que colocar los envases de plástico y aluminio en los contenedores indicados. ¡Uhmm! Recientemente, en el Foro de cambio climático, les recordé a los organizadores que la Universidad Metropolitana tiene una política ambiental: tenemos contenedores por todas partes y acopiamos el material reciclable. No tenemos excusas y menos si ocurre en un foro de científicos y sociólogos del cambio climático. No hay duda de que algo no hacemos bien, y constantemente enviamos el mensaje incorrecto.

Desde mi punto de vista, debemos profesar la desmaterialización para alcanzar la reducción de desperdicios. La legislación y fiscalización debe dirigirse a modificar las prácticas de diseño, manufactura y empaque. Así mismo, la publicidad que insta al consumo desmedido y descontrolado deberá disminuir en agresividad, porque la misma atenta no solo contra la disponibilidad de recursos del planeta, sino porque mina los valores básicos del ser humano. En una investigación sobre consumismo de Jeremy Seabrook, autor y periodista especializado en temas sociales y ambientales, un entrevistado le contestó: “las personas no se sienten satisfechas porque no saben por qué no están satisfechas”.

Existe un sentimiento de carencia interna muy generalizada que no se satisface con nada y busca una falsa felicidad material. La felicidad la proveen elementos no materiales como una vida familiar sana, los verdaderos amigos y, entre otras cosas, conocernos plenamente para eliminar nuestras debilidades y fortalecerlas para que cada día necesitemos menos de lo material. Usar lo indispensable para vivir, sin comprometer los recursos de otras generaciones, nos haría sentir responsables con nosotros mismos. Me he preguntado si el ideal de “basura cero” no es más que un poema que no me permite recitarlo abiertamente aunque en verdad quisiera.

 


Lista de imágenes:

1) Del blog de Laura Singer, el frasco contiene su basura de 4 meses.
2) Chelsea Priebe, "Let's Trash Trash", 2012.
3) Print, "What's in your garbage?", 2012.