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Es la primera vez en cuatro años que regreso a Ponce. La última vez estuve porque actuaba en una obra. La obra se llamaba Lo que se ha perdido. Yo fui el único personaje que envejeció en el transcurso de dos horas. Los nervios me atrasaron hasta la quinta llamada. Ya había muerto cuatro veces para el segundo acto. Todos los del público parecían impacientes.

No suelo conservar fotos de ninguno de mis viajes. De este viaje, sin embargo, guardo dos cuadernos repletos. No existe un buen sinónimo para la palabra álbum. Tampoco existe un buen reemplazo para cinco horas por la ruta panorámica. No he sabido, aun todavía, si llamar a aquello viaje.

Tenía para entonces, creo, mis dieciocho años. También tenía en ese tiempo una motora amarilla. La cuarta vez que me caí de la motora estaba de camino a uno de los ensayos. Conservo todavía una motora de juguete, obsequiada por mi madre en mi cuarto cumpleaños. Y todavía sé que quedan, aun visibles, cicatrices en mi brazo. No he vuelto a ser actor desde esa obra. Tampoco he venido de regreso a Ponce. Las baterías del juguete no estaban incluídas.

Ya me había mudado de mi casa por primera vez a los diecisiete años. Había regresado por un tiempo breve a los dieciocho. Mi madre convirtió mi cuarto en un área de gimnasio. La pertenencia de las cosas en mi casa se sublevó por el fondo de un armario. Y la memoria se ha vuelto, para mí, al menos, un ejercicio extraño. En la gaveta de la izquierda, mi madre guarda desde entonces la motora. Y, junto al juguete, un retrato del mirador de Villalba.

Recuerdo de pequeño los juguetes que vendían con comida. Recuerdo por primera vez los labios en mi boca de Ana. Ana me besó por primera vez mientras estábamos en Ponce. Antes de la primera función en el teatro La perla, Ana lloraba. No he vuelto a ver a Ana desde ese día. Tampoco hemos logrado, como entonces, tener dieciocho años de nuevo.  En Ponce es más frecuente encontrar juguetes en las aceras. Ya no venden juguetes para los niños junto con la comida. En Ponce las calles se llaman Claveles. Acá el sol parece de otra manera.

Me ha bastado, en esta tarde, con almorzar una chuleta. La madre de mi amigo cocinó pensando para ambos. A la madre de mi amigo no le gusta Kafka. Le he preguntado dónde dejo los vasos mojados. El padre de mi amigo trajo cuchillos de un pulguero. Anoche desperté durmiendo junto a un cuerpo extraño. Ya no comeré nuevamente en esta casa.

Pasando por la plaza, un letrero que promete apartamentos nombrados Renaceres. La madre de mi amigo me agradece la complicidad de una taza.

Esta noche he soñado que guío nuevamente. Pero esta vez no es a Ponce hacia donde me dirijo. Se me ocurre que quizás me encamine hacia una fiesta, puede que incluso vaya a una obra de teatro. Una obra de teatro donde los personajes nunca envejecen. Me encuentro trasbastidores en el Teatro La Perla. El público se compone por completo de fetos enormes. Todos esperan para que entre a la escena. El telón es una puerta oscura, una ventana negra. Suelto de momento el maquillaje. El carro se descarrila en mitad de la avenida. He despertado esta mañana cuatro años más viejo.


Lista de imágenes:

1) Gary Baseman, Mythical Creatures, 2014.
2) Gary Baseman, Secret Order, 2015. 
3) Gary Baseman, Beastly Butterfly Butch, 2015. 
4) Gary Baseman, Emmanuel Ray Hare is a Blindfold Bunny Wishing for Perfect Vision to Make Sense of the World We Live In, 2015.


 

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