“Aúh, óyelo que es un bembé...”
—Vico C
Entonces, escucho una fuerte explosión cerca de mí...
—Deben ser disparos —me digo, mientras busco dónde esconderme, dónde guarecerme de la balacera que pienso inminente. Reconozco ese sonido. Creo reconocer ese sonido. La bala saliendo por el cañón produce un sonido bastante peculiar. Y no es que alguna vez haya disparado un arma, es que su sonido es familiar por todo el pueblo. No hay nada cerca donde protegerme.
—Esta maldita parada queda en medio de la nada.
Pienso en tirarme al suelo, en rodar hasta el tren, en rodar hasta la universidad, en rodar de regreso a mi casa, pero desisto de la idea. Si bien las balas casi nunca viajan al ras del suelo, las dimensiones de mi cuerpo de seguro se interpondrían en su trayectoria.
Salgo corriendo a donde sea, sin mirar nada, sin dirección establecida, lo más lejos que me pueda llevar mi cuerpo. Meto los pies en un charco, se me enfangan las tenis.
—¡Maldita sea!
Sigo corriendo, pero correr en esta condición física no es fácil. Me empiezo a quedar sin aire, a sentir el pecho que se me comprime. Me estoy quedando sin aire, y llega la fatiga profunda, el dolor en el costado que solo los que cargamos varias treintenas de libras de más conocemos. Me detengo. No puedo seguir. Intento recobrar el aliento, intento recuperar el aire, intento asimilar la idea de que tengo que bajar de peso. Intento mantenerme vivo.
Es cuestión de segundos para que las otras explosiones comiencen, para que los proyectiles salgan de por doquier y yo quede atrapado en medio de la hecatombe. Imagino cómo mi pecho quedará perforado justo al nivel del corazón, y la forma tan peculiar en que explotará mi cabeza. Imagino mi cuerpo cayendo lento, sin vida, lentísimo, en cámara lenta a un charco, y el impacto de mi cuerpo contra el suelo, creará el terremoto que será el terror en todo el país, será la sensación en todo el país.
Los tenis que estrené esa mañana: llenos de sangre, de plomo, de fango, de miedo, de mierda; y el mensaje de texto que me llega: “Loco, ¿sentiste el temblor?”.
Pero no hay más explosiones. No ha pasado nada. Miro a mi alrededor y no hay ningún cuerpo ensangrentado, agonizante y muerto. Las personas en la parada, como si nada. Algunos me miran con cara de qué carajo le pasa al gordo ese. Miro la hora en el celular. Regreso hacia la parada. Intento analizar lo que acaba de suceder.
—Tengo los tenis enfanga'os... ¡Maldita sea!
Lista de imágenes:
1. Foto de una parada.
2. Morgan Arnold, PacificCoastNews.com.
3. beeki.