Para llegar a Brasil: otros lares (2da parte)

Del sur al norte, un paso no es, y ese andar se da con mayor rapidez caminando por el aire, en lugar de por la tierra. Así dejo atrás las cataratas y las orillas de los ríos Iguazú y Paraná, y llego a la costa atlántica del nordeste brasileño.

 

pies 

Fortaleza
 

El primer destino en el nordeste es Fortaleza, ciudad costera del estado de Ceará y cuyo nombre, como puede deducirse, se debe a una antigua fortificación que aún permanece, aunque ya no se necesite para propósitos de protección.

Aquí me hospedaré en casa de una familia que no conozco, amigos de amistades. A pesar de que la comunidad donde viven es cercana al aeropuerto, el taxista no encuentra la calle —en esa barriada improvisada, muchas vías carecen de rótulos— y su desesperación se acrecienta mientras me advierte que esa zona es peligrosa. Preguntando, al fin, la encontramos. El taxista baja mi maleta, le pago y se marcha velozmente sin siquiera esperar a que encuentre a la persona que busco. Rápidamente vienen a mi encuentro las miradas de los residentes, les pregunto por mi anfitriona y esta aparece gritando de alegría y me da un abrazo y un beso. Me presenta a sus vecinos inmediatos y a sus familiares. Todos me reciben como si me conocieran, como si fuera un pariente más. Siento que estoy en casa, no solo por el calor del sol, sino por el de su gente.

Al otro día, tres vecinos me acompañan a conocer la urbe: la catedral, unos pocos edificios históricos que testimonian un pasado de mayor lustre, las playas. Disfruto de las vistas y, sobre todo, de la compañía. En otras jornadas, tomé autobús y caminé largas distancias por diversas calles de la quinta ciudad más grande del país, sin problema alguno, confirmando que la distancia entre la imagen y la realidad de los sectores más desfavorecidos económicamente es tal vez tan larga como la del sur al nordeste.

 

 

Fernando de Noronha
 

De Fortaleza debo partir a Recife, en el vecino estado de Pernambuco, donde tomaré un avión por media hora hasta llegar al archipiélago Fernando de Noronha, una reserva natural en la que se controla el impacto humano, desde la cantidad de personas que pueden visitarlo, hasta la reglas para disfrutar sus diversos espacios.

La única isla que se permite visitar es la que le da nombre al archipiélago y es ejemplo de lo que deberían ser todos los espacios naturales: lugares donde parezca que el ser humano no haya pisado, donde ese estado casi virgen de sonidos y visuales naturales te transporte a otra época, a un sentimiento de paz, a tus pensamientos o a olvidar todo. Aquí no hay grandes hospederías, solo posadas y todas ubicadas en el centro de la isla, ninguna en las costas. Se puede llegar a sus distintas playas utilizando taxis, motoras, bugys o guaguas de excursión.

Además del centro del pueblo en la Vila dos Remédios —donde algunas edificaciones históricas como la alcaldía o el faro atraen la atención de los visitantes— y del observatorio desde el que se tiene el privilegio de ver a los delfines rotadores con sus saltos en la Baia dos Golfinhos, las playas son la razón de la mayoría de las visitas. Estas deslumbran no por la apacibilidad de su oleaje, sino por su paisaje, en el que contrastan las prístinas aguas, en diversos tonos azules y verdes, contra el fondo de gigantescas piedras volcánicas, como en la impresionante Cacimba do Padre y en la clasificada por muchos como la mejor playa del mundo, la Praia do Sancho.

Esta isla, que por dos siglos sirvió de presidio, que fue una escala en la expedición de Charles Darwin y que puede que haya servido de inspiración para Tomás Moro al escribir su novela Utopía, es un transporte, un portal a través del cual accedemos a una realidad natural que no debería ser rara, pero que lo es.

 

Olinda
 

De regreso a Recife, decido pasar un día en la cercana y colonial ciudad de Olinda, conocida por ser una de las mejores preservadas del país y como uno de los lugares ideales donde celebrar el carnaval. Sin embargo, no es día de festividades, pero no por ello son menos disfrutables sus calles y edificaciones. Si el viajero se levanta temprano, puede recorrer el centro histórico completo antes de que caiga el sol. Desde el convento São Bento, pasando por sus múltiples iglesias, desperdigadas por todo canto, vamos subiendo por empedradas rúas y aceras que llevan a la parte alta, desde la cual se tienen impresionantes vistas de la urbe y del océano Atlántico.

En el paseo, no puede faltar el detenerse en los talleres de confección de los célebres muñecos gigantes, que representan figuras tradicionales o famosas y que cobran vida en fiestas de todo tipo, sobre todo durante el carnaval.

Cae la tarde y entro en un pequeño portal, donde compro unos poemas de cordel. Olinda es parte de la llamada literatura de cordel, muy importante en el nordeste, en que pequeños folletos de poesía ilustrada con grabados son vendidos expuestos en cordeles. Me siento en una escalera, mientras respiro y me refresco con la brisa, la vista y unos versos populares.

 

Salvador de Bahia
 

La primera capital de Brasil es una ciudad de mito: por las historias a su alrededor y por la imagen que tiene y que no se corresponde con la realidad encontrada. Ciudad de gente bonita (con lo subjetivo que esto pueda ser, pocas personas de las que vi podrían así clasificarse), ciudad musical (solo se oye a Olodum), ciudad de playas increíbles (nada cercano a eso, ni en paisaje, ni en oleaje, ni en arena, ni en belleza general), ciudad de comida típica (solo un día a la semana vendían comida bahiana), ciudad hermosa (las iglesias están bien conservadas, pero el centro histórico, el llamado Pelourinho, no).

Una de las tres urbes más importantes del nordeste, junto a Fortaleza y Recife, Salvador es conocida por ser uno de los mejores lugares para festejar el carnaval. Además, fue la residencia de uno de los grandes novelistas brasileños: Jorge Amado, cuyo antiguo hogar puede visitarse.

Lo más memorable de esta urbe, además del elevador público Lacerda, que conecta la parte alta de la ciudad con la baja, son sus iglesias, como la de Nosso Senhor do Bonfim, donde se venden las conocidas cintas de colores que se usan en la muñeca para buena suerte y que tienen un origen sincrético, o la de São Francisco, uno de los mejores ejemplos de decoración barroca en el país.

Salvador de Bahia es hoy una sombra de lo que dicen que fue. Hay ciudades que anticipamos por lo contado por otros, que deseamos conocer por las palabras que hemos escuchado o leído sobre ellas. Salvador es un mito por la falsedad de lo dicho y lo cantado. Al fin y al cabo, no toda ciudad en Brasil tiene encanto. 

 


Lista de imágenes:

1. Sebastião Salgado, "Sin tierra". En Serra Pelada, Fortaleza, 1999.
2. Sebastião Salgado, "La sal de la vida". Los trabajadores agrarios de Recife protestan, 2010.
3. Sebastião Salgado, "Dejar que los niños sean niños". Una familia a las afueras de Olinda, 2014.