Carta desde… y para Anhelo

Noviembre de 2015

Querida hija:  Anhelo, en la víspera de mi cumpleaños 35, encontré una cartita que tu abuela Olga me envió a Austin, Texas, en algún momento entre agosto 2006 y diciembre 2009. El encabezamiento leía: “Querida hija”. Otra vez intento imitarla, y te escribo esta carta a la usanza de antes, para hablarte sobre cómo, desde mi nacimiento, la vida me estaba formando para vivir mi Negritud desde mi yo...

GÉNESIS: la prietita de Olga y Germán

Anhelo, tu tío Germán nació en 1971 y deslumbró a las enfermeras del Hospital de Distrito de Fajardo y a nuestros familiares con sus ojos azules y su escaso cabello rubio. Cuentan que don Juan Abadía, el padre de crianza de tu abuelo Germán, y mi bisabuelo materno, Diego Rexach, a quienes no conocí, se disputaban el origen de la belleza 'exótica' de Germancito. Posteriormente, el color de sus ojos cambió a verde y la textura y color de cabello, así como el color de su piel cambiaron también. La extrañeza que causaba su fenotipo era objeto de chistes que ofendían a Mami y a Papi. A pesar del enorme parecido de Germancito con tu abuelo Germán, la aclaración de que mi hermano “salió a la familia de la abuela paterna —gente blanca con ojos azules—”, se hacía obligatoria. Al parecer, Germán, Jr. es un atípico Negro puertorriqueño con ojos verdes. ¡Tuvo novias en cantidad! 

Siete años después de tener a su primer hijo, en 1978, Mami dio a luz a tu tío Félix Juan. Sus características físicas lo hacían parecer una copia de nuestro hermano mayor, aunque “nació más claro que Germancito”. Después de haber tenido a tus tíos Germancito y Juanito, Mami no pensaba parir más. La nena, tu tía Somary (1977-2005), le había llegado a tu abuelo a través de otra relación. Me confesó que intentó seguir el método de ritmo para evitar embarazarse, pero calculó mal.

Mami me relató que, para su tercer embarazo, una de sus tías paternas, María Magdalena, que indiscutiblemente tenía issues con su Negritud, le había pedido ser la madrina del bebé. Guenguén, como apodaban a la hermana mayor de tu bisabuelo Millo, aunque era una mujer evidentemente Negra, decía que en Estados Unidos, donde trabajó como enfermera y vivió más de tres décadas, era considerada “white”. Las expectativas de que el bebé naciera con ojos claros y “claro de color” eran muy altas. 

Tu abuela era una mujer indudablemente Negra. Desde niña, abuela Prin le “arreglaba” el pelo pasándole la peinilla caliente y, posteriormente, alisándoselo. El único hermano de Mami, tío Gilberto, al que apodan Negrito, ha sido víctima de discriminación y prejuicio por su tono de piel en su natal Fajardo, en el resto del país y fuera de Puerto Rico. Mami sabía de las experiencias de su hermano, cuya pigmentación era significativamente mayor a la de ella. Mami pensaba que sus dos hijos no correrían la misma suerte de su tío José Gilberto y estarían menos propensos a experimentar el racismo por el “privilegio” de ser “claritos con ojos verdes”. 

Mami me dijo que su amiga Zoraida vaticinó meses antes del alumbramiento: “Olga, vas a tener una nena. La vi en un sueño. Es Negrita. Estaba vestida de rojo; por eso, debes bautizarla Bárbara”. Para abuela Prin, Zoraida era una santera a quien Mami no debía hacerle caso. Eso de nombrarme Bárbara por la Santa Bárbara (que sincretiza con la figura de Changó en la santería) era un asunto de brujería y espiritismo. Indudablemente, Mami no le prestó atención a las advertencias de abuela Prin. Dijo: “si tengo una nena, se llamará Bárbara Milagros”. Abuela negoció mi segundo nombre y, gracias a que lo leyó en el periódico, pidió que me pusieran Idalissee en vez de Milagros. Mami accedió.

Entonces, desde antes de que yo naciera, Mami rezaba por el milagro de que su bebé fuera una nena. Sobre todo, una nena con ojos verdes. Siempre me decía con emoción cómo confirmó que yo sería una nena. Minutos antes del alumbramiento, en la extinta Clínica Dr. Gubern de Fajardo, el doctor López-Marrero le dijo: “ya mismo viene tu nena”. Confundida de si había escuchado bien o si estaba bajo los efectos de la epidural, le preguntó al obstetra: “¿Doctor, voy a tener una nena?” La sonrisa del doctor se lo convalidó. “¡Germán, vamos a tener la nena!”, le exclamó a tu abuelo. En septiembre de 1980, nací. La nena de Olga y Germán no se parecía a sus hermanos. Era diferente. Tenía otro estilo. No nació “blanquita”. No tenía ojos claros. Tenía muchísimo pelo, pero negro y rizo. Al verme distinta a mi hermanos, la tía de Mami que había insistido en ser mi madrina, desistió de la idea. 

Zoraida me obsequió el conjunto tejido, color rojo, con el que salí del hospital. Se cumplió su profecía. A pesar de la premonición de Zoraida con respecto a mis características físicas, mi nacimiento causó sorpresa. No había manera de que la gente no dijera que la nena no había sacado el color de los ojos de sus hermanos. Recuerdo los reclamos de conocidos y desconocidos ante este hecho. “¿Por qué tú no sacaste los ojos verdes como tus hermanos?” “¿Y tus ojos verdes dónde están?”, aún son preguntas recurrentes.

De niña, no entendía por qué era diferente a mis hermanos ante la óptica de los demás. Al menos, era una “Negrita fina, de salón”. Obviamente, no tenía idea de lo que eso significaba, pero suponía que debía ser algo bueno. La gente lo verbalizaba como una afirmación inequívoca y con una sonrisa en los labios. Así, crecí escuchando las historias sobre mi indeseada Negritud. 

DESENREDANDO EL “TOSTÓN”: el mal llamado pelo malo

Anhelo, en las escuelas públicas de Fajardo donde estudié —Ramón Quiñones Pacheco (1985-1991), Antonio Valero de Bernabé (1991-1994) y Dr. Santiago Veve Calzada (1994-1997)— solía ser de las pocas personas evidentemente Negras. Ese hecho, desde luego, generaba cuestionamientos en mis pares y en mí también. Hoy, puedo decir que me enfoqué en sacar todas A, por lo que me bautizaron “la estofona”, y en tener una conducta impecable para evitar el acoso por el color de piel y por el “pelo malo”.

Mami me hacía trenzas. Según abuela Prin, Mami me peinaba “por encimita”. Abuela se empavonaba las manos de pomada y me desenredaba el pelo. “¡Esta mai tuya siempre te deja el tostón!”, decía para referirse a que Mami no me desenmarañaba el cabello correctamente. Cuando Mami se cansó de oír mis quejidos porque me halaba el pelo, me llevó al salón de belleza y me recortaron. Aún recuerdo aquel afro que confundía a la gente, pues muchas veces preguntaban si era un niño. A los cinco años de edad, me alisaron el pelo por primera vez. Así, se evitaba la confusión con relación a mi sexo; sin embargo, me exponía a que me dijeran que tenía el pelo como “gazpacho ‘e coco” o “pepita ‘e jobo”.

Por más de veinte años ininterrumpidos, me alisaron el cabello. Antes de aprender a menajar el “blower” y la plancha, tenía que recurrir a los rolos y a la secadora, que me confinaba por varias horas a una silla hasta que el pelo estuviese totalmente seco. No olvido que en 1989 fui por primera vez a Orlando, Florida; en el grupo, éramos seis mujeres y tres hombres. Una tarde, después de un día de piscina, Mami nos hizo rolos a todas y se hizo sus rolos también. Salimos al Florida Mall y causamos sensación. Nos miraban con sorpresa y hasta nos preguntaban si era una moda en nuestro país. Jamás, quise salir públicamente en rolos. En 2005, decidí cortarme el pelo. La decisión no fue bien tomada en mi familia. Algo andaba mal conmigo, pues “ese recorte es de macho”. Fui a Mexico y dejé boquiabiertas a muchas personas. Tal vez, pensaron que era la reencarnación de San Martín de Porres.

En 2006, en Austin, Texas, me hice “African braids”. Jamás pensé lo doloroso que sería que me halaran el pelo por un período de 10 horas. En las siguientes tres ocasiones en las que me hice trenzas, tomé analgésicos antes de llegar al salón de belleza. Hacerme trenzas en Estados Unidos, en salones de belleza de mujeres africanas, fue muy interesante. Llegar y no saber decir qué tipo de trenza deseaba, causa indignación. Era difícil creer que una mujer Negra no conociera “el lenguaje de las trenzas”. La realidad es que en Puerto Rico nunca me hice ese tipo de peinado. En 2008, regresé al mundo de los alisados. Posteriomente, en 2012, volví al cabello natural, tuve un afro y me hice trenzas una vez más. Luego, recurrí a los texturizadores y me hice “highlights”. En 2015, experimenté el “hair botox” para facilitar el uso del blower y la plancha y descansar del “wet-curly hairstyle” de vez en cuando. Y así fui manejando mi pelo ulótrico-rizo-ensortijado con la certeza de que no importaba cómo me peinara o qué producto aplicara a mi cabello, seguía siendo una mujer Negra, pues la afirmación de mi Negritud no se manifestaba unilateralmente a través de mi cabello.

¡QUÉ TETONA!: no hubo transición

Anhelo, a mis seis años, Mami me llevó a un endocrinólogo pues mis senos comenzaban a brotar de mi pecho. Me “cantó el gallo” mientras estaba en escuela elemental. Fui la niña más alta y desarrollada del salón por muchos años. No me vas a creer que en Kindergarten, para la graduación, no pude usar el mismo estilo de zapatos rojos de mis compañeras de clase porque mi talla no era infantil.

Ser “prietita” con ojos oscuros, tener el “pelo malo”, usar zapatos que parecían lanchas y, para colmo, ser grande y “tetona”, por lo que usaba “ropa de vieja”, me colocaban en un lugar desaventajado. Curiosamente, para algunos hombres, aquellas características físicas que exhibía mi cuerpo eran atractivas. Sin embargo, aquel cuerpo Negro que provocaba miradas lujuriosas y piropos, era el caparazón de una niña. Me acostumbré a creer que ningún nene, mucho menos mis amores platónicos, se iban a enamorar de mí. No te puedo explicar cómo me sentía o si, en efecto, no me sentía…

Por muchos años, opté por vestir tallas más grandes para “no provocar”, para que no me miraran, no llamar la atención y pasar desapercibida. Detestaba el maquillaje, pintarme las uñas, usar ropa ceñida a mi cuerpo, escotes, tacones y muchas otras prendas socialmente adscritas a la femineidad. Pensaba que ser “femenina”, en mi caso, me predisponía a ser acosada. ¿Por qué las niñas no-Negras que me rodeaban parecían niñas y tenían noviecitos de nuestra edad y yo parecía una mujer hipersexualizada? Fui muy tímida e introvertida, y opté por aceptar (sin miramientos) el apego exagerado que Mami desarrolló conmigo para no sentirme desprotegida en una sociedad que me arrinconaba.

ÁFRICA VIVE EN MÍ… y otras misas sueltas

Anhelo, cuando me hice un “piercing” en la nariz, me dijeron que eso era “cosa de africanos”. Cuando confesaba que no practicaba deportes ni sabía bailar bomba, no me lo creían, pues si era Negra debía ser atleta y tener talento para el baile. Cuando me tatué un vejigante en la espalda, me dijeron que esa figura representaba a los esclavos Negros. Cuando acudía a las tiendas, me velaban, pues se asumía que me robaría algo. Cuando afirmaba que me atraían, principalmente, los hombres no-Negros, me acusaban de ser desleal a mi raza Negra. Cuando me desempeñaba como profesora, causaba asombro en los estudiantes, pues no era común que una mujer Negra fungiera como educadora a nivel universitario.

 

Hoy entiendo por qué Mami me deseaba “blanquita”. Ella anticipaba que me tocaría sobrevivir en muchos escenarios racistas. Autoidentificarme y ser interpelada como Negra, aunque a veces me describieran como “menos Negra”: negrita, prietita o trigueñita, en cualquier parte del mundo, me permitió ser consciente de que mi Negritud es mi arma infalible para liberar y desencadenar.

Con amor, Mamá Bárbara

P.D. Anhelo, cuando sepa dónde estás, quién eres tú…

Lista de imágenes:

1. Carrie Mae Weems, de la serie The Kitchen Table Series, 1990. 2. Carrie Mae Weems, "Magenta Colored Girl", de la serie Colored People, 1989-1990, 1989. 3. Carrie Mae Weems, "Golden Yella Girl", de la serie Colored People, 1989-1990, 1990. 4. Carrie Mae Weems, de la serie Colored People, 1989-1990, 1990. 5. Carrie Mae Weems, "Violet Colored Girl", de la serie Colored People, 1989-1990, 1989. 6. Carrie Mae Weems, de la serie The Kitchen Table Series, 1990.

 

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