Contando en forma: ¿ficción o historia?

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[Menard] Desatiende o proscribe el color local. 
Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica.

—Jorge Luis Borges, Pierre Menard, autor del Quijote  


La forma a la que se refiere el título es la de los géneros literarios. Tradicionalmente la poesía es la expresión literaria que más depende de su forma. Existen volúmenes sobre las variedades de formas poéticas y las reglas que rigen los tipos o clases de poemas. En tanto la poesía se parece a la música, se le podrían aplicar “leyes” y compilar un análisis científico de su métrica, acentos, sílabas, etc. Sin embrago, eso no la convertiría en ciencia, ni permitiría un mecanismo para evaluar un poema. Aunque se ha reclamado que la Historia es una ciencia, el concepto es controvertible y ha sido motivo de prolongada discusión y argumentos. Como dista mucho de ser aceptado generalmente, no entraré en ese zarzal. Ciertamente, la historia no es formalista ni abstracta como la ciencia, sino que más bien aspira, según ha dicho Isaiah Berlin, a ser un fenómeno que toma en consideración el trasfondo del pasado y el primer plano del futuro, y cómo se relaciona orgánicamente ese fenómeno con todos los otros fenómenos que brotan de los mismos impulsos culturales. A esta idea relacionaré mis argumentos en este escrito.

El caso de la novela es muy distinto al de la poesía. Los subgéneros que se acumulan bajo la rúbrica “novela” son tan amplios, variados y “deformes” (en el sentido que hablo) que su “forma” parece haberse reducido a lo que las editoriales usan para definirla: la cantidad de palabras (entre 50 y 70 mil, más o menos). Aunque hay novelas de gran extensión [Don quijote de la Mancha, que para Borges (y cito) “prácticamente carecía de forma”; Los MiserablesLa guerra y la pazEn busca del tiempo perdido2666], posiblemente las más largas y famosas del género de las cuales dos se pueden catalogar como novelas históricas, ninguna compara en amplitud con La historia de los angloparlantes o con La segunda guerra mundial, ambas historias de varios volúmenes escritas por Winston Churchill y cuya calidad literaria es de primer orden. Los que leen La guerra y la paz de Tolstoi y uno de los volúmenes de La segunda guerra mundial de Churchill experimentan, excluyendo los personajes ficticios cuyas vidas y romances están tejidos por Tolstoi en el tapiz de los sucesos de la invasión napoleónica de Rusia, los efectos posibles que sobre las culturas de sus países pueden ejercer fuerzas foráneas.

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Los cambios culturales producidos por la invasión francesa en la época que Tolstoi describe cómo son parecidos a los que Churchill temía ocurrieran en la suya si los alemanes invadían Inglaterra. Esto, en vez de distinguir la novela del libro de historia, acerca la novela histórica del ruso a la narración histórica del inglés[1]. La diferencia es que el libro de Tolstoi tenía una meta alterna: quiso criticar con su novela la forma de escritura de la historia militar y, simultáneamente, introducir una mezcla de historia y ficción como modelo de una nueva “forma” literaria. Me refiero particularmente a aquellas partes de la novela que dependieron de entrevistas que el autor condujo con sobrevivientes de lo que estaba narrando. Churchill recurre a una técnica idéntica, pero, en contraste con Tolstoi, no necesitó recurrir a personajes inventados ya que la historia estaba develándose ante sus ojos y le suplió un gran elenco de personas reales y de documentos que comprueban lo que escribió. Sin embargo, la historia de Churchill no tenía como propósito la innovación literaria, y, aunque su destreza como escritor brilla, poco tiene que ver con “la forma” de su narrativa.

Menciono a estos dos gigantes porque el lector promedio puede tener alguna familiaridad con ambos autores y porque me parecen ideales, particularmente Tolstoi, como ejemplos de lo que deseo discutir más adelante. Como escritor de novelas con trasfondo histórico, la “forma” que he intentado sostener es la muy conocida de combinar sucesos del pasado, que se pueden constatar con datos de una extensa investigación tal y como la hubiera hecho un historiador, con las invenciones de situaciones y personajes que tengan un impacto de realidad y veracidad. Además, algo especial ocurre en cuatro de las cinco novelas que he publicado hasta ahora. En ellas, las cosas con las que nos topamos y definen el entorno y la gente que habita las ciudades y los pueblos (lugares, edificios, tiendas, automóviles, etc.) hacen apariciones súbitas y tienen intervenciones breves con los personajes principales con la intención de que reflejen cómo es la vida de verdad y, en particular, como era la vida y la “cultura” en esos momentos. Es lo que Roland Barthes ha llamado “lo real concreto” y que contribuye a la estructura de la narrativa.

A lo largo de nuestras vidas, todos tenemos contactos imprevistos e incontrolados con otros o con cosas, sin que estos tengan efectos duraderos en nuestra existencia. ¿Por qué no hacerlos parte de la narrativa de modo que el lector pueda percibirlos como algo que lo acerca más a lo vivido y, por ende, en el caso de la novela de trasfondo histórico, lo posiciona más cerca de la historia y del impulso cultural de la época en que viven los personajes? La paradójica ironía borgiana del epígrafe de este ensayo es que si se olvidan estos elementos se está haciendo una “nueva historia”. Dicho de otra forma, son elementos imprescindibles para la historia como debe de ser. También intento, al incluir estos encuentros fortuitos con cosas, personas o experiencias aparentemente triviales, que la novela se semeje más al arte contemporáneo y sus arbitrariedades, abstracciones y novedades que invitan a un análisis más profundo.

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El lector, escritor o el crítico que cree que la novela es principalmente un cuento y provee explicación para todo lo que en ella sucede, está fuera de época. Los detalles que parecen ser irrelevantes en la novela de hoy, ciertamente en mis novelas, están propuestos de la misma manera que tal vez lo haría un artista conceptual en una instalación. No son adornos caprichosos. De hecho, su presencia exige atención y reflexión tal y como lo demandan novelas contemporáneas de Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas y Michel Houellebecq, o las de otros en las que aparecen diagramas, fotos, cuadros, citas y aforismos que son básicamente plagios, sin que se cite a sus autores o su procedencia. (Sin decir nada del Quijote). Expuesto a esto, el lector entenderá mejor la influencia de lo que rodea a los personajes y cómo eso determina sus acciones, moldea su habla y hace que sus respuestas a situaciones dependan de la óptica cultural de su condición, que últimamente es lo que lo influye sobre la posibilidad de solución de los predicamentos creados para él por el escritor. Es curioso, en ese contexto, que muchos lectores me pregunten sobre el paradero de algunos de mis personajes.

Aunque Isla Verde o El Chevy azul (Verbum; Madrid, 1999) no cualifica como novela histórica, la trama está enmarcada en una época y tiene un trasfondo que podríamos llamar 'histórico' porque hace referencia a un tiempo específico para nuestro país: la creación del Estado Libre Asociado. El personaje principal, Nando García, un adolescente que narra experiencias en las que participan personas que existieron o existen, se ha hecho real para algunos. Sus viajes por la ciudad les son familiares a los que usaron esas mismas rutas en los años cincuenta para ir a la escuela superior de la Universidad de Puerto Rico o a la Universidad; o desde Hato Rey a Santurce; o al parque Sixto Escobar, al Escambrón y al Viejo San Juan; o a las playas de Isla Verde. Tanto así que se me ha preguntado en qué casa vivía Nando y si está vivo. Aunque la novela no es “histórica”, tiene como trasfondo una época llena de cosas, gentes, edificios, noticias y sucesos que son verídicos y que proveen un punto de vista cultural que influye en que algunos lectores piensen que el personaje es real porque sus experiencias coinciden con su “cultura”, usado el término de forma muy amplia. Que mis creaciones en esa novela adquirieran visos de realidad para algunos da fe del impacto que ha tenido la narrativa. Eso me preparó para lo que ha ocurrido con las novelas que sí tratan sobre eventos de la historia y que relatan múltiples sucesos reales entretejidos con ficciones, tales como El vuelo del Dragón (2012) y Del color de la muerte (2014), los cuales también han suscitado preguntas sobre la veracidad del los personajes ficticios.[2]


Notas:

[1] Aunque es el término aceptado, preferiría llamarla 'novela de trasfondo histórico', ya que para un novelista hablar de “mi novela histórica” me suena terrible. 
[2] Este escrito es parte de un ensayo más extenso en gestación.


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2. Ligonier Ministries
3. El universal de 10

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