En el año de 1994, en la selva Lacandona del empobrecido estado de Chiapas, México, un grupo de hombres y mujeres encapuchados se alzaron en armas contra el Estado mexicano y elevaron su voz en un llamado de justicia para todos los pueblos y poblaciones marginadas. Su mensaje se difundió casi de manera simultánea por todos los rincones del orbe. Muy pronto, el mundo se enteró de que en México, las condiciones de pobreza y marginación poco coincidían con la imagen de un país que se proyectaba internacionalmente como un ejemplo de desarrollo y modernidad económica y política. Los años de deriva económica, se decía, habían quedado atrás; y se anunciaban nuevos tiempos de prosperidad y estabilidad política.
El asombro fue doble: primero, México, ejemplo de reestructuración económica y disciplina neoliberal, tenía en la peor marginación y olvido a millones de indígenas, mientras celebraba su ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —el grupo de los ricos— y su exitoso acuerdo con América del Norte para crear uno de los mayores mercados del mundo; segundo, el movimiento zapatista utilizó como plataforma la Internet, símbolo inequívoco de la globalización, para difundir su mensaje y reivindicaciones, con lo que atrajo la atención y solidaridad de la sociedad civil local e internacional. Esta gestión le permitió muy pronto colocarse al resguardo de la mirada internacional como un interlocutor legítimo de frente al gobierno mexicano y no como un grupo criminal o sedicioso. No pocos reconocieron que la estrategia zapatista y su mensaje anunciaban un nuevo tiempo histórico definido por la era de la información, el neoliberalismo y también por el malestar social generado por un sistema económico que nuevamente marginaba de la riqueza y del bienestar a millones de seres humanos. Estos hechos evidenciaban que México se globalizaba en lo económico y en lo informático; y, años antes de las movilizaciones de los globalifóbicos y de los indignados, un movimiento social y armado se apropió de las tecnologías de la información para difundir su mensaje, convocar a los pueblos del mundo y reclamar un cambio en las políticas económicas y públicas inspiradas en el consenso de Washington (manifiesto del neoliberalismo).
Pocos años después, la ronda de negociación de la joven Organización Mundial de Comercio (OMC) se vio asediada por un grupo nutrido y heterogéneo de manifestantes. En lo particular, las consignas de estos grupos tenían como común denominador el rechazo a las políticas comerciales diseñadas en el seno de dicha organización e instrumentadas por los estados miembros; en lo general, rechazaban la globalización, símbolo y paladín de las organizaciones internacionales como la OMC.
En 1997 se desató una crisis financiera internacional que se inició en los países del sudeste asiático, en especial en Tailandia, Malasia, Corea, Filipinas e Indonesia, y que alcanzó a Rusia y América Latina. El bath (moneda tailandesa) había cotizado durante diez años a 25 dólares, y de la noche a la mañana cayó un 25%. Pronto la crisis se propagó entre muchas de las economías del sudeste asiático y disparó las alarmas en el resto del mundo. Como señala Robert Gilpin (2003):
la crisis fue en parte el resultado de la globalización y de la transformación de la naturaleza de las finanzas modernas, es decir, de la escalada absoluta de los movimientos financieros internacionales, en especial de los flujos de inversión especulativos, la creciente velocidad de estos movimientos a través de las fronteras nacionales y su alcance global. (p. 173)
Las instituciones financieras internacionales y los gobiernos de las economías afectadas, desarrolladas y emergentes se apresuraron a responder a la emergencia y crearon el G-20, un mecanismo informal de concertación, caracterizada por reunir países desarrollados y economías emergentes a nivel ministerial. Estos hechos, en retrospectiva, nos dan una idea de las rápidas y radicales transformaciones en el mundo: presenciamos nuevas estrategias de movilización social, creciente interdependencia económica, revolución tecnológica y los asomos de un modelo económico que mostraba ya sus insuficiencias, inequidades y dudas.
Llegó el 2008 y el mundo vivió uno de sus episodios más inciertos y sorpresivos. El mercado hipotecario y crediticio de los Estados Unidos provocó una crisis financiera y económica de cobertura global. Dicha disrupción financiera produjo la recesión económica más severa de los últimos 80 años. La crisis financiera se extendió velozmente a casi la totalidad de las economías, sin control ni poder suficiente que la contuviera; mostró así el lado más oscuro y pernicioso de la globalización. Casi ningún país ha escapado de sus efectos nocivos, en especial las economías desarrolladas del bloque occidental y algunas economías emergentes (entre ellas, México). Su virulencia y contagio se manifestaron severamente en el desempeño del comercio mundial. Se atisbaron terribles consecuencias humanas, como cuando el Banco Mundial estimó que más de 50 millones de personas, en particular mujeres y niños, habían caído en la pobreza extrema y que hasta el 2015 la crisis dejaría entre 200 000 y 400 000 niños más, muriendo cada año. Mientras otros se enfrentan a una debacle, el deterioro sensible del nivel de vida de millones de personas, el desempleo, la desesperanza y la indignación social proyectan una enorme sombra sobre el modelo económico neoliberal y la gestión o gobernanza del actual sistema económico internacional, e incitan a un replanteamiento urgente.
En estos momentos de crisis global, el trabajo de exploración histórica que aquí tengo el honor y la alegría de presentar resulta de sumo valor para entender lo que sucede y encontrar alternativas de salida a la crisis. El profesor Ernesto Chévere Hernández nos introduce en su libro Estudio histórico de las etapas de la globalización: perspectivas y retos ante un futuro incierto a uno de los temas más controvertidos de las últimas décadas: la globalización. Dicha controversia, se debe a que el tópico y sus matices distintivos se diluyen en otros procesos de semejante naturaleza como son el colonialismo, la mundialización y el imperialismo.
No existe un consenso universal entre los teóricos sociales que establezca en qué momento inició la globalización y qué la distingue de otros procesos históricos. Algunos sitúan su inicio en los viajes de Colón y el descubrimiento y la conquista de América; otros, en la expansión mundial del capitalismo financiero e industrial de la mano del imperio británico y otras potencias europeas en el siglo XIX; y otra versión lo sitúa en la aparición de la bomba nuclear y el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría que podía desatar una conflagración lo suficientemente destructiva para aniquilar al mundo en su conjunto. Asimismo, hay quienes lo fijan en las postrimerías del siglo XX con la caída del muro de Berlín —el fin del antagonismo militar e ideológico de las potencias soviética y norteamericana— y en la revolución tecnológica de la información —fibra óptica, telefonía celular, satélites, Global Positioning System (GPS), computadoras e Internet—. Además, la progresiva masificación y el abaratamiento del transporte de mercancías, que anularon casi por completo las dimensiones del espacio y el tiempo, inauguraron conjuntamente con estos hechos una era marcada por la instantaneidad y por el triunfo ideológico de la democracia liberal como único modelo universal, “deseable y viable”, de convivencia social y organización política y económica.
Chévere Hernández, en este abierto e imperioso debate, sitúa el inicio de la globalización en el mutuo descubrimiento de la cristiandad occidental y de las civilizaciones prehispánicas. Según el autor, en ese momento se reduce por primera vez la escala mundial a dimensiones conocidas. A partir de este evento, la humanidad inicia un proceso integrador de talla global. Es así como el autor propone y defiende, con meridiana claridad, que la globalización es un proceso inacabado de integración y que se ha desarrollado en etapas marcadas por las revoluciones tecnológicas —la industrial y la informática— y por la expansión de las actividades económicas —producción, distribución, comercio y consumo— más allá de las fronteras nacionales y regionales. Este proceso de integración y “encogimiento” del mundo ha generado unas redes de contactos e interacciones sociales, económicas y culturales que atraviesan el globo y que afectan directa o indirectamente la vida cotidiana de las sociedades y los individuos.
El autor pone a la disposición de sus lectores un recorrido lúcido y esclarecedor de lo que él denomina la historia de las etapas de la globalización. En un primer momento, define el concepto de globalización y establece las dimensiones sociales, políticas, económicas y culturales que la caracterizan. Para Chévere Hernández, la globalización es un proceso impulsado principalmente por la integración económica de las regiones del globo y acelerado por las revoluciones tecnológicas, y, a su vez, es ideológicamente moldeable y dirigible. No obstante, dicho proceso irreversiblemente encoge al mundo. En este tenor, la globalización, como fuerza integradora y reductora de las dimensiones del tiempo y el espacio, afecta la economía (lo vemos en el aumento del comercio internacional y los flujos de inversión y capitales, así como en la deslocalización de los procesos de producción) y también la cultura, el trabajo y el medioambiente, todos ellos marcados por una naciente conciencia de pertenencia de las sociedades a un solo mundo, mercado o civilización.
Las catástrofes naturales y las amenazas medioambientales se informan de manera casi instantánea, y afectan, en muchas ocasiones, a gran parte del mundo. Las sociedades no afectadas por las catástrofes naturales y las guerras civiles se organizan en un gesto de solidaridad internacional para solventar las afectaciones y apoyar a los grupos y pueblos asediados por la muerte y la destrucción. Las amenazas al medioambiente escalan más allá de los ámbitos domésticos y se exige la cooperación de actores estatales y no estatales, locales e internacionales para su solución. Las crisis económicas locales pronto se propagan a otras regiones y, en ocasiones como la que hoy vivimos, perturban el desempeño de la economía mundial. Las industrias locales del entretenimiento —cine, radio y televisión— y de la información alcanzan audiencias globales y se enriquecen en un proceso de asimilación e influencia recíprocas.
Para llegar aquí y entender sus orígenes, Chévere Hernández nos propone una mirada retrospectiva que nos remonta a la conquista europea de América, para luego explorar con ojos de historiador el desarrollo de los siguientes tres siglos hasta la Revolución industrial, y desde ahí —organizando y explicando los hechos históricos más relevantes— hasta el nuevo siglo. Dicho proceso, como se puede ver, ha contado con dos etapas históricas, y nos hallamos, en este momento, en la transición de una nueva etapa que coincide con una severa crisis económica internacional. La primera etapa se caracterizó por la expansión del comercio trasatlántico, el dominio colonial de Occidente en América y el nacimiento del capitalismo mercantilista. Los grandes Estados modernos dirigieron el proceso integrador en función de sus intereses económicos y de sus preferencias ideológicas y espirituales.
En la segunda etapa, Chévere Hernández destaca la Revolución industrial que afectó la estructura política, económica y demográfica de las sociedades europeas. Los desarrollos tecnológicos de esta etapa significaron un aumento exponencial de la capacidad de producción de las economías que se industrializaban, dando paso a una economía basada en la producción masiva y en el afán de lucro, el espíritu individualista y la remoción del estado como rector de la economía (modelo que pronto se propagó en otras partes del mundo). Esta nueva capacidad de producción repercutió en la demografía de las recientes sociedades industrializadas. La nueva economía demandaba mano de obra que se hallaba en el sector de la agricultura, la cual había sufrido también una inusitada eficiencia productiva dejando bolsas de población al servicio y aprovechamiento del sector industrial. Las tasas de mortalidad cayeron, aumentaron las expectativas de vida y con ello la presión demográfica impulsó las migraciones internacionales trasatlánticas. Sucedieron dos desplazamientos poblacionales: uno interno, del campo a las ciudades, que se colocaban como los centros neurálgicos de la nueva economía industrial y financiera; y otro, de costa a costa del Atlántico. Esta segunda etapa, Chévere Hernández la divide en tres periodos determinados por momentos de expansión e integración económica, e interrumpidos, a su vez, por contracciones del comercio y la inversión internacionales. La etapa se cierra coincidiendo con la crisis financiera del 2008, que arroja una interrogante sobre el devenir de la globalización y, en especial, sobre su componente ideológico, el neoliberalismo.
En esta etapa o transición, siguiendo la proposición teórica del autor, abundan las metáforas que pretenden explicar esta realidad. Se habla de, por citar algunas imágenes, spaceship earth, aldea planetaria, fábrica mundial, mercado global y sociedad-red, cada una de acuerdo con el enfoque, connotación o énfasis económico, político o sociológico que presenten, pero apuntando a una transformación radical en la escala, intensidad y dimensión de las interacciones sociales y a sus implicaciones agudas en el devenir de las sociedades e individuos. Por primera vez, las sociedades y organizaciones políticas se afectan y condicionan a una escala universal. Como apuntan Held y McGrew (2003):
La globalización remite a un cambio o transformación en la escala de la organización humana que enlaza comunidades distantes y expande el alcance de las relaciones de poder a través de regiones y continentes de todo el mundo. (p. 7)
El intercambio comercial es hoy mundial, y la producción y distribución se organizan en espacios nacionales y regionales distintos. Se ha constituido, en las últimas décadas, un sistema financiero de escala global —definido por un flujo casi irrestricto y altamente activo de capitales transnacionales que opera las 24 horas los 365 días del año—, que trastoca en su curso las políticas económicas de los estados. La nueva tecnología informática permite el intercambio de información de manera instantánea e ilimitada; cuenta los hechos en tiempo real en cualquier punto del orbe; y difunde ideas, hábitos y gustos, más allá de los particularismos locales y regionales.
El estado-nación —como forma dominante de organización política y fuente portentosa y casi única, hasta ahora, de identidad— está siendo discutido y severamente cuestionado. Los gobiernos se ven rebasados ante la aparición de situaciones, realidades y fenómenos que escapan a sus instrumentos tradicionales de control y dominio de naturaleza “territorialista”. En suma, una nueva realidad apareció en el horizonte de la historia humana y está llamada a cambiar definitivamente los antiguos conceptos y paradigmas con que las sociedades humanas explicaron y organizaron su entorno y su destino. Como lo señaló en su momento el exsecretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger (1995):
…las relaciones internacionales se han vuelto por primera vez auténticamente globales. Las comunicaciones son instantáneas; la economía mundial opera de manera simultánea en todos los continentes. Ha aflorado todo un conjunto de problemas a los que solo se puede hacer frente en escala universal, como la proliferación nuclear, los problemas ambientales, la explosión demográfica y la interdependencia económica. (p. 18)
Chévere Hernández nos explica el desarrollo histórico de la globalización, su naturaleza moldeable e irreversible, y propone, en un momento de crisis, un serio replanteamiento del actual estado de la globalización, que arroja más perdedores que ganadores. Este fenómeno ha estado dominado por un proyecto económico y político diseñado en Washington y ha favorecido, es obvio decirlo, a los intereses de la superpotencia norteamericana y sus aliados trasatlánticos, particularmente. En sí, Chévere Hernández juzga negativamente la presente etapa o transición de la globalización, pero deja muy claro que en sí misma no es intrínsecamente negativa. En esto coincide con célebres economistas como Joseph Stiglitz y Dani Rodrik, quienes ponen el énfasis en la gobernanza del proceso y su reforma. Las críticas están dirigidas a denunciar la falta de democracia de los nuevos actores internacionales no gubernamentales y gubernamentales y el reparto desigual de sus beneficios y costos. De tal suerte, que el propósito en esta coyuntura es hacerla más justa y democrática.
La escala y profundidad de la crisis económica y sus nocivas ramificaciones; los recursos institucionales existentes y su cuestionable legitimidad; las asimetrías de poder entre los actores del sistema; y la aparición inobjetable de nuevos polos de poder son todos hechos que obligan a los miembros de la actual sociedad internacional a la revisión, búsqueda y construcción de nuevas alternativas de organización política y económica, y de mecanismos de cooperación internacional a los ya existentes. Como se puede apreciar, la tarea es monumental y desafiante debido a las características de la actual sociedad internacional: el número y la heterogeneidad de los estados (demografía, riqueza y poder militar, tradición jurídica, régimen político, identidad y cultura); la característica estructural del sistema internacional (una sociedad sin gobierno, descentralizada y multipolar, al menos en lo económico); la emergencia de nuevos actores no estatales con capacidades cada vez más notables de poder e influencia; las múltiples amenazas como el terrorismo de todo signo, el calentamiento global, el crimen organizado transnacional, las crisis financieras recurrentes, y la inestabilidad política crónica de numerosos países y regiones; y los variados intereses económicos y geopolíticos en juego. Todas las sociedades cambian, y la sociedad internacional no es una excepción. Se puede decir, con cierta cautela, que nos hayamos en el curso de un cambio cualitativo de las estructuras económicas y políticas del orden internacional que se originó al finalizar la Segunda Guerra Mundial. La reciente crisis financiera y económica da cuenta, pues, de una etapa inédita en la evolución de la globalización, que nos demuestra que los destinos de los pueblos y las naciones están atados como nunca; y, como nunca, los riesgos y desafíos para el total de la humanidad fueron tantos.
Podemos estar o no de acuerdo con el planteamiento que nos ofrece este libro, pero de lo que no tengo duda es que este trabajo se suma a otros importantes esfuerzos para esclarecer los tiempos que nos tocan vivir, con rigor intelectual, claridad y destreza expositiva que humildemente aconsejo revisar con detenimiento, de cara al futuro que se avizora, como bien lo apunta Ernesto Chévere Hernández, incierto y desafiante.
Lista de referencias:
Chomsky, N. (2007). El nuevo orden mundial (y el viejo). Barcelona: Biblioteca de Bolsillo.
Gilpin, R. (2003). El reto del capitalismo global. La economía mundial en el siglo XXI. México: Océano.
Held, D. y Mc Grew, A. (2003). Globalización/antiglobalización: sobre la reconstrucción del orden Mundial. Barcelona: Paidós.
Kissinger, H. (1995). La diplomacia. México: Fondo de Cultura Económica.
Naim, M. (2008). ¿Salvarán los pobres la economía del mundo? España: El País.
Lista de imágenes:
1-3. Banksy.
4. Portada de Estudio histórico de las etapas de la globalización: perspectivas y retos ante un futuro incierto (Editorial Calamar), de Ernesto Chévere Hernández, 2015.
5-7. Banksy.