De eso yo sí sé

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Frecuentemente nos encontramos con personas que no tienen problema en expresar su opinión sobre prácticamente cualquier tema. Estas personas parecen estar versadas en todo tipo de asunto y reflejan tener un conocimiento absoluto sobre el tema del cual se les pregunte. Esto no necesariamente exceptúa a algunos de los moderadores de programas de análisis político y opinión pública que se transmiten a través de los medios de comunicación masiva.

En la década de los cuarenta, el sociólogo Paul F. Lazarsfeld (1944) utilizó el término “líderes de opinión” para designar a aquellos individuos cuya opinión influía en las decisiones electorales de sus pares. Aunque el término se refiere a aquellos que llevan “la voz cantante” dentro del público de los medios de comunicación masiva, en este escrito se utilizará el término para referirse a aquellos expertos o “pundits” de los medios de comunicación que informan, muy a su manera, al público. Cabe preguntar, ¿quiénes pueden ser considerados líderes de opinión? ¿Por qué el público confía en los llamados analistas políticos y expertos en opinión pública? ¿Cuál debe ser la postura del público y de los medios de comunicación ante estas personas?

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En 1940, Lazarsfeld se dio a la tarea de investigar cómo el público recibía y manejaba el mensaje político y cómo esta comunicación influía en la manera en que este votaba. Previo a la investigación de Lazarsfeld, se creía que la única influencia que el público recibía era únicamente aquella que provenía directamente de los mensajes políticos. A tales efectos, el objetivo de las campañas políticas era llegar al mayor número de personas. Sin embargo, Lazarsfeld (1944) descubrió que el mensaje político destinado al público era inicialmente interpretado por los líderes de opinión —individuos que eran parte del público general, los cuales estaban bien informados sobre acontecimientos de política y quienes eran considerados como fuentes fidedignas de información por sus pares— y distribuido por estos al resto del público.

Muchos analistas políticos y expertos en opinión pública, que conducen o participan en programas en los medios de comunicación, asumen el rol de líderes de opinión. La seguridad con la que presentan sus argumentos les gana la confianza del público (Surowiecki, 2014). Además, mediante el uso de lenguaje popular intentan lograr cercanía con su audiencia. En Puerto Rico abunda este tipo de experto. Individuos que, por el hecho de tener algún grado académico avanzado o contar con algo de elocuencia, profieren sus opiniones a diestra y siniestra, usualmente sobre temas políticos, aunque, de vez en cuando, se convierten en autodenominados especialistas en política pública, comunicación política y hasta en relaciones públicas. Su imagen de experto, construida por los medios de comunicación que le sirven de “hosts”, se desarrolla mediante la descripción que hace el medio —a través de los anuncios de promoción del programa en el que aparece el experto— de aquella experiencia profesional específica o grado académico que los convierte en expertos en la materia que sea.

Una vez se establece la autoridad del experto, se busca establecer una conexión con el público mediante el uso de varias tácticas. El experto trata de conectar con su público mediante el uso de un tono familiar —en muchas ocasiones paternalista— y a través del uso de lenguaje popular humorístico. Esto tiene como objetivo que el público considere al experto como representante ejemplar de su comunidad, reduciendo así cualquier resistencia inicial a la figura y mensaje que el experto transmita. Sin embargo, la manera en la que algunos medios de comunicación manejan la figura del experto y su acercamiento al público, puede restarle rigurosidad y credibilidad al proceso de discusión del tema al cual el experto hace referencia.

Otra de las tácticas, utilizadas por algunos expertos para lograr una conexión con su público, es presentarse como el defensor de los intereses del público. Esto mediante su interpretación de noticias y otros eventos de actualidad que tengan relevancia para la audiencia. Aquí el público entiende que la información le llega de “alguien que sí sabe” y cuyo interés principal es protegerle de una supuesta tergiversación de información por parte de otros. Es en este punto en el que la audiencia transfiere su responsabilidad y capacidad de analizar información al experto y subordina su opinión —y su posterior acción sobre el tema— al análisis del experto.

 

Aunque todo el mundo tiene derecho a opinar sobre el tema que le plazca y a considerarse un experto en alguna materia que entienda conoce a profundidad, esto no necesariamente tiene que catapultarlo a él y a su supuesto “expertise” a los medios de comunicación masiva. Por otro lado, los medios no solo deben fijarse en el nivel de “showmanship” del experto y en el alza en “ratings” que este pueda generar, para desarrollar programación que tenga como eje central al experto. Como parte de una sociedad que se supone sea pluralista, los medios de comunicación deben considerar la inclusión —en programas relevantes— de expertos que inyecten diferentes puntos de vista y niveles de experiencia a la discusión de temas de interés público. Esto podría evitar que se endiose la figura del experto, a la vez que se le provee al público visiones alternas en cuanto al tema que se discuta.

Por otro lado, el público no debe considerar como verdad absoluta todo lo que lee, escucha o ve en los medios de comunicación. El experto no necesariamente es un ente neutral y su explicación de un asunto particular puede provenir de su opinión —no profesional— sobre un tema, como también puede tener como origen alguna otra motivación personal. El público debe entender esta realidad y exigir a los medios de comunicación que incluyan a diferentes expertos en su programación. Finalmente, una de las responsabilidades del público estriba en investigar aquellos temas que son fundamentales para el buen funcionamiento de la sociedad y en no aceptar de manera automática los juicios de algún experto. Esto lo coloca en control sobre sus opiniones y puntos de vista y no lo subordina a las opiniones de otro.
 


Lista de referencias:

Lazarsfeld, P. F. (1944). The election is over. Public Opinion Quarterly8(3), 317-330.

Surowiecki, J. (2014). Punditonomics. The New Yorker, (7).


Lista de imágenes:

1. Liza Donelly, Beware Punditry, 2012.
2. The Portland Morning Oregonian, 1930.
3. Vance Rodewalt.