Comenzando el mes de noviembre, el pintoresco Almanaque Bristol hace su acto de aparición anual en farmacias, colmados de esquina, tiendas de pueblo y algunos semáforos. Quien no lo compre, que después no se pregunte por qué tiene el pelo feo, por qué se le echó a perder el cultivo de cebollas, o por qué sigue con deudas y sin dinero para pagarlas.
Para el sujeto urbano y moderno que tiene acceso a Google, que puede ver la trayectoria de un huracán en tiempo real, tiene un teléfono celular que toma fotos y deja saber a los amigos dónde en el planeta está parado, es difícil comprender la importancia que tuvo (y sigue teniendo) este panfleto de 30 y pico de páginas. El Almanaque Bristol ha sido un oráculo de bolsillo por 181 años. Contiene todos los datos astronómicos, meteorológicos y religiosos que, aunque a veces imprecisos, siguen siendo imprescindibles en el quehacer diario. En los países de habla hispana, el Almanaque Bristol es la guía por excelencia y uno de los textos más vendidos y consultados en esta época del año.
El farmacéutico y químico Charles Bristol, cuya faz congelada en el tiempo ilustra la portada del pequeño folleto color mamey, creó el Almanaque Bristol en 1832 en Nueva Jersey para aconsejar a sus pacientes en cómo tomar los medicamentos de forma correcta, y para promocionar su jarabe de “zarzaparrilla” (para restaurar y depurar la sangre). Para hacerlo más interesante, poco a poco se le fueron añadiendo otros datos útiles. Para el campesino, el almanaque tiene información esencial, como las salidas y puestas del Sol y la Luna, las fechas de eclipses, tanto como los cálculos climáticos y astronómicos que son indispensables para organizar siembras y cosechas. Para los pescadores, se incluyen predicciones de las mareas y recomendaciones de los mejores días para la pesca. Para éstos y otros lectores, están el horóscopo, las fechas de festividades católicas y el santoral para cada día del año.
Hoy día los niños le deben su nombre a las celebridades que obtienen quince minutos de fama. Pero en tiempos pasados era usanza común e invariable bautizar a un hijo con el nombre del santo del día de nacimiento en el Bristol. Si el niño nacía, por ejemplo, el 13 de enero, tenía que llamarse Gumersindo; si el 4 de junio, Filemón; el 9 de noviembre, Agapito, y así por el estilo. Muchos estarán agradecidos de que existe tal cosa como cambiarse el nombre, porque algunos de los nombres recomendados son Nazaianceno, Ticiano, Espelusipo, Obdulia y Rufina.
En 1856, la firma Lanman y Kemp Barclay compró la farmacia de Bristol y comenzó a utilizar el almanaque como vitrina de ventas para sus productos de jabonería y perfumería. El producto más famoso es el Agua de Florida, que además de ser utilizada como fragancia personal y purificador de aire en las habitaciones, era el remedio infaltable para socorrer a las personas desmayadas. Todo eso por el mismo precio. Los recintos en donde se velaba un difunto emanaban el inconfundible aroma que producía la mezcla de barniz de ataúd, llanto y Agua de Florida.
Otro producto que se anuncia es el Tricófero de Barry. La cubierta del frasco tiene un dibujo de una mujer con un cabello exuberante que le cubre casi todo su cuerpo desnudo. Las mujeres que soñaban con tener un cabello hermoso usaban el Tricófero. Uno que otro hombre con incipiente alopecia, también secretamente se lo untaba, con los dedos cruzados además, para mantener su escasa cabellera. A decir verdad, estas prácticas no son muy diferentes a las mujeres que hoy día utilizan tratamientos de Pantene o Sebastian para mantener una frondosa caballera, o a los hombres que se hacen implantes de cabello. Hablando de cabellos, aquellos interesados en cortarse el cabello pueden también consultar el almanaque para encontrar las fechas más adecuadas para el moche.
El almanaque también promueve otros productos, como el jabón de Reuter, para mantener terso y lozano el cutis y atender esos fastidiosos granos de la cara; una crema de perlas para quitar manchas y pecas; las pastillas vegetales de Kemp para expulsar las lombrices de los niños; el pectoral de anacahuita como remedio para la tos; las píldoras laxantes de Bristol; y, por supuesto, el aceite de hígado de bacalao.
¿Cómo es posible que el Almanaque Bristol siga procurando ventas, aún cuando una gran parte de su información es imprecisa y los productos que promueve no se encuentren en ninguna parte? Debe ser que es una publicación que continúa fiel a estilos de vida que ya se fueron, pero no queremos olvidar. Aunque ya no viene con un hueco para el clavo y un cordón para colgarlo dondequiera, y su característica Tragicomedia en ocho cuadros no hace reír ni al más alocado de los ingenuos, el Almanaque Bristol no pasa de moda. Testimonia tradiciones bucólicas que se comparten en toda la región hispana.
Mientras los meteorólogos actuales y sus satélites apenas se atreven a pronosticar las lluvias de mañana, si mucho, el Almanaque Brístol dice a pelo las lluvias a doce meses de vista. Uno y otros pronosticadores que han hecho del estado del tiempo una noticia de todas las horas, se les debe creer, pero con un paraguas debajo del brazo y un buen abrigo en el carro.