La democracia es una mentira: Exilio

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La Democracia es una Mentira,es un graffiti relativamente reciente, que me saluda todas las mañanas en un muro frente a mi casa. Siempre me recrea el mismo entusiasmo melancólico de que “aún queda gente consciente en este País” para poder, de esta manera, intentar “enfrentar al mundo” o por lo menos, al mundo puertorriqueño en su plétora de frustraciones, trivialidades y actos de grandes y pequeñas violencias diarias. A partir de esta inspiración presento este escrito dividido en tres partes y enfocado en tres ideas principales:  exilio, falsa conciencia y hegemonía. Está imbuido además, por algunas de las ideas de Edward Said, Terry Eagleton y Antonio Gramsci, como puntos de reflexión y comentario a la realidad político-social puertorriqueña contemporánea.  

Exilio

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En uno de sus ensayos mas enigmáticos, Reflexiones sobre el exilio (1984), el critico cultural palestino, Edward Said, establece la contradicción inherente en el concepto del exilio como constructo intelectual y como experiencia real. A pesar de que la idea del exilio puede ser “misteriosamente fascinante” es, al mismo tiempo, devastadora como vivencia concreta. Como respuesta política, el exilio es una pérdida con consecuencias permanentes —aún dándose el regreso— “del territorio y la geografía, de las tradiciones y lo familiar”;  y esto, en aparente contraste con la ideología y promesa nacionalista, la cual es “la afirmación de la pertenencia, del espacio, de la gente, de la herencia”.   

Si el nacionalismo se refiere a la pertenencia al grupo, el exilio, en contraste, es fundamentalmente una experiencia en solitario: o el estar inexorablemente fuera del grupo. Con esto se sugiere una relación dialéctica entre el exilio y el nacionalismo; o lo que Said describe, en referencia a Hegel, como la dialéctica entre amo y sirviente, “opuestos que se informan y se constituyen entre sí”.  Para Said, “todos los nacionalismos, particularmente en sus inicios, conllevan una forma de enajenación, o distanciamiento (estrangement),” en otras palabras, una especie de exilio. Esto nos recuerda los planteamientos del reconocido teórico del nacionalismo, Ernest Gellner, cuando afirma que, como proyecto político, el nacionalismo siempre carga con una capacidad de “amnesia”, u omisión considerable, no solamente de eventos históricos —de atropellos, exclusiones o exterminios— sino de grupos sociales.  (A manera de comentario es interesante señalar que anterior a la Revolución Francesa de 1789, en Francia existían más de 100 dialectos, entre estos el francés; pero es a partir de esta capacidad de amnesia —y del poder político de un grupo dirigente— que resulta victorioso el francés, como el idioma de la “nación” francesa).

Abundando sobre este particular y a partir de la literatura anti-colonial, representada por los escritos de Franz Fanon, Aimé Césaire o Blaise Diagne, que se desarrolla en apoyo a los movimientos de liberación nacional, corrientes políticas que se desataron en el período de la posguerra, se comienza el proceso de descolonización y de rescate de la historia y sus omisiones. Ya en la segunda mitad del siglo XX, se continúa desarrollando este discurso en los trabajos de un sinnúmero de autores:  desde el grupo de escritores post-coloniales del Center for Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmingham, en Inglaterra, hasta el círculo teórico de Subaltern Studies, grandemente representado por un nutrido grupo de escritores de la India (Gayatri Spivak, Partha Chatterjee, Benita Parry y otros)

En todos estos trabajos posteriores se acentúa el tema de las exclusiones o fragmentaciones profundas, de clase social, educación, empleo, raza, género, orientación sexual y otros —que enmascara la ideología nacionalista burguesa para la experiencia real del tercer mundo. Ahora bien, el elemento sugestivo que nos enfatiza Said es que a pesar de estar excluido, el exiliado no es un ente extraño a la nación, como lo pudiera ser un extranjero, sino alguien a quien se condena al destierro, o a la pérdida de la geografía y lo familiar, a pesar de su pertenencia. Con su presencia, bien sea literal o simbólica, el exiliado representa una realidad contradictoria e intolerable al proyecto nacionalista-unitario: alguien que no se ajusta a la definición del mito de la nación y la necesidad esencialista de este discurso de erradicar las diferencias marcadas (diferencias que pueden incluir desde los negros hasta los Nuyoricans, los cafres, los homosexuales, etc. según el contexto histórico).  

Dada la relación conceptual entre la modernidad, el nacionalismo y el exilio, me parece que este último concepto pudiese tener una aplicación útil como constructo intelectual, alegórico y evocativo, en las discusiones en torno a la encerrona política-nacional puertorriqueña. A partir del intento modernizante de la primera mitad del siglo XX; y esto a su vez, luego de la invasión norteamericana del 1898, los puertorriqueños se han visto forzados a experimentar pérdidas regulares de emigración a la metrópolis, históricamente por razones de necesidad económica imperiosas, pero también, y más recientemente, por razones de educación avanzada y desarrollo profesional en algunos sectores. En todos estos ciclos de emigración voluntaria o involuntaria, el prejuicio y discrimen, de distinto tipo y según la experiencia, ha sido una característica común, siendo las frases de marcado racismo condescendiente, you don’t look Puerto Rican, emblemáticas del grupo en la metrópolis y es que es un Nuyorican y no un puertorriqueño, observaciones habituales en Puerto Rico.  

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Bastante se ha escrito sobre estas experiencias, pero menos sobre la experiencia de “destierro y pérdida permanentes”. Es decir, el exilio que sufren algunos de estos puertorriqueños, inclusive sin nunca haber abandonado el País. Y es aquí donde veo la utilidad de continuar explorando las ideas de Said:  en nuestro caso, el destierro interno que vivimos gran parte de los puertorriqueños ante el saqueo sicario —político, económico y social— que experimentamos a diario, al igual que la marcada pérdida en la sociedad civil de un comportamiento mínimamente solidario. Todo esto nos obliga a reflexionar sobre un  regreso, a pesar de lo conflictivo del término, como muy bien entendió Said, a un nuevo sentido y definición de la pertenencia y la comunidad.