Los amamantados

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I

Para Petra es difícil aceptar las actuales acciones del señorito. Desde que cumpliera lo que se considera la mayoría de edad para un joven hacendado, sus intereses han ido cambiando. Mientras fue un bebé pálido, regordete y feliz, que sonreía nada más acercarle Petra sus pechos pletóricos de alimento, nunca hubo problema. Tampoco ha sido problemático para la esclava canalizar la ansiedad que le ocasiona al señorito ir a la escuela en San Juan. 

El primer día que es ingresado al aula de los famosos maestros apellidados Cordero, le comienza una erupción en la piel. En la sala de clases a la que han asignado al pequeño Jonás, hay otros niños del latifundio, muchachos y muchachas de buenas familias blancas propietarias y, a su vez, de esclavos, peones y capataces. La mayoría son conocidos del señorito: han jugado juntos; entrenan esgrima y montura a caballo; asisten a fiestas y bailes, en las afueras y en las propiedades cercanas de la zona. Tanto el Maestro Rafael como su hermana Celestina imparten clases a otros niños negros, algunos de origen bozal, otros son mulatos, mestizos y hasta cuarterones nacidos en la isla. Pero no mezclan los grupos de púberes morenos con los mozos blancos, por lo que se descarta enseguida que el padecimiento es motivado por estar en contacto directo con criaturas bestializadas como aquellas.

Así pues, el boticario diagnostica una condición de desapego, provocada por el cambio de ambiente. La dueña de la Hacienda Cartagena, ama y señora a su vez de Petra, ordena de inmediato que la negra ladina acompañe al señorito a sus clases diarias, se estampe a las puertas del patio interior de la residencia Cordero, y ofrezca la teta al chiquillo cada vez que este lo requiera. Petra obedece e incluso sale beneficiada con el arreglo, ya que en las horas de espera no realiza mayores trabajos que no sean el tejido de los ropajes de lana de su amamantado, Jonás Cartagena. Además, se le debe tener a disposición alimentos en buen estado y abundantes candungos de agua, para que la leche que ella prodiga al querubín, sea cuantiosa y de la mejor calidad de nutrientes. La comezón provocada por el sarpullido del jovencito desaparece al cabo de unos días. 

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II

Petra ha nacido en San Juan Bautista y es descendiente mandinga por vía de su abuela materna, contado por ella misma en noches de nanas y corroborado por el propio señorito cuando cuestiona el origen de los esclavos que le pertenecen al Maestro Cordero. Con atípica obsesión, y mientras ha ido creciendo en estatura y años, Jonás insiste en discutir varias veces el tema de su procedencia. Es así como se familiariza con una cartografía encontrada en el despacho de su fallecido padre, en la que se demarcan los territorios entre Cabo Banco y Cabo Las Palmas, Senegal, Cabo Verde y Sierra Leona en el continente africano. Celestina Cordero con paciencia le va explicando la ruta de tránsito, para saciar la curiosidad púber. Recuerda el muchacho el día que en secreto hace una pregunta al pequeño grupo de jovencitos blancos que como él se educan. Inquiere sobre el servicio de las negras esclavas; cuestiona el por qué se les estima a algunas de ellas, si debieran ser bestias de carga, si debieran ser inferiores. Interpela incluso sobre la abolición, un tema que ha escuchado por lo bajo a algunos hombres cuando se dirigen a las tabernas. "Abolicionista", palabra comprometedora aquella. Crecer y luchar por el bien de todas y de todos. Liberar a seres no liberados. Forjar un mejor mundo. Hace cuestionamientos porque no entiende. Pero otro de los chicos, en voz baja, le contesta: "Dice mi padre que las negras están aquí solo para montarlas. Se disfrutan mejor que las blancas". Jonás Cartagena reacciona sorprendido, y ya no es el mismo. 

III

Así pues, las fijaciones del señorito en la actualidad no se centran necesariamente en mamar las ubres a Petra para procurar alimentación. De un tiempo a esta parte, el muchacho alto y fornido de catorce años, que ya va tomando las riendas de la hacienda heredada, asedia en las noches el cuarto de las esclavas y en ocasiones, incluso, se detiene en silencio muy cerca del catre de hojarasca de Petra. Ella lo ha visto y se hace la dormida; continúa respirando como si roncara, para dar la impresión de que desconoce aquellas intenciones. Durante el día, se da cuenta también que el señorito la sigue a escondidas, que se le acerca para olerla mientras ella lacta a otros bebés españoles y criollos, que le toca las piernas por cualquier excusa, que la dibuja en pedazos de papel que luego esconde para restregárselos por todo el cuerpo cuando yace solo. La semana pasada Jonás se colocó en un lugar estratégico entre el cuarto de lavado y unos matorrales. Petra percibió su presencia cuando ya era demasiado tarde, y el señorito frotaba hacia atrás y hacia adelante el pedazo de carne y piel con el que los hombres blancos violan a las de su especie.

IV

Pasados unos cuantos días, Petra es asignada a ejercer de nodriza a los mellizos recién nacidos de la hermana de su ama y señora, madre del propio Jonás. La ama desea que sus sobrinos crezcan y se desarrollen con tan buena disposición y tan buen talante corporal, como lo había logrado con el adolescente hacendado. La tarde del bautismo de los gemelos, los entregan a Petra para que los alimente al mismo tiempo en su regazo. Después de amamantar a los chiquillos, Petra atestigua cómo se los llevan en medio de un séquito celebratorio dirigido a la catedral. Todos los integrantes de la familia Cartagena y varios de los oficiales de la hacienda se dirigen hacia los actos sacramentales que, según tenía entendido, realizaría el propio señor obispo. Todos regresan tarde, rompiendo el alba, ya que luego del bautizo habría comilona. Todos menos Jonás, que vuelve al par de horas, solo.

Petra teje, a luz de vela, dos pares de botines para los mellizos en una de las alcobas. Le molestan los senos, más bien le duelen, ya que, al amamantar a dos, sus pezones reciben la doble estimulación típica de estos casos y se precipitan a expulsar el calostro. Le chorrea leche por todo el vientre. El señorito llega. Abre y cierra todas las puertas. Busca en todas las habitaciones. Se le queda mirando al hallarla. Acerca sus pasos hasta el sillón y de un movimiento de manos, con sus dedos, desamarra los cordones de la blusa de algodón confeccionada especialmente para las negras amamantadoras. Petra cierra los ojos, vencida, incrédula ante el nuevo vejamen que ahora la convierte en algo diferente para aquel niño.

Jonás palpa las tetas de alabastro, de color jaspe oscuro. Pechos mandingas, de sabor meloso, presos de un caudillaje senegalés, se yerguen frente a él. Pieles descendientes de algún imperio guerrero. Ha leído sobre los ancestros de Petra en el documento de Cartas de las Indias y Nuevas Colonias de 1793. Se lo ha memorizado. Desea, en cualquier ocasión, regalarle aquel detalle de conocimiento a Petra. Quiere recitarlo. Cantarlo, si hubiera la oportunidad y fuera posible. Decírselo a ella y a su cintura. A sus muslos. A los senos negrísimos. Jonás se arrodilla y, ante la cascada cremosa, pega sus labios. Se los echa a la boca. Succiona fuerte y comienza a mamar; mientras cubiertas las mejillas de lágrimas, le abre las piernas.


Lista de imágenes:

1. Eric Lafforgue, Bodi Tribe Woman Omo Ethiopia
2. Vanessa Beecroft, Black Madonna with Twins, Beautiful Breastfeeding
3. Blue Earth Alliance

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