Instrucciones para el viajante

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I. L'esclat de la bombolla: ¿(pos)modernidad gaseosa?
 

Burbuja en mitad del desierto, aire entre el vacío. La burbuja, toda artificio, realmente no explota. Se mantiene, con la piel estirada, a punto para la explosión, al borde del gran pet. No lo hace, sin embargo. Toda la vida, aunque artificial, dentro de ella. La muerte afuera. Es una burbuja de aire que intenta no escaparse por los poros, por las rendijas. La explosión nunca ocurrirá, simplemente el globo se desinflará. Puede ser que el desierto nunca florezca, pero quizás aquello que había dentro de la esfera no fue nunca verdadera vida, sino mera ocupación del lugar sin peso. El enlloc, el "en ningún lugar" o "no-lugar", pues.

Y, sin embargo, los artificios son producidos y significados con cierta vitalidad (independiente de su valor ilusorio o verosímil), y ahí, donde se juegan también los espejismos del desierto, las supuestas defensas contra el vacío, contra el "exterior" (lo que está "ahí afuera" esperándonos), la muerte y eso que espinosamente podemos llamar lo "Real", está esa figura curiosa del viajero y su mueca curiosa, el turista. Son modalidades de esa otra gran figura "El Observador", aquel que juega un malabarismo entre la distancia y la cercanía, el que ve en un instante y desde una distancia al "mundo como un escenario" (ese "primer teórico"). En fin, aquel que va más allá de las creencias sentimentales, del religarse, de los fetiches y seducciones de los encantamientos, y con ello "vive una experiencia" ( también un "salir-de sí") y experimenta las cosas de forma distinta a la multitud. Gracias a ello puede "re-presentarlas" (o inclusive devolvérnoslas) con una supuesta claridad y precisión. No hay sesgo, no hay trampas ni  trucajes en sus "viajes", las cosas se presentan "tal cual como son". Sin embargo, esta visión tan prodigiosa y alienada, produce muchos mal-entendidos, idiotez y locura, y no hay que olvidar que el viajero, como todo observador "bajo el sol", extiende su sombra de acuerdo al pasar del tiempo, su localidad, su propia constitución y mirada tiempo y espacio, como paralelos o metáforas uno del otro: ya Benjamin nos advirtió contra el querer recontar el pasado "tal y como sucedió".

Aquello que podemos llamar "lo Real" nos hace poco caso (o hace poco caso inclusive a la burbuja) y las cosas pueden tanto ir de una manera como de la otra. Explosión o desinflamiento, duplicación o sustentabilidad, la burbuja, ese "no lugar" está ahí y no es el dios de Berkeley el que la mantiene, sino el "desierto de los ojos". Se trata, entre otras cosas (que van más allá de los que este particular viaje nos permite), de esa forma aparentemente voluntaria y móvil de "vacarse/hacerse vacante", en aquel que observa para vigilar, asegurar, saber y saborear sin con ello tener que vivir con las contingencias, pasiones, pesares y afectos del "estar ahí/ser de ahí".  

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II. Ese viaje de (y con) la burbuja (Burbuja, vanidad y artificios)
 

Hay cierta fascinación con la burbuja, y no es de sorprender que llamara la atención de los pintores que buscaban hacer visible la "vida en suspenso", ese exquisito limbo en donde se ponía en juego el pasar del tiempo como "marca-pasos" de la mortalidad. También remitían a las viejas tentaciones teológicas de la concupiscencia agustina y las advertencias en el Eclesiastés respecto al "sin-sentido" (ese "correr tras el aire"), esa "vanidad de las vanidades", que va de la mano con que "no hay nada nuevo bajo el sol". La burbuja era solo una de muchas figuras alegóricas, junta a otros elementos concretos destinado al consumo (frutas, frescas o podridas), el adorno (flores, pinturas, trajes de "moda") o la morbosidad (el cráneo "pisa-papeles"). Mal-traducido, pero bien ejemplificado, esta representación de las "vanidades" formaba parte del arte del "bodegón", de la "Naturaleza muerte" o el Still-life y, en otros registros, los particulares "paraísos artificiales" de Charles Baudelaire, Walter Benjamin e incluso de Hunter Thompson (dado a que no hay otra manera para bregar con el particular atavismo de Las Vegas, el gran ejemplo de La Burbuja).

No hay nada per se desdeñable ni carente de vitalidad con "tripear" con y en "lo pasajero", con y en aquello que pone en escena las ficciones verosímiles que sostienen y otorgan intencionabilidad  y sentido a las jornadas, viajes y encuentros con lo efímero, con lo regular y con lo cotidiano. En otras palabras, estas "vanidades" son una avenida parcial e impresionista de lo bello, en tanto y en cuanto son una puesta en escena del "sin-sentido" de lo "Real", y mediante ello capturan el instante y buscan con ello gozar de su aparente cercanía y de "hacer accesible" la "felicidad", siempre "pasajera". En otras palabras, ejemplifican ese "viaje-pasajero" que es la mortalidad, no ya como simple castigo, déficit o destino endeudado (quizá redimible en la muerte), sino como condición de posibilidad de gozar, beber y disfrutar del "estar-en el mundo".    

Aún así, "lo pasajero" en el siglo XX y XXI ha padecido unas transformaciones serias, debido a que los goces son bienes y utilidades reguladas (y regulables), en una red que se presenta indefinida pero "personalizada", fácilmente "tailor-made" y "asegurada" (hoy en día presentable como un contrato en blanco, que puede cancelase y cambiarse en cualquier momento, pero que necesita y tiene ya tu "firma"). La promesa de una inocencia y a-legalidad madura de un espacio neutral e inmune que te lleva a cualquier "lugar" pasajero, que jamás es ni será tu actual o pasada estadía (porque sin ese referente nada de esto tuviese sentido o razón de ser), hace de todo potencial viaje una "jornada vacacional" (qué fuera de las vacaciones sin las miserias "meritorias" del jornal) y por consecuente una "atracción turística" (ese magnetismo e hipnotismo que promete curar los malestares constitutivos de la condición humana).

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III. "Soy o no soy": tropiezos y mal-entendidos entre el viajero y el turista
 

Un amigo parece coleccionar países. Va tachando de una lista aquellos que ya ha visitado y ansía ir recortando el número de aquellos que todavía no ha pisado. Como en el caso del Willy Fog de Verne, se trata de un tipo de reto, de estadística, de competición deportiva implícita, de alcanzar un récord que no puede no ser cuantitativo. No es que mi amigo no se interese por los lugares que visita: lee acerca de ellos, se provee frecuentemente de guías locales, visita muchas veces lugares poco "turísticos", fotografía paisajes, personas y edificios, comparte esas imágenes a su vuelta. ¿Es un viajero o un turista? El estar una o dos noches en cada lugar, en cada ciudad, el visitar varios países durante el mismo periodo vacacional, ¿qué implica? Tendemos a coleccionar nombres y lugares, a "aprovechar el tiempo", a desplazarnos por el espacio sin realmente experimentarlo, contamos  sitios (más que enumerarlos, los numeramos), nos movemos entre ellos, pero apenas los vivimos.

Personalmente, pocas veces he experimentado realmente un lugar "ajeno". Es, puede ser, una cuestión de tiempo, pero no se trata solo de eso: el que conoce que su estancia es temporal y tiene un horizonte de tiempo preestablecido, ¿puede experimentar, integrarse, arrimarse con el lugar? Walter Benjamin reflexionó sobre ello, él, que en múltiples ocasiones dependía de la improvisación o la benevolencia de otros, y parece que en alguna ocasión se encontró "en casa" en lugares ajenos, como en algún rincón de Eivissa. Como explica el pensador muerto hace tres cuartos de siglo, la primera vez que se vislumbra, en la lejanía, un lugar, este se nos presenta de una forma única e irrepetible, de una manera además en la que no concebimos la diferencia entre proximidad y lejanía espacial. Con el paso del tiempo, la frecuentación del lugar nos permite ya no perdernos en él, familiarizarnos del tal manera que pareciera que ya somos sus habitantes. Es solo entonces que el ritmo de la vida del lugar de algún modo queda interiorizado en nosotros, que las experiencias, sonidos, olores e imágenes nos quedan impregnados y naturalizados de tal manera que, algún día, ya lejos, podremos añorarlos, quizás incluso revivirlos cuando una sensación inesperada, una memoria involuntaria, nos traslade —nos retorne— a ese otro tiempo y lugar, a ese otro yo perdido en un pasado quizás olvidado pero latente.

Claro, también se precisa ser acogido, invitado y bienvenido, y aún si se es "presentao", es para dialogar y fidelizar con ese lugar.  En ese sentido, se tiene que salir de la exclusividad y de las demandas "individualistas" que buscan acomodos y asimilaciones forzadas. El turista, como una modalidad  banal del "visitante" y no pocas veces del "evaluador", exige tener un "derecho natural" y un "favor económico" que le permite entrar en todo lugar y ser una especie de "presentao desinteresado" e "inocente" (¡qué oximorón!). El turista es un "visitante pasajero" que va de paseo sobre un paisaje que no es suyo pero está a su servicio. No olvidemos que no pocos "paseos" (inclusive subterráneos) conllevaron una destrucción descomunal, un desplazamiento, un desalojo y un vaciamiento, en nombre de la rehabilitación y la higienización, de toda aquella vida que se consideró "impresentable". 

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Reiteramos sin pensarlo mucho que el hábito no hace al monje, que el nombre no hace la cosa, pero ¿es así? Hubo un tiempo en el que tanto campesinos como marineros eran capaces de hilvanar historias. Los primeros, apegados a la tierra, sabían el nombre de cada cosa, denominaban la mínima variación que pasaba inadvertida al forastero, pero no podían hablar del lugar que habitaban y, en todos los sentidos, cultivaban y nombraban. Los segundos conocían vientos, corrientes, así como las características y cómo se veía cada una de las costas y puertos que frecuentaban, además de poder leer el cielo para prever el tiempo y orientarse incluso durante la noche. Aún es así, pero su visibilidad y presentabilidad es cada vez menor en una sociedad que al parecer gusta de su descomunal apariencia. Hoy en día, una sociedad tan obsesionada con el conocimiento, el saber y la información, tiende a hacer lo contrario cuando "viaja como pasajero", en-si-mismada en sus "miserias narcisistas" (como gusta llamarlas un amigo de "La Escena"), y con ello desaloja, ignora y eclipsa a los/sus habitantes. Se eclipsa cada vez más la diferencia entre el lugar y el "no lugar", entre el viajero y el turista. 

Siguiendo parcialmente el andamiaje de Marc Augé, el turismo y el "no-lugar" parecen ir de la mano, en particular si asumimos por "no-lugar" todos aquellos espacios de desplazamiento calculado y de simple transición. Estos "pasajes" no son simples "experiencias efímeras" o "parti-oculares", dado que estas pueden tener su belleza (decadente o iluminante, da igual), sino "medios" que son confundidos por "fines", "experiencias corto-circuito" que en su forma más liviana son como una burbuja y en su forma más pesada son tanto una biosfera que opera como conservatorio (una especie de "campo" o "ambiente" en donde solo se circula) y un desierto prodigioso de atracciones (el "desierto de los ojos"). Si en las sociedades industrializadas se nace y muere en el hospital, se tuviese que matizar que también se vive, camina y pasea por espacios similarmente higienizados y regulados: la tele-oficina, el cubículo (o celda corporativa), el super-mercado, el mall, las autopistas, los aeropuertos, los hoteles e incluso muchos parques y museos que tienen como fin "atraer" una clientela especial, foránea y si es posible, idiota. Morir en estos espacios es siempre un estorbo y tiende a marcar el espacio con un aire de peligrosidad insegura, de infracción, terror y contagio ("uy, ya no se puede salir a ningún sitio/a la calle"). No se trata de un espacio poseído por fantasmas o memorias (so pena de los intentos de los difuntos y sus allegados), sino de un problema de tránsito ("ya por aquí no se puede andar tranquilo, de camino a...").

Son lugares que se presentan siempre como "(pos)modernos", "nuevos", "desarrollados", "progresivos" y en donde "nada debe pasar" (está todo acceso controlado, seguro y regulado), pese a que sea un "lugar pasajero". Estos "pasajes sin pasaje", cuyo coste es difícil de estimar, operan, por lo general, como si fuesen una especie de atajo, accesibles y cómodos (o similar a una comodidad), de facilidades o inclusive como espacios de re-creación. Si no lo fueran no tuviesen razón suficiente para justificar su presencia investida, su finalidad costo-efectiva o inclusive su económica (y loca) metonimia como posibles "lugares verdaderos" (la tienda que es tu familia, la oficina de trabajo que es tu "segunda casa", el hotel que es tu palacio de méritos narcisistas, la autopista que te abre paso como un buen anfitrión y que debes cuidar como el piso de tu casa, etc.). Esta particular "personalidad" de los "no-lugares", en ocasiones sobre-cargada y adornada con una pasta impenetrable, acentúa aún más su "sin-sentido", sus ganas inmensas de "presentar lo que no es".

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IV. Tripear con el no lugar
 

Los "no-lugares" no son habitados, sino simplemente usados. Si un lugar se define, si seguimos parcialmente a Augé, como "lugar de identidad, relacional e histórico", entonces vale cuestionarse como entonces "la pasamos" en el "no-lugar". ¿Se puede viajar en el "no-lugar"?

Algo sí se puede hacer, se puede tripear en y con el "no lugar". Es inevitable que gocemos, usemos y hasta abusemos de cualquier lugar,  sagrado o profano, lugar o "no-lugar". Ejemplos sobran en la literatura y en el cine, en donde las habitaciones de un hotel, un mall, un supermercado, una autopista o una oficina se conviertan en un espacio apropiado, luchado y (sobre)significado. Eso dicho, hay un aire de patetismo en este tripeo, y si hay alguna identidad, goce, felicidad y "fidelización" tal se debe no al "no-lugar" per se, sino a la voluntad e intencionabilidad de las personas en ese (o cualquier) "espacio", sus actos de resistencia, de obstaculizar, de inclusive hacer "un mal trabajo" (o un "mal uso"). Hay un gesto de hacer de lo descomunal algo común. En otras palabras, la infinita capacidad de jodedera que, por razones ajenas a muchos de los pensadores ilustrados, los seres humanos tienen, o mediante ello logran forjar espacios de solidaridad. Banal e idiota, sin duda, pero no por ello "malo". Eso dicho, tales tripeos se dan gracias también a la analogía que se traza desde el "lugar" (imaginario, simbólico o real), de buscar imitar, re-crear e incluso destruir un "lugar" en un "no-lugar". Aún en el desierto, con todo hecho pedazos, emergen no solo amuletos y fetiches, sino mitologías, tecnologías y afiliaciones (algo genialmente expuesto en la más reciente Mad Max). 

Tripear en el "no-lugar" es un modo exquisito de hundimiento, de vacuidad que no puede colmarse y de "pasar el tiempo" (sea para matarlo, para rellenarlo, sustituirlo u olvidarlo, como es propio de los "quita-penas").  Tripear no es sencillamente un modo alterno de "vacacionar" o de "volverse turista" (aún si en ocasiones parezca colapsar en ello), sino de experimentar y jugar con las potencias del cuerpo y del lugar. Tripearse el "no-lugar" es ya algo cínico, no pocas veces patético y, en última instancia, algo muy kitsch. El problema no radica en el tripeo per se, sino en cuando tal actividad opera, incesantemente, como un corto-circuito que eclipsa nuestros "pasajes" (y los de los demás), sus paradojas e incluso artificios. En otras palabras, cuando el tripeo se vuelve indistinguible del "no-lugar". 

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V. Objeciones: viajar como turista
 

Ya puedo imaginarme las objeciones, todas ellas legítimas: "qué viaje" este contra el turismo y contra las exploraciones y conquistas que han sedimentado todo eso que llamamos cultura y civilización. Si no fuese por todo esto, no tuviésemos ni gozaríamos de vivir en un "mundo globalizado", de conocer más espacios y culturas que antes, de poder con mayor facilidad ir a otros lugares y darnos las vacaciones que nos merecemos (a la vez que contribuimos a la economía del turismo). Si viajar se reduce siempre a andar como turista, pues sí, "todo es vano" en el peor sentido posible (y ya no es pasajero sino que se torna eterno), y hay mejores y menos costosas formas, tanto de viajar como de gozar de "lo pasajero". El que piense que existe un espacio puro, seguro e inocente que puede ser comprado, que  se valida con un "pasaje" desde un "no-lugar", y que puede ser móvil, transportable y "alienable", sin por ello no padecer ni sentirse afectado (o no afectar a otros), sufre de una locura incognoscible cuyo nombre aún no sé pronunciar (o practica el vivir en un automóvil hiperconectado y fácilmente accesible a fast-foods diversos). Esta locura está emparentada con los delirios de la objetividad y de una especie de "non-sense", no ya como un "sin-sentido" sino como algo que se presenta como ajeno al proceso mismo de significar-es un "no-sentido" que es más profundo que cualquier tedio, inhibición o narcosis. Es como decir que "lo vano" no es ya ni siquiera superficie o llanura. Este non-sense queda mejor representado en la noción del no-point-of viewcomo ejemplo de esa neutralidad, inocencia y vacuidad que, por razones más allá del sentido, justifica que ciertas observaciones se acerquen más a "lo Real".

Hay algo gracioso en imaginarse al turista perdido, topándose con los demás impresentables, lejos de sus demás parientes desatentos (degradaciones tristes del dandy imaginado de Baudelaire) como el hippie, el yuppie y el hipster. Abandonados de esta manera, lejos de su burbuja, y con una singular cara de espanto, dan tanto lástima como horror. Fuese bueno "asimilarlos", asumirlos como un kitsch no iniciado e invitarlos a tripear un rato, hacerlos salir de su vacación y ver en ellos no un accidente sino un síntoma muy peculiar de esa idiotez contagiosa del "no-lugar". Pensándolo bien, fuese útil precaver y escribir una instrucción para sobrevivir al apocalipsis turista-zombi.

 


Lista de referencias:

Augé, M. (1992/2000). Los "no lugares" espacios del anonimato: Una antropología de la ​sobremodernidad. Barcelona: Gedisa

Augé, M. (2003). El tiempo en ruinas. Barcelona: Gedisa.

Baudrillard, J. (1970/2009). La sociedad de consumo: Sus mitos, sus estructuras. Madrid: ​Siglo XXI.

Benjamin, W. (1992). Cuadros de un Pensamiento. Buenos Aires: Ediciones Imago Mundi.

Benjamin, W. (1991). Gesammelte Schriften, IV. Frankfurt: Suhrkamp.

Bretas, A. (2013). "The Eternal Return of the New-The Aesthetic of Fashion in Walter ​Benjamin". Proceeding of the European Society for Aesthetics, 5,150-162.

Delgado, M. (13 de Octubre de 2015). "Definición y naturaleza de lo urbano". Recuperado de http://manueldelgadoruiz.blogspot.mx/2015/10/definicion-y-naturaleza-de-lo-​urbano.html?m=1.

Delgado Ruiz, M. (24 de marzo de 2015). "Salvemos a nuestros turistas". Recuperado de  ​http://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2015/03/salvemos-nuestros-turistas.html.


Lista de imágenes:

1. Julien Mauve, 10 de la serie "Greetings From Mars, 2015.
2. Julien Mauve, 3 de la serie "Greetings From Mars, 2015.
3. Julien Mauve, 15 de la serie "Greetings From Mars, 2015.
4. Julien Mauve, 12 de la serie "Greetings From Mars, 2015.
5. Julien Mauve, 8 de la serie "Greetings From Mars, 2015.
6. Julien Mauve, 6 de la serie "Greetings From Mars, 2015.