Hemos visto en días recientes, tiempos difíciles en Puerto Rico. Hemos visto cómo en el espacio de una semana, miles y miles se congregaron ante el Capitolio, a clamar porque se le nieguen derechos a sus conciudadanos y prójimos. A los pocos días, llovería sobre mojado cuando nuestro Tribunal Supremo le negaría la adopción a una madre sobre la hija que ha criado por doce años, exclusivamente por ser parte de una pareja lesbiana.
Mi instinto como estudiante de derecho y como activista es el de hablar de los derechos civiles y su razón de ser. Podría refutar los argumentos del Tribunal Supremo. Pero las circunstancias me obligan en este momento a hablar como ser humano y no como aspirante a la abogacía. Les hago una historia que es para todos pero particularmente para aquél que haya estado allí en el Capitolio bajo el sol, o haya apoyado las expresiones que allí se dieron.
La misma noche de la infame marcha, entró una llamada. Era la directora de la Fundación de Juventud Trans, organización de cuya junta soy asesora, y la cual se dedica a proveer apoyo a niños transgéneros y a sus padres en el Noreste de EEUU. Vamos, todos han tenido ese tipo de llamada que uno sonríe al ver el nombre en el celular, y contesta sonriente esperando chistes o discusiones exquisitas. El tipo de llamada que resulta ser para dar una noticia que le parte el alma a cualquiera.
Uno de los niños asociados a nuestra fundación había muerto. Un suicidio.
Algunos detalles los reservo por la privacidad de la familia, pero lo que sí puedo decir es que era un niño muy querido por su familia, muy apoyado por su madre, sin embargo, entre las dificultades sociales de su auto aceptación, y por el rechazo social, eventualmente tocó fondo. Era un niño muy talentoso, que le gustaba la música y el baile. Tenía catorce años.
Este chico nunca se graduará de escuela superior. Nunca aprenderá el amor de una pareja, ni el matrimonio. Nunca trabajará, ni viajará más allá, ni será exitoso, ni creará cosas nuevas para el mundo. El Talmud dice que aquel que salva una vida salva el mundo entero. ¿Qué le hacemos al mundo cuando se pierde una vida antes de tiempo?
¿Alguna vez te has despertado por la mañana porque te susurran al oído que te aman? ¿Alguna vez has abrazado a tu pareja y la has mirado directamente a los ojos, olvidándote del mundo entero fuera de ese momento, momento que deseas que nunca acabe? ¿Alguna vez has evitado el dormir para pasar más tiempo con esa persona? ¿Alguna vez has viajado 1,800 millas por poder pasar unos pocos días con ese amor tuyo? Yo sí. Su nombre es Zoe.
Y si tú puedes contestar en lo afirmativo también, entonces sabes que el amor es una sensación que carece de palabras para poder verdaderamente describir su magia. Entenderás que es algo que posee la esencia de lo divino de una forma más cercana a lo sagrado que cualquier iglesia, que cualquier templo y altar, que cualquier oración y plegaria en el mundo. Entenderás porqué es que Víctor Hugo escribía que amar a alguien es ver a Dios. Eso es lo que pretendes negarles a los demás si marchaste o apoyas la marcha de ese lunes 18 de febrero.
¿O es que este amor es un pecado? ¿Eso es lo que me dirías a mí y a Zoe? ¿Así es que se lo vas a decir a la madre a quien le negaron la validez de la relación con su hija? ¿Así es que lo vas a decir a su hija de doce años?
¿O lo que me vas a decir es que es algo anti natura, en contra de lo que Dios creó? ¿Qué amas al pecador pero no al pecado? ¿Esas serían las palabras que le dirías a la madre que está enterrando a su hijo en estos días? Si tu contestación es afirmativa, te invito a que si tienes un hijo pequeño por favor vayas ahora mismo a verlo. Míralo bien, pues puede que sea el próximo.
¿Ésa es la contestación que le darías a las víctimas de crímenes de odio y de violencia doméstica a las que quieres mantener sin la protección de nuestro sistema legal? ¿Ésa es la contestación que le darías a sus seres queridos?
Si me has contestado que sí todavía a todas las preguntas, entonces hago mi última pregunta. San Juan en su primera epístola decía que “Dios es amor”. Si estás de acuerdo, pues vamos, ve y mírate al espejo, y contesta la siguiente pregunta: Si Dios es amor… ¿entonces qué es el odio?
Cuando tengas la respuesta (si es que te atreves a llegar a ella), entenderás contra qué luchamos aquellos que soñamos con un mejor mundo, pero más allá, entenderás porqué: Me niego a tener que enterrar otra víctima del odio.