El 2 de abril, Mark Cuban dijo que él se atrevería a contratar a Brittney Griner, la baloncelista colegial más destacada en tiempos recientes, para jugar con su equipo, los Mavericks de Dallas, en la NBA[1]. Como era de esperarse, los comentarios de Cuban tomaron vida propia y se convirtieron en una de esas controversias mediáticas que se dan cada 5 minutos en este ambiente de noticias 24 horas en el que vivimos. De la misma forma que era predecible saber que los comentarios de Cuban traerían cola, también era predecible saber que rápidamente vendrían las objeciones sexistas 1) las mujeres no tienen los atributos necesarios para competir con los hombres y 2) no es su lugar ni siquiera intentarlo. Estas son opiniones trilladas y repetidas que ya se han discutido a la saciedad (incluyéndome). Lo que sí me parece interesante de esta proposición es un debate que se dio dentro de los círculos deportivos femeninos. Por una parte, un grupo defiende la posición de que Griner debe intentarlo aun si no lo logra y otro grupo argumenta que las mujeres deben dejar de tratar de legitimar sus experiencias deportivas comparándolas con las de los hombres. Quisiera, en los próximos párrafos, elaborar ambos puntos un poco más para presentar una dimensión diferente al/la lector/a de un debate muy antiguo.
Confieso desde el principio que el propósito de este artículo no es llegar a una contestación ni a tomar una posición clara en el debate. Honestamente pienso que mi posicionamiento como hombre me condena a acercarme a este tema con una experiencia limitada. No puedo pretender entender la complejidad de la experiencia de una mujer deportista en todas sus dimensiones. Sin embargo, como fiel creyente en la equidad, me parece que es importante tratar de conocer y entender los obstáculos materiales e ideológicos que confrontan las atletas para lograr esa justicia. Por eso lo que pretendo hacer es desarrollar brevemente los argumentos de estas dos posiciones que me parecen perfectamente legítimas y llenas de peso.
En algunos lugares, el comentario de Cuban se recibió como la oportunidad perfecta para ir reduciendo la brecha que existe entre las percepciones del baloncesto masculino y el baloncesto femenino. Según este grupo, hoy día existe una realidad social en la que el deporte masculino goza de un prestigio, de una valoración y de unos recursos que no se le dan al deporte femenino. En este sentido, cruzar las líneas parecería ser la oportunidad necesaria para acceder a este espacio privilegiado que se les otorga solamente a los hombres de nuestras sociedades y que limita el potencial femenino. En esencia, se argumenta que, igual que en la raza, separados no es igual.
En su libro Playing with the Boys: Why separate is not equal in sports, McDonagh y Pappano le llaman al sistema que divide los deportes en masculinos y femeninos la “segregación sexual coercitiva” (p. 7). Según las autoras, este sistema está basado en tres presunciones equivocadas: 1) la supuesta inferioridad femenina, 2) la supuesta necesidad de proteger los cuerpos “frágiles” de las mujeres y 3) la supuesta inmoralidad de poner a una mujer a competir con un hombre (p.7). Esto implica que la manera en que se organizan los deportes hoy día parte de unos supuestos que dan por sentada las “deficiencias” y “carencias” femeninas.
Dicen McDonagh y Pappano:
By virtue of these three false assumptions, we argue that coercive sex-segregated sports policies are instrumentally and normatively unfair and injurious to women. They are also a barrier to the broader goal of achieving gender equality in American society [y en todos los otros lugares que se practique este tipo de segregación], just as were earlier forms of coercive sex-segregation that limited females’ access and advancement in education and employment. (p.7)
Y, de hecho, en su libro ellas argumentan que históricamente se ha demostrado que estas políticas segregacionistas no “reflejan” la realidad sino que la “construyen”. Por ejemplo, por mucho tiempo se presumía que las mujeres tenían menos capacidad intelectual que los hombres. Por esta razón (además de por razones moralistas) se les prohibía el acceso a la educación formal. Al no tener acceso a los recursos para desarrollar su intelecto, éstas quedaban rezagadas y les daban alas a quienes argüían que no poseían la misma capacidad intelectual que los hombres. Es decir, son mitos que se auto perpetúan.
Esto también ocurre con las capacidades físicas de las mujeres. Como he mencionado en otro artículo, las mujeres de hoy día son mucho más musculosas que sus antepasadas porque ha ido cambiando la noción social sobre los músculos en las mujeres. De igual forma, cuando en el ejército de EEUU equipararon los ejercicios entre hombres y las mujeres, las mujeres aumentaron su productividad un 111% versus un 42% de los hombres (McDonagh y Pappano, p.72).
Si en tantas otras áreas se ha demostrado que los límites del cuerpo tienen un gran componente social, ¿por qué no nivelar el tratamiento y eliminar esos límites?
No obstante, hay otro grupo que argumenta que la forma de igualar los privilegios que tienen los hombres no es compitiendo contra ellos sino enfocándose plenamente en el deporte femenino. Bajo esta visión, la proposición de que Brittney Griner, una de las mujeres más dominantes en el baloncesto colegial femenino en tiempos recientes, se vaya a la NBA le haría más daño que bien al baloncesto femenino.
Dice Jemele Hill, columnista de ESPN, “There is no question that Griner could gain much more exposure if she, say, decided to play in a few summer league games. But the NBA doesn't need any more marketing help. The WNBA, however, desperately needs more players and personalities like Griner.”
Igualmente, Hill argumenta que ya es hora de que el mundo desista de estar tratando a las mujeres como ciudadanas de segunda clase y aprendan a disfrutar el deporte femenino en sus propios méritos:
What I don't like about Cuban's comments is that it perpetuates the dangerous idea that great female athletes need to validate themselves by competing against men.
Griner is terrific in her own right. She easily is in the conversation as the best female college basketball player of the past 15 or 20 years. This season, Griner was the best college player in women's or men's hoops. Baylor's loss to Louisville in the Sweet 16 doesn't negate what Griner accomplished or her unprecedented impact on the women's game.
Griner doesn't have anything to prove. But because of Cuban's interest in her, it's opened the door for people to talk more about what Griner can't do, rather than appreciate what she can.
La crítica de Hill va dirigida específicamente a la implicación de que para que nuestra sociedad considere las capacidades una mujer legítimas, ésta tiene que probarse “contra los hombres”. Es importante dejar claro que el posicionamiento de Hill no parte de una postura sexista que defienda esta proposición porque entienda que es imposible que una mujer compita contra un hombre. Hill deja claro que no es cuestión de si se puede, sino de si se debe: ¿Se debe continuar dándole tanta atención al deporte masculino y tratar el deporte femenino como una versión imperfecta del “verdadero” deporte?
Cabe mencionar, sin embargo, que hay quienes piensan que hay que enfocarse en el deporte femenino pero partiendo de la misma noción de la “inferioridad” femenina. Veamos por ejemplo los comentarios de la ex baloncelista Kate Fagan:
I wish we could stop having this conversation and just appreciate the women's game on its own merits, because as this year's NCAA tournament has shown, there is much to admire. But Dallas Mavericks owner Mark Cuban stirred the pot, saying he would consider taking Griner with a late second-round pick in June's NBA draft -- and now everyone is once again measuring female ballers in relation to their male counterparts.
I'll just come out and say it: No current female basketball player would be able to compete in the NBA. That includes Baylor center Brittney Griner.
These constant comparisons do little more than reinforce the notion that the women are somehow second class instead of world-class in their own right. [énfasis mío]
El punto de vista de Fagan no nace de un convencimiento del valor intrínseco del baloncesto femenino. Por el contrario, lejos de lograr convencernos de que el deporte femenino no es un deporte de segunda categoría, Fagan reproduce el mismo discurso al establecer una jerarquía que las mujeres no deben ni siquiera intentar quebrar. En este sentido, hay que separar a Hill de Fagan. Mientras Hill cree, genuinamente, en la importancia que trae consigo el deporte femenino, Fagan utiliza este argumento como una renuncia estoica a lo que ella entiende que es inevitable: la “superioridad” masculina. Fagan, entonces, pierde credibilidad al ignorar el alto componente social que tienen las diferencias físicas entre los hombres y las mujeres. Como dicen McDonagh y Pappano: “Given cultural bias against women developing muscles, we may not yet know the physiological limits of female strength” (p.53).
Como dejé claro al principio, el punto de este artículo no era llegar a ninguna respuesta sino navegar las posibilidades. Por el contrario, después de esta reflexión surgen más interrogantes. Por ejemplo, es importante preguntarse ¿cuál es la mejor ruta hacia la equidad? ¿Es acceder a los entrenamientos, métodos y recursos que tienen los hombres compitiendo directamente con ellos? ¿O es comenzar a re-educar a la población sobre el valor intrínseco del deporte femenino? En el primer escenario, ¿qué ocurre si Griner no lograra mantenerse en la NBA (no es la primera en intentarlo)? ¿Cuáles son las ganancias y las pérdidas para el movimiento deportivo femenino? En el segundo escenario, ¿será posible eliminar por completo la noción de la “inferioridad” femenina sin competencias directas entre los sexos?
Aunque las posiciones que he presentado aquí convergen en el objetivo final -la valoración justa y equitativa de las habilidades deportivas de las mujeres- es obvio que difieren en el método. Como espectador externo me parece que históricamente el método más utilizado es el primero: acceder al mundo cerrado, tomar ventaja de los recursos y reclamar lo que desde un principio debió haber sido suyo. No obstante, habría que preguntarse si esto ha resuelto los problemas. ¿Por ejemplo, existe la equidad hoy día en el mundo laboral entre los hombres y mujeres o entre blancos y negros? ¿O, por el contrario, se ha creado un estado intermedio difícil en el que aunque no hay barreras legales persisten las barreras invisibles e igualmente sistemáticas? El asunto es más difícil que los deseos de un dueño de equipo, de una baloncelista o de varias columnistas; el asunto conlleva volver a pensar el sistema que dio paso a estas inequidades en un principio.
Notas: