Inmasculinidades: sobre Romeo

 

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Sí, el rey de la bachata.

Una de las fantásticas características de la música popular, en particular, de su lírica, es la capacidad de hacernos vivir vicariamente un proceso de identificación. Es una experiencia que podemos tener de múltiples maneras. Cantar en la ducha es el clásico. Yo prefiero cantar en el carro cuando estoy en la carretera amplia, con las ventanas abajo y a (¡ningún!) exceso de velocidad. A mí me riza el viento, a mí me pinta el sol, siempre pienso en nuestra amada Julia de Burgos. Otras veces cantamos en grupo, y es aquí donde podría comenzar esta historia sobre Romeo, aún así, prefiero comenzar en otro lugar.

Me remonto a mis días de vivir en el extranjero norteamericano y… ¡que alegría que estoy de vuelta en el Caribe! Trabajé alrededor de tres años, con una compañía de construcción y renovación de casas. Allí, las casas estaban hechas de madera, y sin excepción, eran de dos niveles o más, garantizando el trabajo de alturas. En las épocas no invernales se hace trabajo en exteriores, como por ejemplo, reparar los techos. Hacer “roofing” no es divertido. Hay que cargar materiales muy pesados, por escaleras muy largas, en contra de la gravedad. Hay que anclarse al techo en algún punto estructural, para no matarse en un inesperado resbalón o ráfaga de viento. Se quema uno las rodillas en las tejas de asfalto, pero te lo aguantas. Se camina en ángulo y nunca se mira para abajo. Es una lista larga de reglas estrictas, todas un constante recordatorio de que algunos de los esfuerzos que el ser humano hace en nombre del progreso, tienen un costo, digamos que, elevado, valga la redundancia. Por otro lado, pintar casas, aunque es un tanto más artístico que el “roofing”, es casi igual de duro. Como cuando te tocó pintar el pico del techo en dos aguas del tercer piso, pues así; o mover escaleras extendidas lateralmente, de manera perfectamente vertical, que pesan un quintal; o lijar a máquina y raspar a mano pintura de plomo todo el día. Los poros de la piel se brotan en salpullido porque no quieren ingerir el veneno del plomo, así que mejor no respirarlo; entonces te aguantas un turno de ocho horas con una máscara de partículas exprimiéndote la cara, la semana entera. En conclusión, este trabajo no es para los blando de corteza. Allí se sudaba y se sangraba sin mucha diferencia.

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¿Tal vez podrán imaginar el tipo de persona que trabajaban allí? Pero como quiera, los describo. Casi en su totalidad eran “machotes”. Hombres bruscos, de grandes dimensiones físicas y fuerza brutal, con una muy palpable pulsión de muerte. Hago la salvedad de que yo fui contratado en este trabajo, no por mi fuerza brutal, sino por ser bilingüe. Que resultara que sé pintar y no le tengo miedo a las alturas, esa fue una casualidad. Este tipo de trabajo se hace en grupo, al menos dos personas, la mayoría del tiempo, por sus aspectos laboriosos. Este es un grupo entrenado y especializado sin lugar a dudas, y digamos que es lo más cercano que yo haya jamás tenido a ser parte de un pelotón de guerra. (No hay chispa de sarcasmo en esta aseveración). Una constante del pequeño pelotón de trabajadores al que pertenecía, es que todos los días uno confiaba la seguridad de su propia vida en las manos del otro. Mientras uno alcanza a ciegas, el otro observa; entonces son tus ojos. Mientras uno escala, el otro aguanta la escalera; entonces son tu suelo. Tengo tantos ejemplos, tantas memorias (peligrosas) que —entre los sonidos de una docena de martillos demoliendo a la vez dentro de una nube oscura de hollín, con clavos voladores, a veinte grados de frío, y el vértigo de una escalera que se desliza por un instante en dirección a la cablería eléctrica— desarrollé una seria lealtad, un inviolable respeto y un genuino amor por mis compañeros de trabajo. Este es un amor profundo, cimentado en no tener otra opción que depositar tu confianza plenamente en otro ser humano. Este amor no es una decisión, mas bien es una responsabilidad.

La otra constante de este trabajo era la música de bachata, porque mis compañeros de trabajo eran dominicanos. Desde las 7:00 am en punto, la radio quedaba prendida como si fuese una especie de gasolina para laborar. Es aquí donde en realidad empieza esta historia. A esa hora inclemente para arrancar a sudar, cada uno de mis compañeros ya estaban afinados para cantar. Entonces ocurría la magia, una contradicción espectacular. ¿Has escuchado de qué tratan las canciones de bachata en su mayoría? Las canciones de bachata, como mucho de la radio popular, tratan el tema del “amor” desde una tradicional dimensión cisgénero, con el peso de la problemática mirada masculina dirigida hacia la mujer. Amor o muerte… ¡ouch! Pues todas ellas hablan de deseo, despecho y drama. Y digo “todas”, pues aún no conozco acto musical de bachata interpretado singularmente por una mujer, y aún entonces habría que ver si pueden escapársele a esta dichosa mirada masculina, o mejor aún, a ver si alguna pasa la prueba Bechtel-Wallace. 

En realidad, la bachata no es demasiado diferente a cualquier “Top 40” en el mundo, pero esta sí viene impregnada de los valores culturales específicos de la República Dominicana, nuestra hermana isla caribeña (lo me hace pensar que me puede enseñar algo de mi mismo como puertorriqueño). Mientras que es imposible tomar una muestra objetiva de los valores de todo un país basado en su música popular. Los tres años que compartí en la compañía de construcción me sirvieron para verificar que, en efecto, estos sí eran valores cotidianos en las relaciones interpersonales de mis compañeros. Lo sé por las interminables conversaciones que tuvimos. Lo sé porque estos eran sus testimonios de vida, los cuales ellos confiaron en mí, en una especie alterna de subterapia sicológica. Así fue que tuve la oportunidad de escuchar tantas historias de los amores perdidos de mis compañeros de trabajo. Gracias a estas historias macharranas fue que empecé a ver un lado de la conversación de género que catalogaría yo como “aún por investigar”. Es un lado de la historia que el movimiento feminista, muy justamente, ha cercenado del espacio de discusión (hecho que no critico). Sin embargo, también es un hecho que hasta los macharranes más descarados e infieles tienen sentimientos de dolor y vulnerabilidad profunda. Reconozco que este es un tema de poca tolerancia, pues la desigualdad de género es inexcusable, pero sigue siendo un tema, sigue siendo un hecho. Posiblemente es porque no es un tema que apetezca a la ilustración de la mayoría de los pensadores y pensadoras feministas que me ha llamado la atención. Por eso es que aquí entra en vigor para mis compañeros dominicanos y el resto de audiencia bachatera, la música de Romeo Santos.

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Existe en la lírica de la bachata un real sentimiento de tragedia y pérdida, ámbito en el cual se revuelca perfectamente el trabajo del rey de la bachata. Sus canciones tienen un contenido muy fuerte de digerir. Hablan de seducción e infidelidad, pero contrario de ser un problema moral, estos temas quedan enaltecidos y aceptados en la lógica del deseo, a un nivel “hollywoodense”, por no decir “shakespeareano”. Podría decirse que sus canciones son el ejemplo vivo, inafectado por el feminismo, de TODOS los graves problemas de los que padecen las sociedades machistas como la nuestra (aquí es que entro en duda de por qué me apetece tanto su música). Añadido a este problema, el discurso tanto musical como visual de Romeo Santos, pretende ser, sin lugar a dudas, la imagen contemporánea de Don Juan Tenorio: "Si tú te casas, el día de tu boda le digo a tu esposo con risas, que solo es prestada la mujer que amas porque sigue siendo mía...”. Pueden estar casadas en la noche de su boda, pero las damiselas son presa fácil para él, discurso insostenible en cualquier esfera de igualdad social, porque en todo caso, a quien le tendría que pedir el “préstamo” es a ella.

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El otro fenómeno es uno de corte estético y es el motivo original por el cual siempre me ha asombrado la música de Romeo Santos: su voz. La particularidad de este trabajo, propiamente macharrán, y posiblemente el motivo, que me seduce de maneras ilógicas y dignas de psicoanálisis, es su voz o, tal vez, la manera en que canta. Para los que conocen la voz de Romeo, esto podría parecer algo obvio, pero es que con el tiempo a veces es fácil perderlo de vista. Su timbre, si no es un gran falseto, es algo perfectamente comparable con la voz de un castrato italiano. Romeo tiene una deliciosa dulzura en la voz, que tal vez sea hasta ¿empalagante? Romeo Santos canta como una mujer. Romeo Santos en realidad canta como una niña de quince años… en un concierto de Menudo en 1982. Romeo realmente canta como Julieta. Entonces, poder cantar como una nena, desde un lugar de despecho o de deseo libidinal siendo un machazo, es una experiencia trascendental, verdaderamente, hecho que quedaba subrayado al escuchar a mis compañeros dominicanos cantar las canciones.

Yo crecí en un país xenofóbico y clasista, supongo que igual que todos los demás países del mundo, cada uno a su manera. En Puerto Rico no es ningún secreto que la étnia que lamentablemente recibe el trato de ciudadanos segunda categoría es la de nuestros hermanos y hermanas de la República, un hecho que me duele reconocer ahora que he vivido lo que les he contado. Escucho con frecuencia expresiones de disgusto a mi alrededor cuando pongo bachata en mi carro, o en casa, o en una fiesta. Reacciones como salpullidos, rechazos que me parecen síntomas de un equivocado sentimiento de superioridad. Propongo por vía de esta mezcolanza de problemas, un categórico rechazo a la xenofobia, a la desigualdad de género y, de vez, a la exclusión de estilos musicales, que en realidad son un síntoma racista que cargamos de generaciones pasadas. Me fascina la bachata, porque sucita en mí las problemáticas contradicciones de ser hombre en una sociedad machista y de llevar una vulnerabilidad sentimental, a la vez que una sexualidad culturalmente exacerbada, a flor de piel. La contradicción habita en mí. Soy macharrán y feminista a la vez. Y a decir verdad, muero por ver a Romeo Santos en concierto y gritar, yo, como una nena de quince años, como viendo a Menudo en 1982.
 


Notas: 

[1]  “In a world ordered by sexual imbalance, pleasure in looking has been split between active/male and passive/female. The determining male gaze projects its phantasy on to the female form which is styled accordingly”. Mulvey, Laura. Visual Pleasure and Narrative Cinema. 1975.

[2] http://feministfrequency.com/2009/12/07/the-bechdel-test-for-women-in-mo....

[3] Santos, Romeo. “Propuesta Indecente”. Álbum Fórmula, Vol.2, Sony Music Latin, 2014.  


Lista de imágenes:

1. Slinkachu, Background Noise, 2010.
2. Slinkachu, Why is it so hard to find a job? — Construction Worker, 2013.
3. Slinkachu, Natural Resources, 2012.
4. Slinkachu, "Ground Zero", de la serie Little People Project, 2006.
5. Slinkachu, July, 2014.

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