Nacionalismos encontrados


 ~...hacia una reflexión crítica de los debates Lincoln-Douglas~


Introducción

El actual presidente de los Estados Unidos, sin duda alguna, ha revivido un discurso enajenante y xenofóbico, que alerta a revisitar algunas de las páginas más obscuras de la historia de su país. Las mismas ayudan a reflexionar sobre el fenómeno de la exclusión social, así como a retomar los documentos que pretenden aminorar sus efectos. Un ejemplo de ello será La proclama de la emancipación de 1863, un decreto firmado por el entonces presidente Abraham Lincoln para ordenar la liberación de todos los esclavos en los Estados Confederados de América. Este documento revive la discusión en torno al desarrollo y choque de las diversas manifestaciones nacionalistas en los Estados Unidos, y, más importante aún, expone el papel de las lecturas apologéticas en la construcción de los imaginarios nacionales. Es el resultado de un producto cultural imaginado y construido por un Estado-nacional que ha insistido en homogenizar una narrativa mítica de consenso con el pasado.

Es de aquí que surge el argumento reduccionista del candidato presidencial Stephen A. Douglas para sostener la esclavitud como modelo, apelando a la eternización del imaginario de los padres fundadores; así como la idea de que Abraham Lincoln tenía como prioridad la abolición de la esclavitud como parte de un acto de desprendimiento humanista y presentaba una narrativa de su progresismo y consistencia al momento de articular su visión en torno al fenómeno racial. Estas generalizaciones acentúan y perpetúan la ya sobredesinformada conciencia nacional del pueblo estadounidense. El pasado argumento no hace justicia al verdadero legado de Lincoln como hombre de Estado, lo que ciertamente se evidencia en la prioridad otorgada al discurso unionista vis a vis al de la esclavitud. Igualmente construye una imagen de sus contrincantes (estados-esclavistas) al margen de la guerra económica que aportó considerablemente al desarrollo de la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-65).

No se pretende evadir el papel que jugó la esclavitud en todo este contexto, sino posicionar las iniciativa de la proclama en su lugar indicado, que es en calidad de subdiscurso para enriquecer los alineamientos en favor de la empresa unionista. Para ello, resulta pertinente la deconstrucción del sujeto histórico en cuestión, exponiendo la ambigüedad ocasionalmente desplegada por Lincoln al momento de articular y explicar las verdaderas motivaciones tras la empresa abolicionista y su postura frente al fenómeno racial. Al hacerlo, estaríamos decodificando la figura de Lincoln a través de unas fluctuaciones ideológicas responsivas al nacionalismo unificador como contrarespuesta al nacionalismo estadual.

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Abraham Lincoln: Todo por la unión

Adiferencia de lo que normalmente se cree, el político, por momentos, proyecta su verdadera personalidad cuando está en campaña y en los momentos previos al ejercicio del poder. Primero, porque la retroalimentación entre candidato y elector precondiciona la posibilidad de zigzaguear ideológicamente en pos del convencimiento; y, en segunda instancia, por lo que podemos denominar como el “anticipo al ejercicio de poder”, que simbólica y materialmente representa un espacio para la adopción sistemática de conflictos periféricos, dirigidos a enfrentar aquellos que ponen en peligro los intereses de la burguesía industrial norteamericana y la estabilidad misma de la nación. Para abordar ambas dimensiones del personaje, siento que es pertinente ahondar en los debates entre Abraham Lincoln y Stephen A. Douglas, las plataformas de los partidos y las cartas enviadas a la prensa de época.

Desde sus orígenes, los Estados Unidos han presentado serios problemas al momento de articular la integración de los estados. Bajo el periodo colonial los ciclos de poca injerencia imperial fueron fundamentales para el desarrollo de una cultura política, de un sector privado y de una burocracia gubernamental, celosamente protegida por colonos norteamericanos. De hecho, a diferencia de lo que veremos más adelante en Latinoamérica y en otros lugares de Europa, el nacionalismo norteamericano estaba fundamentado en las repercusiones materiales de la empresa imperial inglesa, más que a un fenómeno de diferenciación étnico-cultural. O sea, que el atentado contra el individualismo de los colonos durante y tras la Guerra de los Siete Años (1756-63), la posposición de la autonomía de las asambleas locales, la imposición desmedida de impuestos y la articulación de un aparato policiaco en pos de acentuar la dominación metropolitana serán, sin la menor duda, el detonante de la Guerra de Independencia de las Trece Colonias.

Luego, tras el logro de la independencia, los Estados Unidos se organizaron bajo los Artículos de la Confederación de 1781. De salida, el modelo presentó un desarrollo dispar entre los estados, al punto de plantear que cada uno de estos retenía “…su soberanía, libertad e independencia…”. Se redujo la relación política entre el gobierno central y los estados de la unión a una de “…amistad…, para su defensa común, aseguramiento de sus libertades… ligándose a sí mismos para ayudar a cada uno de los otros contra toda amenaza…”. A pesar de ser confrontado con el desarrollo de la Constitución de 1787, permanecía el disgusto por las iniciativas del gobierno federal en intervenir en los asuntos locales de los estados. La transición hacia un estado federado no se tradujo en mayores controles y en la contención del debate entre ambas esferas del poder político en los Estados Unidos. Así lo establece el historiador Alan Brinkley cuando plantea que “…su unión era tan laxa y la autoridad central de la nación era tan dócil que, con frecuencia, ni siquiera había que resolver las diferencias existentes entre ellos”. A partir de 1840, el gobierno central trató de ofrecer un sentido de unidad a los estados, no obstante, el regionalismo estaba adquiriendo fuertes matices nacionalizantes.

Una lectura profunda de la Constitución arroja el resultado ineludible de los problemas y temores que ocasionaba la idea de la soberanía de los estados para la unión. Por mencionar tan solo dos ejemplos, tomemos el Artículo #1, Sección 10 de la misma: “Ningún estado podrá sin el consentimiento del Congreso, fijar derecho alguno de tonelaje, ni mantener tropas o embarcaciones de guerra en tiempos de paz...”. En materia económica, ya existía una seria preocupación con la desreglamentación del comercio: “Ningún estado podrá celebrar convenios o pactos con otros estados o potencias extranjeras…”, además de prohibir tajantemente la celebración de “…tratado[s], alianza[s] o confederación alguna…”.

Los estatutos constitucionales en materia económica eran tan importantes como los políticos. Si bien los estados del norte se habían insertado en la modernización (con toda la trasformación de clases que esta provee), no menos cierto fue que muchas industrias y la economía en general de los Estados Unidos se benefició de la producción sureña, a tal grado que, al estallar la Guerra Civil, el algodón producido en el sur representaba “…casi dos terceras partes del total del comercio de exportación de Estados Unidos, y generando casi 200 millones de dólares al año”. Sin embargo, los estados sureños hicieron muy poco para crear una economía comercial e industrial que rompiera, o al menos, mermara con esta dependencia. Según Brinkley algunas posibles razones apuntarían “…a la rentabilidad del sector agrícola en la región, particularmente al cultivo de algodón”; la posibilidad de que “…los sureños ricos tenían tanto capital invertido en tierras y esclavos, que no les quedaba mucho para invertir en toros reglones…”. El resultado final será una cultura socioeconómica sureña que apuntaba a formas de producción y trabajo más cercanas a un modelo precapitalista. Esto se evidencia en los personajes sociales de una clase aristocrática hacendada primitiva, o al menos en formación, distinta a la del viejo continente (Europa). Este orden social tenía sus defensores y muchos de ellos eran “…profesionales, abogados, editores, médicos y otros, todos ellos estrechamente vinculados con la economía de las plantaciones y dependientes de ella”.

Las inteligencias nacionalistas sureñas adoptaron un liberalismo jeffersoniano para criticar lo que entendían como una ruptura del gobierno federal con la tradición de los padres fundadores y, más importante aún, para plantear un intervencionismo federal que denotaba una relación colonial entre ambas regiones. Uno de los políticos más activos en el acto de recalcar esta relación y de militar férreamente en contra de ella, fue John Calhoun. Este desempeñó funciones como vicepresidente bajo la administración de John Quincy Adams, y realizó toda una serie de estudios constitucionalistas para defender la esclavitud y la soberanía de los estados en su obra: South Carolina Exposition and Protest (1828). En este escrito, defiende la teoría de la nulidad, amparándose en una serie de antecedentes históricos que databan de los orígenes de la República, como el reconocimiento de James Madison y Thomas Jefferson a la secesión en las resoluciones de Virginia y Kentucky de 1798-99. En resumidas cuentas, lo que planteaban estas resoluciones era que cada estado tenía el derecho de anular cualquier ley congresional que se entendiera como inconstitucional.

Si partimos de una interpretación expresamente constitucionalista, Douglas estaba en lo correcto. Por esta razón, la oposición adoptó un discurso que alegaba una supuesta ingenuidad de los padres fundadores para explicar su posición frente al fenómeno de la esclavitud y así tratar de paralelizarlos con los intereses de la agenda política del Partido Republicano. Este será el caso del discurso del 15 de octubre de 1858, en el que Lincoln débilmente plantea que los padres fundadores dejaron sobre el tapete el tema de la esclavitud para evadir tensiones durante el proceso fundacional de la república. Así lo muestra al indicar que encontraron “…la esclavitud entre ellos, y la dejaron entre ellos por la dificultad —absoluta imposibilidad— de su remoción inmediata”. Luego añade que los argumentos de Douglas son erróneos, ya que la esclavitud no había sido “…introducida por los redactores de la Constitución…” y por tal razón “…la dejaron tal como la encontraron”.

El pasado argumento aún no contesta el porqué; en todo caso, plantea cómo la inacción reforzaba lo lógico. Y es que, no se acercaron al tema de la esclavitud porque muchos de los padres fundadores eran poseedores de esclavos. Esta circunstancia histórica no eliminaba el hecho de que ya estaba institucionalizada y se solidificó tras la independencia. A mi juicio, el argumento del Partido Republicano es un disuasivo sobre la verdadera accionalidad de padres fundadores, al mismo tiempo que responsabilizaba al ordenamiento colonial previo a la fundación de la república por el asunto de la esclavitud. Este argumento es sumamente débil porque la posición de Lincoln crea un paradigma sin escapatoria para sí mismo; no tiene un planteamiento sólido que contrastara simétricamente las bases fundacionales de la nación con el empuje de la agenda abolicionista y el mantenimiento de la unión.

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En cambio, para Douglas, la organización del Estado-nacional estadounidense estaba clara. La misma se arraigaba a la lógica de las iniciativas de los padres fundadores en calidad de orden existencial irrevocable, por eso insistía en ella, para justificar la permanencia de la esclavitud y el principio de la soberanía estadual. Pero muy hábilmente lo hacía desde una perspectiva cívico-política tan sutil como lo opuestamente barbárico de las implicaciones físicas y psicológicas de la plantación esclavista. A esto añade un determinismo geográfico para explicar por qué los redactores de la constitución decidieron no ahondar sobre el asunto de la esclavitud. Esto creó otro subdebate caracterizado por la contraposición entre la uniformidad nacional y la diversidad estadual, como fundamento que protegía la libertad de cada estado de tomar su posición frente a la esclavitud. Ambos aspectos los presenta Douglas en su contestación al famoso discurso de Lincoln, La Casa Dividida del 17 de junio de 1858:

Los redactores de la constitución comprendieron bien que cada localidad, por tener intereses separados y distintos, requería leyes, instituciones domésticas y reglamentaciones policiacas separadas y distintas, adaptadas a sus propias necesidades y a su propia condición… la diversidad, disimilitud, variedad de todas nuestras instituciones locales y domésticas, es la gran salvaguarda de nuestras libertades…

Este debate aparenta ser profundamente academicista, y quizás lo sea, pero las repercusiones no son únicamente discursivas sino materiales, ya que atentaban con la disolución de una débil unidad nacional o, al menos, provocar un profundo desbalance entre los detractores y defensores de la empresa esclavista. En este contexto, resulta importante el papel que despeñó el Destino Manifiesto (1845) para los Estados Unidos y su agresiva transición hacia el imperialismo como praxis política estandarizada. El Destino Manifiesto, en su contenido, supone la predestinación de los Estados Unidos como nuevo hegemón en América. Como resultado, adquirió un sentido de superioridad que anteponía sus intereses extraterritoriales sobre los principios ilustrados que dieron origen a su joven nación. Esto se refleja en el lenguaje empleado por los defensores de esta doctrina y en sus fuertes matices apologéticos, a tal punto que posicionaba a los Estados Unidos como los “destinados” por Dios y por la historia para rearticular el mapa geopolítico de todo un continente. Su producto acabado sería crear un nuevo hombre a imagen y semejanza de Sullivan, incapaz de apreciar la usurpación de la soberanía mexicana, que sustituyera la barbarie de la integración territorial forzada por la idea del “pueblo escogido”, y que luego se posicionara gravitacionalmente en el epicentro de una conquista filantrópica-modernizadora. Así lo plantea el propio Sullivan al momento de abordar la futura integración territorial de California:

Imbécil y distraído, México nunca puede ejercer autoridad gubernamental verdadera sobre ese país… El pie anglosajón ya está en su frontera. Ya la vanguardia irresistible del ejército de la migración anglosajona ha empezado a moverse sobre ella, armada con el arado y el rifle y marcando la ruta con escuelas y colegios, tribunales y salas de representantes, molinos y capillas.

Desde antes de los debates Lincoln-Douglas, ya existían antecedentes que denotaban un conflicto sobre el balance de poder entre los estados libres y esclavistas. El procedimiento instaurado bajo el Compromiso de Misuri de 1820 ejemplificaba la anexión de un territorio esclavista (Misuri) y otro abolicionista (Maine) para mantener la unidad nacional. La tendencia de anexar los territorios en pares para mantener el equilibrio se mantendrá hasta 1850, década en la que entrará California (1850), Minnesota (1858), Oregón (1859) y Kansas (1859), todos como estados libres. La integración del territorio de Texas arrojará luz sobre el conflicto entre los estados, ya que no será hasta 1845 que logrará su anexión bajo la presidencia demócrata de James K. Polk.

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El triunfo estadounidense en la Guerra Mexico-americana, que resultó en la adquisición de los territorios al norte del Río Grande (1848) y la compra de la zona fronteriza con México bajo el Tratado de Gadsden (1853), mantuvo los debates representativos de todo este periodo. Mientras que Lincoln planteaba su famosa frase “Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse de pie” y además insistía que el gobierno “…no puede perdurar permanentemente mitad esclavo y mitad libre”, Douglas defendía que la doctrina de la uniformidad “…sería destructiva de los derechos de los estados, de la soberanía estadual y de la libertad personal”. Douglas acusaba a Lincoln y al liderato del Partido Republicano de querer eliminar todos estos principios fundacionales para crear un gran “…imperio consolidado, e invistiendo al Congreso con poderes plenarios para hacer todas las reglamentaciones policiacas, las leyes domésticas y locales, uniformes en todas las partes dentro de los límites de la República”. Asimismo critica a Lincoln por cuestionar el resultado del caso Dred Scot v. Sandford (1857), en el que denegaron el derecho a demandar por ser negro y esclavo, o sea, un ente social fuera de las garantías y protecciones que concede la ciudadanía. Douglas repostó ante las críticas de Lincoln, apoyando el fallo de los tribunales:

“Objeta a ella porque esa sentencia declaro que un negro descendiente de africanos… no es, ni debe ser, un ciudadano de los Estados Unidos. Estoy en libertad de decirles que en mi opinión este gobierno nuestro está fundado sobre una base blanca. Fue hecho por el hombre blanco, para beneficio del hombre blanco…”

Por otro lado, una lectura profunda sobre la figura de Lincoln también apunta a una revisión sobre el manejo del discurso abolicionista y el de carácter racial. Los debates entre él y Douglas, no solo acentuaban la crisis política que enfrentó el país para las elecciones del 1860, sino que produjo una documentación que arrojó luz sobre las consistencias e inconsistencias de su discurso. Uno de los teóricos que más ha estudiado el fenómeno del nacionalismo unificador fue John Breuilly. Él plantea que los nacionalismos de unificación mayormente emplean el principio de la legitimidad política frente a la institucionalidad del Estado, tanto en el exterior como en el interior de la comunidad política. El lenguaje que se genera no necesariamente apela al romanticismo, sino a un racionalismo cívico-político con el cual las inteligencias nacionales articulan un discurso paternalista que crea y extiende una brecha unitaria entre el pueblo y el Estado, ante la necesidad de evitar la disolución como credo político.

La legitimidad interna es en esencia el discurso de La Casa Dividida de Lincoln y, de hecho, mantuvo su consistencia en lo que respecta a la unión a lo largo de su carrera presidencial. Así lo planteó cuando dijo: “No espero que la Unión se disuelva, no espero que la casa se caiga, pero sí que dejará de estar dividida”Este sentimiento fue recogido y colectivizado en la plataforma del Partido Republicano, el 17 de mayo de 1860: “…ningún miembro del Partido Republicano del Congreso ha expresado ni mira con buenos ojos las amenazas de desunión tan frecuentemente hechas por los miembros demócratas”. Sin embargo, resulta preciso mencionar que Lincoln era un político moderado y, por ende, su lucha por la abolición estaba condicionada a la empresa unionista. Su compromiso con la libertad de los esclavos no era en sí mismo un objetivo, sino un conflicto que se interponía con el desarrollo nacional unificado, según él lo concebía. Por esta razón podía plantear que “…el sentimiento que contempla a la institución de la esclavitud en este país como un mal, es el sentimiento del Partido Republicano”; y, en otro argüir, que no estaba dispuesto a “…introducir una perfecta igualdad social y política entre la raza blanca y negra”. Estas contradicciones apuntan a las fluctuaciones de un político manejando la coyuntura que le ha tocado vivir, anteponiendo ante todo su sentir como hombre de Estado. La verdadera naturaleza del sujeto histórico la recoge su Carta a Horace Greely del 22 de agosto de 1862, unos meses antes de la proclama de la emancipación:

Mi objetivo supremo en esta lucha es salvar la Unión, no es ni salvar ni destruir la esclavitud. Si yo pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo lo haría, y si pudiera salvarla mediante la liberación de algunos y dejando los otros esclavos, también haría eso. Lo que yo haga respecto a la esclavitud y la raza de color, lo hago porque creo que ayuda a salvar la Unión…

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Conclusiones

Con esta investigación analizamos los sucesos que antecedieron a la proclamación de la emancipación, todo con miras a deconstruir el debate político-partidista para las elecciones de 1860 en los Estados Unidos. Este momento histórico anunció el advenimiento de grandes tragedias y transformaciones para la joven nación norteamericana. De salida, presentamos cómo el debate irradiaba un choque entre el nacionalismo estadual y el nacionalismo de unificación, develando la debilidad de la Constitución en sus inicios y el problema que representaba para la supervivencia económica del sur. El enfoque de este estudio se dirige a las discusiones de los candidatos presidenciales y otras manifestaciones político-literarias de importancia, para reconstruir la discordia ideológica en pos de comprender el desarrollo de los sucesos que antecedieron y dieron paso, tanto a la presidencia de Lincoln como al conflicto más sangriento en la historia de los Estados Unidos: La Guerra Civil. Además intenta exponer las contradicciones de Lincoln ante las rigurosidades de la sustentabilidad histórico-documental, junto con el único discurso que ha demostrado con consistencia, el de mantener la Unión a toda costa, un discurso altamente orientado a la legitimidad de las instituciones del Estado y su evolución hacia una mayor homogeneidad de las políticas nacionales en los Estados Unidos.


Notas:

[1] Álvarez Silva, Héctor. Documentos básicos para la historia de los Estados Unidos. Carolina: Editorial Libros de América, 1986, pág. 57.
[2] Ídem. 
[3] Brinkley, Brinkley, Alan. Historia de los Estados Unidos. México D.F: McGraw-Hill editores, 1996, pág. 221. 
[4] Álvarez Silva, Héctor. Documentos básicos para la historia de los Estados Unidos. Carolina: Editorial Libros de América, 1986, pág. 80. 
[5] Ídem. 
[6] Brinkley, Alan. Historia de los Estados Unidos. México D.F: McGraw-Hill editores, 1996, pág. 233. 
[7] Ídem. 
[8] Ídem. 
[9] Álvarez Silva, Héctor. Documentos básicos para la historia de los Estados Unidos. Carolina: Editorial Libros de América, 1986, pág. 224. 
[10] Ídem. 
[11] Ibíd., págs. 201-202.
[12] Ibíd., pág. 173. 
[13] Ibíd., págs. 200-201. 
[14] Ibíd., págs. 202-203. 
[15] Ibíd., pág. 203. 
[16] Breuilly, John. Nationalism and the State. 2da Ed. Chicago: The University of Chicago press, 1994, pág. 96. 
[17] Álvarez Silva, Héctor. Documentos básicos para la historia de los Estados Unidos. Carolina: Editorial Libros de América, 1986, pág. 200. 
[18] Ibíd., pág. 236. 
[19] Ibíd., pág. 226. 
[20] Ibíd., pág. 225. 
[21] Ibíd., pág. 244.


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