Genealogía y evolución del detective: de la butaca a la calle

Genealogía y evolución del detective: de la butaca[1] a la calle

Philo Vance, creación de S. S. Van Dine (pseudónimo de Williard Huntington Wright; critico de arte e, irónicamente, como Sherlock Holmes, adicto a cocaína) era un detective que me fascinaba por su esnobismo y su erudición, características que odiaban los críticos, según me enteré después. Van Dine era el Watson de Vance, quien debutó en 1926. Vance era un diletante y “man about town” en el Manhattan de los años 20 y 30 del siglo pasado. Las novelas tenían notas al calce, muchas de ellas falsas, que eran pistas a la solución del crimen. El trasfondo de los relatos era la ciudad en constante mutación y esa metamorfosis les prestaba un giro de veracidad y actualidad. Hay que pensar que entre 1930 y 31, se construyeron los edificios Chrysler y Empire State y, según cambiaba la fisonomía de Nueva York, se transformaba también el género detectivesco.

Vance era experto en el arte renacentista. También en el arte egipcio, y en los grabados de China y Japón. Estos conocimientos no solo ayudaron a Vance a resolver crímenes, sino que lo ponían en un nivel intelectual que contrastaba con el tono caótico de la Época del Jazz. La demencia colectiva y el hedonismo, durante los años que precedieron la caída de la Bolsa en 1929, eran, para muchos, la vulgaridad que permitía el auge de la prosa de “pulp” (una referencia al papel barato que se usaba para imprimir revistas y novelas de ese género). Y que, curiosamente, fue la misma época en la compartieran mesas de póker personalidades tan dispares como Charlie Chaplin, Babe Ruth, Al Jolson y los gángsters Owney Madden y Arnold Rothstein.

Proliferaban los bares clandestinos (“speakeasy”), y Broadway se afincaba, no solo como la gran Vía Blanca, sino como centro de la vulgaridad oculta y escueta. Las novelas de Van Dine, tan cercanas estéticamente a las británicas, parecían un intento de asegurar que la intelectualidad y el refinamiento eran aún posible, y que se podía ser tan fino y elegante, entre asesinatos, a este lado del Atlántico. 

El árbol genealógico

La casa grande[2] era el lugar de las investigaciones de Philo Vance, escenario que también encuentra con frecuencia a otro detective de modales impecables y de capacidad intelectual desmedida: Hercule Poirot. Tanto Vance como Poirot son detectives de butaca: no tienen ni siquiera que ponerse de pie para desenmascarar al culpable.

El ex policía belga, como es el caso de Philo Vance, tiene una herencia literaria que remite al padre reconocido del género detectivesco moderno: Edgard Allan Poe. Según Agatha Christie, al principio Poirot era una especie de Sherlock Holmes, con un “ayudante cum biógrafo” o un Watson, tal como Van Dine lo es de Vance. A su vez, Arthur Conan Doyle, basó su pareja de investigadores en el Auguste Dupin —también detective de butaca— de Poe y su narrador anónimo. 

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Dupin es tan erudito, esnob y esotérico como sus sucesores, Holmes y Vance, y como puede serlo Poirot a veces. Sus citas en griego y latín (a veces falsas), y sus referencias al teatro de Molière, a estudios de métodos policiales, mitología, historia natural, álgebra y ajedrez, obran en “The Murders in the Rue Morgue” y “The Purloined Letter.”[3]

La política racional de Poirot, igual que la de Holmes y Vance está expuesta en “Rue Morgue”. Poe establece lo que para él constituye la diferencia entre ingenio (antojadizo) e imaginación (analítico). En sus mejores casos, se evidencia que, a pesar de que Poirot viaja[4], no está “en la calle”, sino que opera más bien desde su “butaca”.      

La casa grande es metáfora de un universo perverso en el que la maldad acecha a los que han cometido fechorías. Los móviles son los que han existido desde los primeros misterios que encontramos en la Biblia, posiblemente la primera novela detectivesca. La venganza, la pasión, la traición, la avaricia y la mezquindad son el aderezo de la ensalada de pistas que nos conduce a los culpables. El asesino usualmente esconde un secreto que alguien descubre o sabe sin querer y, al revelarlo, se convierte en víctima. Sospechar de alguien es un riesgo, excepto para el detective, quien es más bien un ángel vengador, inmune a la perversidad de los malvados.  

La Sombra, personaje de transición

Los detectives fueron abandonando la casa grande y la butaca después del fin de la segunda guerra mundial, cuando muchos comenzaron a trabajar con la policía y, más tarde, con la Guerra Fría, en las agencias de inteligencia. Junto a la liberación social que resulta de las guerras, el desarrollo de técnicas forenses modernas de investigación sacó al detective de su butaca, desde donde analizaba las pistas, y lo lanzó a la calle.

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Sin embargo, mucho antes de la segunda guerra, en el pináculo del “pulp” en los años 1930, el personaje La Sombra, creado por Walter B. Gibson, con el pseudónimo, Maxwell Anderson, era un investigador y vengador con muchas de las características del detective de butaca, pero también peculiaridades clarividentes, y la capacidad de ser juez, jurado y verdugo simultáneamente. Entre sus muchas personalidades, la más sobresaliente era la de Lamont Cranston, un joven rico que se pasea entre la alta sociedad de la ciudad, y se entera de negocios turbios, chantajes, robos y asesinatos. Además de sus ayudantes y aliados[5] en la policía, disfrazado (como lo hacía Holmes) es a veces el conserje en la jefatura de la policía, donde escucha los secretos de la oficialidad.

La Sombra usaba sus atributos de villano para combatir el crimen. Recurría a ciertas dotes de súper héroe y a un imaginario estilizado para lograrlo. Sus identidades secretas, sus compinches, y los supervillanos que combatía vestido de negro y operando casi exclusivamente de noche, no lo alejan demasiado de Batman. Los juegos mentales y telepáticos de la Sombra, son parte de la otredad de su personaje. Lamont Cranston vive como en una suspensión temporal cuando se transforma en una sombra que desafía lo natural. Su tiempo y espacio son mágicos y su realidad, escurridiza. A veces, parece estar en varios lugares simultáneamente. Esto hace que sus ajusticiamientos tengan un dejo impersonal que corresponde a un ente difícil de definir, que pertenece a otro mundo. La “moral” del vengador es única e impía. Sus incursiones por Nueva York o San Francisco, lo identifican como “de la calle”, al igual que Sam Spade y Phillip Marlowe, o como sería el caso con detectives “hard boiled” que vinieron más tarde. La Sombra mentía y robaba en el nombre de la justicia, y con sus trucos de ultratumba aterrorizaba a los criminales antes de que, con dos pistolas .45 automáticas, él o alguien los matara. Como han dicho otros, era una especie de anti héroe al estilo noir.[6] 

El martillo, Mike Hammer

Los códigos del “private eye” emergen también en los “pulp” con, entre otros, Dashiell Hammet y Raymond Chandler. Con ellos, la ciudad se convierte en un laberinto que los detectives tienen que explorar para resolver sus casos. Un nuevo mundo corrupto se abre ante el detective. Su papel es ahora el de policía sin jurisdicción y el de moralista sin esperanza. La policía y los políticos son tan corruptos como los gángsters y maleantes. Malos y buenos han heredado un mundo injusto que se balancea al borde de la ruina con poca expectativa de salvación. El único remedio para sobrevivir es el cinismo y la irreverencia. Nadie es respetable y nada merece estima.

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Entonces, aparece Mike Hammer. Creado por Mickey Spillane, un ex piloto de la segunda guerra que había escrito para cómics[7], el personaje debutó en 1947 en “I, the Jury”, título que transmite quién es Hammer y qué ha de hacer. Es un demoledor que rompe cabezas y resuelve rompecabezas. El personaje emergió al cuadrilátero del género detectivesco peleando y, en el tiempo que toma para hincharse un ojo después de un derechazo, en Estados Unidos solamente, se vendieron 6.5 millones de copias de la novela.

No solo es Hammer violento y despiadado, sino que, contrastando con el ascetismo célibe de sus predecesores, Dupin, Holmes, Poirot, Vance y la Sombra, es un depredador sexual. No confiaba ni en la policía, ni en los gángsters que batallaba, mucho menos en las mujeres, la traicionera por antonomasia en el “pulp”.

 

Spillane trastocó el género detectivesco para siempre y lo hizo, no como Borges, que trató de subvertir sus códigos y señales adornándolas con “literatura”, sino destilando la narrativa para que el detective tuviera una visión egocéntrica de lo que es la justicia, haciéndola “hard boiled” de verdad.

Hammer, es muchas veces sospechoso y, como la Sombra, es policía, jurado, juez y verdugo. Anda por laberintos, pero no los metafísicos de Borges, sino los ultrareales de Los Ángeles o Nueva York. No importa lo que hiciera Borges por el género, en contraste con Spillane, no pudo alejarse de la herencia clásica: revoloteando sobre él siempre estuvieron los espectros de Poe y de Conan Doyle. La referencia a Poe en “La muerte y la brújula” es obvia. En su agudo artículo sobre Borges, Bell-Villada[8] encuentra en el nombre del reo, Red Scharlach, el sonido de Sherlock, como evidencia de la influencia de Conan Doyle en Borges, y que el significado en alemán del nombre es escarlata, pero se le escapa otra referencia: la primera aventura de Holmes se llama “A Study in Scarlet”.[9]

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Consciente de la ética, Hammer no la considera hasta después de los sucesos ya que, como es el caso de la Sombra, no titubea para tomar la justicia en sus manos. Su distanciamiento de la Ley y la Justicia, está basado en que nadie se puede fiar de nadie. Hammer, con una pistola automática .45 es mitad Sombra, y esa mitad controla la otra, hecha de Sam Spade y Phillip Marlowe. Al mismo tiempo es un original irrepetible.

La ciudad de Hammer está desintegrada, y sus partes poseídas por un mal que se prolifera cada vez más. Simultáneamente, esa urbe descompuesta y letal se ha configurado en la “casa grande” y la butaca del detective es el carro deportivo que lo transporta de un lado a otro de la metrópoli en sus pesquisas. Hammer es un habitante que engendra a todos los personajes que desde entonces han tratado de unir a la fuerza los pedazos para devolverle a la ciudad una coherencia imposible de alcanzar. Su tesis parece ser, si el crimen es violento, miren la violencia de la justicia.

Notas:

[1] Me refiero al “arm-chair detective”.

[2] Las mansiones eran lugares laberínticos que se prestaban para el asesinato, pero incluyo en el término circunstancias que circunscriben a los personajes a un sitio que los “encierra” y limita la posibilidad de escapar del asesino.

[3] The Essential Tales and Poems of Edgard Allan Poe; Benjamin F. Fisher, editor; Barnes & Noble Classics, 2004, New York

[4] Tres de ellos, The Mystery of the Blue Train, Death on the Nile y Murder in Mesopotamia, están coleccionados en un libro que me acompaña desde hace mucho tiempo: “Perilous Journeys of Hercule Poirot”, Dodd, Mead and Co. New York, 1954.

[5] Mi favorito era Joe Cardona, un puertorriqueño a quien, en una ocasión, lo salva el color oscuro de su piel (les aseguro que no es algo racista).  Puede que sea el primer detective puertorriqueño en la literatura.  

[6] He señalado la influencia de la Sombra sobre el film noir en, Film Noir: La influencia de Orson Welles, 80grados.net 23 de enero de 2013

[7] Incluyendo Batman.

[8] “Borges, creador del policial cosmopolita, cómico y metafísico; La Torre, Año XV, Núm. 55-56, Enero-Junio 2010, pp 1-9.

[9] A Scharlach se le conocía también como el Dandy. Sabemos que Holmes lo era, hasta cierto punto. Pero eso le aplica más a Philo Vance. ¿Leería Borges a S.S. Van Dine? Me inclino a pensar que sí.Las esotéricas notas al calce se lo hubieran hecho irresistible. ¿Leería La Sombra? También es probable. El notable estudioso de Borges, Arturo Echavarría, me indica que era lector del Ellery Queen Magazine.

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