Una nueva etapa para De Niro

 

Asociamos a Robert De Niro con dos de sus personajes más memorables: el joven Vito Corleone (The Godfather, Part II, 1974) y Jake LaMotta (Raging Bull, 1980). En ambos filmes las actuaciones de De Niro fueron galardonadas con el Oscar principalmente porque los personajes se convirtieron en mitos. En la primera, ganó como mejor actor de reparto; en la segunda como mejor actor. Jake La Motta, brevemente  campeón mundial de boxeo peso medio, volvió a la memoria colectiva de los norteamericanos aficionados al deporte del cuadrilátero; el Padrino, lo es de todos los que ven el filme, en el momento que lo ven. Una de las características de esas dos películas es la violencia que rodea a los personajes que De Niro encarna y que son parte de la fuerza que los impulsa. Los dos son un tipo —tal vez un arquetipo— de hombre urbano que De Niro creó en el pasado siglo y no han sido mejorados por ningún otro artista desde entonces.

La figura de Vito Corleone estaba siempre rodeada de gente, de familia; la de LaMotta también, pero además lo seguían los arrimados y los buscones, como tiende a ocurrir con los boxeadores, sin decir nada de las estrellas del entretenimiento. En la nueva comedia The Intern, su personaje Ben Whitaker está solo. Ha enviudado recientemente y se ha convertido en un prisionero de las rutinas que uno asocia con la persona retirada cuyo trabajo era su mejor pasatiempo. Lee, ve televisión, da caminatas y participa de una clase de Tai Chi, pero muy adentro, está aburrido. Su mente es aún la del ejecutivo que fue (de una compañía que imprimía guías telefónicas) y está en busca de algo que le represente un reto a su inquietud. Tiene setenta años (De Niro está representando a alguien más joven: ¡tiene 72!) y la necesidad de guías telefónicas en la edad de la red son pocas. Se percata de que una compañía de ventas de modas en la red (“About the Fit”, se llama) quiere atraer gente mayor a servir como internos. Ben prepara un video, lo somete, y es empleado como uno de los internos. Termina trabajando para la creadora y ejecutiva principal del negocio Jules Ostin (Anne Hathaway), una joven súper dinámica que no confía en nadie que no parpadee.

No se necesita haber visto muchas películas para saber que la situación es bastante predecible. De Niro se convierte en una especie de figura paternal, no solo para Jules sino para algunos de sus jóvenes colegas; se encuentra con Fiona, la masajista de la compañía (Rene Ruso), que le da un masaje que resulta ser más excitante de lo que pudo imaginarse y que eventualmente tiene otras consecuencias, y ayuda a Jules a resolver unos problemas apremiantes. 

Lo que es asombroso y apreciable es cómo De Niro, en contra de su grano dramático, produce una imagen que parece nueva sin recurrir a sentimentalismos. La soledad le sienta al Travis Bickle de Taxi Driver (1976) pero no a Ben Whitaker. Aquel estaba tocado de la cabeza; Ben es un modelo de civismo y orden. Por supuesto que eso se le debe a la guionista directora Nancy Meyers, pero De Niro modula su actuación de modo que no surja ese lado negro que ha enseñado de forma feroz en muchos otros de sus filmes, aunque hay un lado tierno que le vimos en la espectacular Heat (1995). Por otro lado, ¿quién puede olvidar a De Niro como Al Capone en The Untouchables (1987)? En esa, De Niro concibe a Capone como un demente melodramático que quiere vivir en una ópera (“Pagliacci” es su favorita) y que en la vida “real” es un payaso ante la prensa y un asesino despiadado que se semeja más al jorobado Rigoletto cuando manda a matar a sus enemigos. Esa actuación, que para mí es una de las mejores del actor y una de los grandes logros de cualquier artista, tiene la mordida de la comedia que le extrae De Niro a algo tan terrible. Viendo que sus escenas en Untouchables, a pesar de su brutalidad nos arrancan sonrisas y a veces carcajadas, uno sabe que bajo buenas circunstancias De Niro podría hacernos reír… por lo menos un poco.

En el par Analyze This (1999) y Analyze That (2002) hubo algo de risa, particularmente en la primera, gracias a las tribulaciones del gánster que va al psiquiatra (que coincidió con que Tony Soprano hiciera lo propio), pero más que nada eran parodias de sus viejas películas. En la que nos ocupa De Niro es gracioso por varias razones: por su seriedad calmada y sosegada antes las dificultades y los retos que le presenta su relación con Jules, y porque a veces se parodia sutilmente. Como le han dicho que ella no confía de los que no parpadean, practica hacerlo frente al espejo y uno casi espera que diga: “Are you talking to me?”, como lo hizo desbordado de amenaza Bickle en Taxi Driver. Otro motivo para hacernos sonreír es su relación con los jóvenes, algo que es raro en sus previas películas, particularmente con Davis (Zack Pearlman) quien en un instante abraza y besa a De Niro, porque le está agradecido, y este pone una cara de verdadera sorpresa que nos hace reír en voz alta.   

“The Intern” es una de esas películas que masajean el  buen humor del espectador mientras la vemos y, después, cuando pensamos en ella. Una comedia liviana que tuvo la genialidad de tener un reparto talentoso encabezado por uno de los mejores actores del siglo XX que tal parece comienza una nueva etapa en su distinguida carrera: que lo recordemos como un envejeciente apacible capaz de neutralizar a un dínamo joven como la “puppy in your lap” que puede ser la impresionante Anne Hathaway.

 


Lista de imágenes:

1-2. Heidi Slimane, "Robert De Niro Back and Front", 2010.


 

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