Escribir acerca de la emblemática ciudad-isleta de San Juan, habitable espacio que alberga el entorno urbano de fachadas coloniales y modernidades desconcertantes, es ensayar historia, emotividad y discursos ciudadanos, entre otras perspectivas. Todas las miradas pueden ser resumidas teóricamente en el ejercicio reflexivo de absorber la vida de un pueblo en su quehacer histórico.[1]
Es la vivencia misma de un compromiso personal y social en una ciudad construida por personas que no sólo residen o trabajan en ella, sino que también se emocionan, habitan, son habitados por el entorno y actúan ciudadanamente.[2] Así la aborda Eloísa Gordon en su escrito titulado Se renta, se vende publicado en Cruce y reseñado por dos medios noticiosos locales: Noticel, en un artículo que lleva por título Políticas públicas erradas perjudican el VSJ (17/9/2012), y en la edición del 22 de septiembre del Puerto Rico Daily Sun, con el títuloPolicies have negative impact on Old San Juan.
El ensayo de Eloísa, argumentativamente enjundioso en sus bases teóricas, propone planteamientos filosóficos desgajados del concepto ciudad global acuñado por Saskia Sassen que, afirma la autora: “nos puede ayudar a comprender parte de los fenómenos recientes que observamos en nuestro centro amurallado del Viejo San Juan”.Lugar donde lo público y lo privado cohabitan, con todo lo que ello implica en el contexto de la convivencia social. Eloísa hace hincapié en ese cruce entre el interés económico y el desarrollo e identificación comunitarios.
El cruce ha sido atisbado por diversos investigadores desde que Fray Iñigo Abbad y Lasierra[3] escribió La Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de San Juan de Puerto Rico,[4] cuyas descripciones de las viviendas y de quienes las habitaban constituye una especie de relación de corte sociológico y antropológico que discurre a la par de disquisiciones arquitectónicas y observaciones paisajistas. Afirmaba el historiador que “la construcción de las casas es tan varia como las castas o clases de sus habitantes”.[5] Comenzó allí un discurso diferenciador de las peculiaridades sociales, públicas o privadas, de los espacios configurados por los españoles acomodados, los mulatos, los negros y los pobres.
Este relato histórico fue ampliado con la exposición de detalles específicos de los edificios públicos y los pertenecientes a la Iglesia Católica. Es solo un ejemplo, porque podríamos referirnos igualmente a Fernando Miyares González (1749-1818) y sus Noticias Particulares de la Isla y plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico[6], o a Adolfo de Hostos y su obra Ciudad Murada: ensayo acerca del proceso de la civilización en la ciudad española de San Juan Bautista de Puerto Rico (1521-1898), y otras fundacionales de la historiografía sanjuanera.[7]
De modo que hay fundamentación histórica en la preocupación plasmada por Eloísa y compartida por residentes, comerciantes y visitantes del Viejo San Juan, y apela a la construcción política de la ciudad o “el entorno emblemático de la ciudadanía y la pertenencia política, ya que es en la cuidad en donde se origina el concepto del ciudadano”. Manifiesta la voluntad de exponer un relato capaz de identificar a los lectores con la vida cotidiana y la evolución del entorno histórico con énfasis sociocultural. Ha sido una constante la presencia del tema en la historiografía, la literatura y otras disciplinas, como la arquitectura, desde cuya óptica se visualizan los contornos de la vida urbana manifestada en sus imaginarios materialmente edificados.
Cabe recordar el aporte importantísimo de la Dra. María de los Ángeles Castro, quien contempla la historia de la ciudad con una mirada que resalta el carácter cambiante de su arquitectura a través del tiempo.[8] La autora hurga en el contexto político colonial que fue escenario de la edificación arquitectónica, pero ahonda más en el proceso histórico, estético y cultural de ese marco social.
Ésta presta atención a los barrios, las calles, los paseos y las plazas como piezas del entorno urbano que configuraron el carácter peculiar de la ciudad. Narra el carácter popular cuando “en 1847 la ciudad permanecía dividida en cuatro barrios”[9] a los que luego se añadió otros a causa de la expansión citadina. La Puntilla, Puerta de Tierra, Ballajá y Cangrejos, este último fuera de la isleta de San Juan, son los nombres de esos barrios de ayer.
Las calles, paseos y plazas dibujaban el perfil del San Juan, según la autora. Contrario al afán constructor público, las vías de tránsito diario permanecían en un deterioro lamentable y nada cónsono con la simetría neoclásica. El primer paseo público fue el de Puerta de Tierra que “se iniciaba éste, como indica su nombre, en la puerta de Santiago y se prolongaba por un largo trecho”[10]; en el 1854 fue inaugurado el Paseo de la Princesa que tuvo como prolongación un jardín botánico. Así se configuró la faz de la ciudad que ahora se renta, se vende.
A propósito, Eduardo Lalo, en la obra ya citada, considera que San Juan es el lugar de la historia oficial, ya que “en ella quedan los archivos y las piedras; la máxima concentración posible de huellas del hombre”[11], pero, contradictoriamente, “no es espacio fecundador, sino uno, de desecho y muerte”.[12] Consideraciones éstas, que con un tono de pesimismo y nostalgia, añaden una mirada de entrecruce desde la cual los múltiples significados de la ciudad histórica buscan juntarse. Por su parte, y respirando otra atmósfera que no es la de Lalo, Edgardo Rodríguez Juliá considera que “en el espacio de la ciudad el tiempo no es del todo histórico, apenas es consecuente, la memoria coincide en el espacio de épocas disímiles”.[13]
Diferentes autores expresan la magia tentadora del Viejo San Juan y la necesidad de volver a recorrer sus calles; en palabras de María de los Ángeles Castro: “No nos cansan los edificios de San Juan; podemos recorrerlos y a la par que señalamos las invariantes, disfrutamos sus particularidades”.[14] Mirada posible que Aníbal Sepúlveda Rivera, desde la perspectiva de un planificador urbano, incursiona para observar cómo se afectan mutuamente los quehaceres de la convivencia social. Quehaceres como el diseño arquitectónico, la política pública, la planificación, el desarrollo económico y la cotidianeidad en los espacios imaginados de la ciudad.
Sepúlveda extrae las lecciones no sólo del material cartográfico y los documentos históricos depositados en archivos y bibliotecas, sino del recuento diacrónico que lleva a cabo para intentar conocer“cómo imaginaron, pensaron, diseñaron, dibujaron y construyeron la ciudad de San Juan las personas que precedieron a las recientes generaciones”.[15]
Aunque existen otras miradas a las que podríamos aludir, merece una mención especial, la del Arquitecto, planificador, activista social y profesor universitario, Edwin R. Quiles Rodríguez, autor de San Juan tras la fachada: una mirada desde sus espacios ocultos (1508-1900).[16] Con su lenguaje impregnado de vivencias comunitarias, Quiles Rodríguez reivindica la memoria de los artífices de la Capital; no los contratistas y desarrolladores, sino los trabajadores, quienes aportan “no sólo al desarrollo económico y social del país, sino a la construcción de la ciudad de San Juan”.[17]
Aseveramos con él que a los ciudadanos corresponde hacer la ciudad, no sólo a las autoridades gubernamentales. El Manejo ciudadano de los espacios de convivencia significa transformar la estructura social mediante la práctica cotidiana y la experiencia acumulada.
Hay problemas en San Juan que han sido registrados desde la fundación de Caparra. La especulación inmobiliaria, por ejemplo, no es una actividad de exclusiva pertenencia a los residentes sanjuaneros contemporáneos; por el contrario, los pobladores enfrentaron tanto a comerciantes como a otros propietarios que solían arrendar espacios de alojamiento. Ayer y hoy continuamos en el trajín de la tensión entre la razón economicista y la convivencia social, que en el Viejo San Juan transita entre los intentos de preservación cultural, el vaivén de la administración política, la indiferencia y los retos del quehacer ciudadano.
Coadyuvar en la consecución de una ciudad habitable requiere la voluntad activa de sus residentes. La mayoría de los autores citados relata eventos acontecidos en procesos de modernización residencial y comercial, y circunstancias repletas de conflictos sociales. Toda una historia de creación y destrucción, de manifestaciones e indiferencias, de rupturas y continuidades. Hay una constante, el desafío de la convivencia urbana en el espacio público mediante la actividad conscientemente decidida.
La mirada extendida por Eloísa Gordon y su llamado a la acción personal y comunitaria concertada no debe caer en terreno árido, sino en la fertilidad del compromiso democrático, particularmente, de quienes son artífices de las políticas culturales. Ese conjunto de acciones deben ser orquestadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de ofrecer una orientación adecuada a la satisfacción de las necesidades culturales de un espacio histórico y cultural que llamamos Viejo San Juan. Pero el momento es ahora, antes que las miradas solo alcancen a ver fachadas rotuladas con la inscripción: Se renta, se vende.
Notas:
[1] Un buen ejemplo al respecto lo encontramos en la obra del escritor puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, quien utiliza ambas perspectivas mediante la narración descriptiva de un recorrido imaginario de la Ciudad basado en sus memorias de las experiencias vividas en diversos sectores urbanos tal cual él los vivió a partir de los años cincuenta del pasado siglo. Los referentes históricos (fechas, lugares emblemáticos de una época, obras literarias, música, arte, política, etc.) se conjugan en la construcción de un relato literario con sesgos historicistas. Véase: Edgardo Rodríguez Juliá, San Juan: ciudad soñada (San Juan: Editorial Tal Cual, 2005); “Apostillas a San Juan, ciudad soñada” en Maribel Ortiz y Vanessa Vilches (editoras), Escribir la ciudad (San Juan: Fragmento Imán Editores, 2009), 13-14.
[2] Esa perspectiva emotiva y sensorial, a la vez que nostálgica y pesimista permea y contrasta con la de Rodríguez Juliá en: Eduardo Lalo, Los pies de San Juan (San Juan: Editorial Tal Cual, 2002). Para un análisis agudo de dicha obra puede consultarse: Ada G. Fuentes Rivera, “La ciudad en ‘Los pies de San Juan’ en Maribel Ortiz y Vanesa Vilches, Escribir la ciudad (San Juan: Editorial Fragmento Imán, 2009), 202-217.
[3] Fray Iñigo Abbad y Lasierra nació en la Villa de Estadilla, Lérida, España, en el año 1745, arribó a la Isla en el año 1771, cuando tenía 26 años, y permaneció aquí hasta el 1778.
[4] Fray Iñigo Abbad y Lassiera, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1979).
[5] Ibid.
[6] Fernando Miyares González, Noticias particulares de la Isla y plaza de San Juan Bautista de Puerto Rico (Río Piedras: Revista de Historia de la Universidad de Puerto Rico, 1954).
[7] Adolfo de Hostos, Ciudad murada. Ensayo acerca del proceso de la civilización en la ciudad española de San Juan Bautista de Puerto Rico [1521-1898] (La Habana: Editorial Lex, 1948).
[8] María de los Ángeles Castro, Arquitectura en San Juan de Puerto Rico (siglo XIX) (Río Piedras: Editorial Universitaria, 1980).
[9] Ibid., 186.
[10] Ibid., 202.
[11] Eduardo Lalo, Ibid.33.
[12] Ibid., 48.
[13] Edgardo Rodríguez Juliá, San Juan, ciudad soñada, 76.
[14] María de los Ángeles Castro, Ibid., 383.
[15] Aníbal Sepúlveda, 1.
[16 Edwin R. Quiles Rodríguez, San Juan tras la fachada: una mirada desde sus espacios ocultos [1508-1900] (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2007).
[17] Ibid., 14.