En fuga hacia Santo Domingo: memorias de otros

foto

Migrar en fuga o búsqueda de mejores condiciones de vida ha sido una constante en la historia puertorriqueña. Es evidente que en todas las épocas recientes hemos sido testigos y protagonistas de movimientos migratorios internos y externos. A veces la memoria colectiva no recuerda los destinos diversos de la ola migratoria. Pareciera ser el norte del continente americano el horizonte único. Mas no es así. Consideremos como ejemplo el Caribe antillano que se convirtió en un destino geográfico natural para los emigrantes puertorriqueños, especialmente para quienes partían del lar nativo en la última década decimonónica y los primeros lustros del Siglo XX.[1] Santo Domingo, como se llamó antiguamente a la parte hispanohablante de La Española, hoy la República Dominicana, llegó ser uno de los puertos de llegada de la creciente inmigración obrera puertorriqueña a principios de ese siglo.

Aunque el éxodo puertorriqueño alcanzó niveles significativos a partir del año 1900, los fenómenos migratorios entre las ínsulas caribeñas no son privativos de esos años. Consultas historiográficas arrojan información valiosa sobre los movimientos migratorios desde los siglos anteriores al XIX. Las relaciones entre los pueblos de la República Dominicana y Puerto Rico cuentan con una historia prolongada. Es importante acotar que las revoluciones suscitadas a una y otra orilla del Atlántico entre las últimas décadas del siglo XVIII y la mitad del XIX sirven como coyuntura para la reactivación de las relaciones migratorias entre ambos países. Tanto en Europa como en América se trastocaron los cimientos de los imperios. España, potencia venida a menos, tan sólo ensombrecía los dos últimos rincones de su hegemonía en el Nuevo Mundo: Cuba y Puerto Rico. La migración antillana se convirtió en acelerador de los procesos revolucionarios americanos.

La violencia generada por el proceso revolucionario de Haití en 1791 llevó a miles de haitianos cruzar la frontera de La Española buscando asilo en la parte española de la Isla. Pero la rebelión negra no sólo repercutió en Santo Domingo, también fue sentida en Puerto Rico donde tuvo consecuencias inmediatas. A lo largo de todo el período posterior fueron frecuentes los intercambios migratorios entre ambos países. De allá para acá, quedan registros de las llegadas a Puerto Rico de extranjeros, legales o clandestinos, procedentes de La Española. La presencia dominicana alcanzaría capítulos de importancia notable en diversos aspectos de la vida social puertorriqueña. Las ocupaciones eran variadas, es decir, la medicina y la educación son solamente dos ejemplos de profesiones ejercidas por dominicanos en el suelo borincano. 

Mientras que de aquí para allá, antes del 1795 los estudiantes universitarios llegaban a la Universidad de Santo Domingo en búsqueda de la educación superior carente en su patria. La presencia estudiantil universitaria puertorriqueña en la República Dominicana era significativa durante las primeras décadas del siglo XIX. Como dato curioso, a la vez que significativo, mencionamos que el historiador dominicano Alejandro Paulino Ramos, profesor de la Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en su tesis de Maestría titulada La cultura del Caribe hispano en la bachata dominicana, afirma que los vínculos culturales entre puertorriqueños, cubanos y dominicanos a partir de 1870, aportaron un componente cultural integrado a la formación de la identidad dominicana.[2] El autor es enfático en la influencia musical de la comunidad puertorriqueña residente en Puerto Plata.

foto

Por otro lado, en cuanto a las causas específicas de esas migraciones, es preciso recordar que los cambios económicos y políticos drásticos traen consigo dinámicas migratorias que afectan más a los sectores pobres de la sociedad. Las condiciones materiales en el Puerto Rico de finales del siglo XIX y principios del XX eran deprimentes. El empobrecimiento del campesinado obrero fue la norma, no la excepción. Hambre y necesidad, enfermedad y muerte, deambulaban por doquier como los binomios tristes de la época. La Correspondencia de Puerto Rico informaba el 20 de febrero de 1900 que en Lares, de 752 muertes en el año 1899, 646 fueron causadas por la anemia.[3]

Ante un panorama nada halagador donde las expectativas de vida se reducen, la emigración no es sólo una posibilidad más ni una opción del todo libre, sino la imposición de la supervivencia. Cuando eso ocurre, la subsistencia se impone y las consecuencias son predecibles: la obligación de marcharse y romper los lazos tradicionales por tiempo indefinido (aunque el emigrado siempre alberga el sueño del regreso), la transculturación y la utilización de las destrezas laborales como garantías utilitarias para el mejoramiento material y económico. La cercanía geográfica de un destino migratorio que cumpla con las expectativas del emigrante es un elemento atenuante del proceso.

foto

Santo Domingo, hemos planteado, fue uno de los destinos caribeños a donde se dirigió la emigración puertorriqueña. No sólo la cercanía geográfica de ese país y el compartir una misma lengua fueron razones suficientes para emprender la travesía hacia allá. En Quisqueya, la industria cañera tuvo un auge considerable durante la segunda parte del Siglo XIX en gran medida gracias al apoyo de los gobernantes de turno quienes estimulaban la inmigración de mano de obra extranjera.

Particular es el caso de Ulises Heureaux, dos veces presidente de la nación dominicana (1882-1884 y 1887-1899), de quien podemos señalar, además, que en los años subsiguientes a su muerte por asesinato en el verano de 1899, en la República Dominicana corrieron tiempos política y económicamente favorables para los dominicanos y la inmigración.[4] Por tanto, las circunstancias resultaban idóneas para los expatriados que partían del puerto sureño de Ponce y el occidental de Mayagüez reclutados por emisarios de la empresa estadounidense United Fruit Company, cuyas campañas promocionaban las bondades de emigrar a Santo Domingo.

Hasta aquí estas pinceladas sobre el lienzo del fenómeno migratorio caribeño. El relato histórico es más complejo. Miles de puertorriqueños abandonaron la Isla en búsqueda de mejor suerte y se dispersaron en lugares tan cercanos geográfica y culturalmente a Puerto Rico como la República Dominicana y Cuba, y tan lejanos, nuevamente en los dos sentidos, como Hawaii. Tal vez son memorias de otros que ya hemos olvidado y que es preciso rememorar para, entre otras cosas, conjurar los prejuicios étnicos.

Notas:

[1] Recomendamos la lectura de los siguientes trabajos del Dr. Carmelo Rosario Natal, “Puerto Rico y la República Dominicana: emigraciones durante el periodo revolucionario (1791-1850)”, Revista de América (mayo de 1995), 107-114; Carmelo Rosario Natal, Éxodo puertorriqueño: las emigraciones puertorriqueñas al Caribe y Hawai [1900-1915] (San Juan: edición personal, 1983).

[2] Alejandro Paulino Ramos, La cultura del Caribe hispano en la bachata dominicana, disponible en línea, aquí. (Consultado: 8/4/2012).

[3] Hambre en Jayuya, La Correspondencia de Puerto Rico, 20 de febrero de 1900.

[4] Paisanos en el extranjero, Puerto Rico Herald, 25 de enero de 1902.

Lista de imágenes:

1. Fotógrafx desconocidx, "El desafío de la convivencia: la inmigración", 2011 (Centro Caribeño de Cultura y Comunicación para el Desarrollo).
2. Fotógrafx desconocidx, "Inmigrantes en barco en Latinoamérica y el Caribe", 1911. 
3. Fotógrafx desconocidx, "Migración en América y el Caribe", 1929.
4. Fotógrafx desconocidx, "Puertorriqueños inmigrantes", 1917.