El filósofo español Fernando Savater afirma que “la reflexión moral no es solamente un asunto especializado más para quienes deseen cursar estudios superiores de filosofía, sino parte esencial de cualquier educación digna de ese nombre”. Reflexión ésta que es fundamental para comprender la importancia de la ética como teoría y práctica que se inserta en el quehacer humano y social, especialmente, el universitario.
Definimos ética como la reflexión filosófica de la conducta moral. La ética pertenece al ámbito del ser humano y sus relaciones con el entorno cultural, entiéndase social, político, económico y ecológico. Somos seres morales porque convivimos en grupos sociales que establecen valoraciones y regulaciones normativas para la convivencia social. Esas normas indican lo que debe ser, según lo han interiorizado los miembros de un grupo social. De ahí que hablemos de moralidad definida como los actos o hechos prácticos de los individuos conformes a la moral establecida.
Ciertamente, la ética es la parte más práctica de la filosofía, porque trata de los actos morales de los seres humanos, es decir, de la vida consciente manifestada en valores y costumbres que configuran el ethos (modo de ser o carácter adquirido), o como decía el viejo Aristóteles, “una segunda naturaleza”. Sí, segunda, porque el ser humano es un animal ético y subrayemos lo de animal, pues recordemos que nuestra primera naturaleza es la biológica, orgánica y corpórea.
Hablo de la forma física y orgánica que nos permite estar aquí presentes, en movimiento, respirando, pensando. Pero también hay otros dos componentes que acompañan la integralidad de lo humano, entiéndase lo psicológico y lo social; entonces el humano es un ser bio-psico-social. Dicho con mayor precisión, es en el aspecto antropológico y sociológico que radica la eticidad de los actos racionales, voluntarios, libres y responsables (actos humanos) que son guiados por principios y normas morales que afectan la convivencia.
De modo que la ética se convierte en un saber teórico y práctico que ayuda a vivir mejor en sociedad. Teórico, porque requiere el estudio profundo de un tema y, necesariamente, proceder de modo sistemático, metodológico, inquisitivo y en búsqueda de conocimientos certeros que arrojen luz sobre la realidad social próxima. Práctico, porque no escapa de una determinada realidad social que clama por compromisos auténticos para su transformación; por tanto, la experiencia acumulada por la actividad ética genera procesos de análisis y búsqueda de explicaciones certeras y coherentes a los problemas morales que aquejan a un colectivo, así como también convergencias entre los diversos protagonistas del entramado social.
Ahora bien, cabe hacer una salvedad imprescindible. El hecho que la ética sea la ciencia de la moral, es decir, su objeto de estudio es la conducta moral de los individuos humanos, que además son seres sociales, no confunde al ético con el moralista. Al respecto, el filósofo alemán Arthur Shopenhauer (1788-1860) escribió como epígrafe de su obra Los dos problemas fundamentales de la moral: “Predicar la moral es fácil, fundamentar la moral, difícil”. Es propio de la ética fundamentar o explicar el porqué una sociedad considera un acto como bueno o malo, moral o inmoral, en determinado contexto social. En las palabras del filósofo mexicano Adolfo Sánchez Vázquez: “la ética es explicación de lo que ha sido o es, y no simple descripción. No le corresponde (al ético) emitir juicios de valor acerca de la práctica moral de otras sociedades, o de otras épocas, en nombre de una moral absoluta y universal, pero sí tiene que explicar la razón de ser de esa diversidad y de los cambios de la moral; es decir, ha de esclarecer el hecho que los seres humanos hayan recurrido a prácticas morales diferentes e incluso opuestas”.
Como tal, la reflexión ética propone el estudio de los patrones de conducta moral (valores morales, ángulos morales de problemas sociales, políticos y económicos, etc.) de la sociedad, en nuestro caso, la puertorriqueña. No se trata entonces de predicar la moral ni de prescribir nuevas normas. Nada más lejos del oficio ético. Eso se lo dejamos a los moralistas, y opino que ya hay demasiados pululando por ahí. Claro, ciertamente, la explicación bien fundamentada que realicemos de las normas, valores y prácticas vividas por los seres humanos de una sociedad en determinada época, puede acarrear repercusiones sugestivas que deben considerarse. Los principios éticos que afloran del trabajo teórico arrojan luz sobre el porqué de la práctica o conducta moral.
En el nivel universitario, la ética es un componente imperativo, pues necesitamos aprender a fundamentar bien la conducta moral en las profesiones y en la vocación que debe serle subyacente a cada una de ellas. Podemos definir la profesión como la actividad mediante la cual el individuo trata de solucionar sus necesidades materiales y las de los suyos, servir a la sociedad y perfeccionarse como ser moral. La parte final de la definición implica que existe una moral profesional o un conjunto de facultades y obligaciones que contrae el profesional en virtud de la labor que ejerce en la sociedad. Por tanto, todo trabajo profesional, y en general, todo trabajo u oficio, está ligado a fines sociales y conlleva deberes morales.
El deber moral se cumple o no en virtud de la vocación personal y de la finalidad de la profesión específica que ejerzamos. En todo caso el primer deber profesional es la formación científica, es decir, conocer disciplinada y sistemáticamente el campo de trabajo escogido. Y para eso hay que pensar, leer, escribir e investigar con rigor. Un universitario, por ejemplo, que manifieste no gustarle la lectura, que el acto de pensar le parezca una ocupación demasiado pesada y escribir le resulte un acto intolerable debe cuestionarse, es aconsejable, si realmente es serio con su disciplina y ama lo que hace. Sin duda alguna, no hacerlo, sería faltar la honestidad intelectual, razón suficiente para despertar la indignación ética.
Eugenio María De Hostos, en su obra Moral Social, en el capítulo XXVI, titulado “La Moral Social y las profesiones” plantea que “todo oficio o función social requiere un número determinado de deberes, que se cumplen tanto menos cuanto mayor es la repugnancia con que se los reconocemos, y toda vocación extraviada impone deberes extraviados”. Elocuentes palabras las del Ciudadano de América, como llamó Antonio S. Pedreira a Hostos, quien además añade más adelante en el capítulo citado: “Porque la sociedad humana quiere y requiere de sus miembros es que coadyuven al orden social y para eso hay que cumplir con su deber; y para que el cumplimiento del deber sea general hay que hacer del deber una causa y origen de felicidad”.
Hasta aquí nuestro planteamiento inicial. La ética promueve la reflexión, el diálogo y la discusión. Demos paso a esa posibilidad.