En este año, en que el hundimiento del Titanic[1] cumple cien años, el imaginario creado alrededor del navío supuestamente insumergible se presta para reflexionar sobre la vida en lo que va del siglo XXI. Para ello vale la pena recordar qué trajeron la primera y segunda década del siglo XX.
Con el comienzo del siglo y la muerte en 1901 de la reina Victoria, terminó unos de los reinados más largos de la historia (64 años) y comenzó el de su hijo Eduardo VII, que murió en el 1910. Se dice que con el deceso del rey comenzó el final del Imperio Británico y la desmembración de la realeza en Europa. Nueve reyes asistieron al real sepelio, tres de los cuales — los de España, Portugal y Bulgaria— habrían de perder sus reinos.
Entre el resto de la alta nobleza, una larga lista de príncipes y archiduques, todos en su más rutilante vestimenta, estaba el Archiduque Francisco Fernando de Austria, cuyo asesinato en Sarajevo ocasionó la declaración de guerra de Austria a Serbia. Europa no estaba muy lejos de enfrascarse en la guerra más cruenta que había conocido el planeta, y el mundo estaba cambiado de forma acelerada e inexorable.
Un año después de la muerte de Eduardo VII, en una demostración digna de un imperio en decadencia, fue botado el barco de pasajeros más grande y lujoso del mundo. Construido en astilleros en Bellfast, Irlanda, hizo su viaje inaugural el 10 de abril de 1912. Cinco días después, alcanzó la inmortalidad hundiéndose. En la tragedia, la consecuencia de su choque con un témpano de hielo, sucumbieron sobre 1500 personas, y el suceso adquirió un encanto macabro con el público. Además de muchos y variados libros sobre el tema, más de una docena de películas y programas de televisión de han filmado sobre el desastre.
Pienso que parte de la fascinación con el Titanic es porque en él viajaba un grupo de familias que representaba el orden establecido a ambos lados del Atlántico, ya bien fuera por su alcurnia o por su dinero, y con su desaparición pereció otro ejemplo de la vieja guardia y el dinero viejo, que, sólo por un instante romántico, la abdicación de Eduardo VIII, habría de reponerse en el convulso mundo de entre guerras. Junto con la terminación de las épocas victoriana y eduardina, el Titanic fue otro augurio de que el viejo orden, particularmente la época de los reinos, llegaba a su fin.[2]
El vapor también era la carta de representación del viejo imperio “Britania” al nuevo y recién nacido imperio “América”. Me parece significante que se hundiera en sus aguas. Una vez más, junto a la liberación de las colonias en 1783, el viejo imperio postrado a los pies del nuevo.
En 1912, el teléfono y el automóvil comenzaban a achicar los pueblos, las ciudades y el mundo. Ésa movilidad se maximizó, y capturó la imaginación de la humanidad, con los desplazados de las guerras y con las heridas que estas infligieron a los orgullos nacionales. Ya no quedaban dudas del poder de aniquilación de la tecnología bélica, ni del alcance de las armas más allá de fronteras y de límites terrestres.
La capacidad del aeroplano como arma mortífera —los verdaderos dragones de la época moderna, escupiendo su fuego mortífero sobre campamentos y ciudades— quedó claramente establecida con las dos guerras mundiales. Peor y más aterrorizante aún, los submarinos comenzaron a hacerle a los barcos lo que una montaña de agua congelada le hizo al Titanic. El hundimiento del Lusitania por un submarino alemán en 1915, sin embargo, no fue mitificado a los niveles del accidente titánico. En ambos casos, la sed de poder del hombre estuvo ligada de una forma u otra a las zozobras.
De pronto, en el siglo XX, nadie estaba a salvo en ningún lugar, fuera tierra, mar o cielo, porque la mano del enemigo podía extenderse hasta donde fuera necesario para lograr su asedio o su venganza. Además, como representado en dos clásicos del cine, el de Jean Renoir, La Grande Illusion (1937) y el de Lewis Milestone, All Quiet on the Western Front (1930), y como descrito por grandes historiadores, esta, la primera Mundial,[3] fue la “última guerra entre caballeros”. Muchos de esos caballeros murieron en el Titanic.
Pero como muy bien representa la película de Cameron, también los “soldados” (la infantería, si se desea) se ahogaron como ratas en las entrañas del barco. La imagen del desdén por las clases bajas que patentizó la historiografía del naufragio e ilustra Titanic, presagió lo que había de venir en cuanto a la vulnerabilidad de la aristocracia y los adinerados en un siglo, en que el populismo, el socialismo, el comunismo y otros movimientos, fueron creando unas distancias insalvables entre el dinero y la elegancia, el dinero y la nobleza de carácter, el dinero y la realeza.
El fallo de una máquina creada por nueva tecnología, que en la imaginación era invulnerable, junto al fallo de las virtudes diplomáticas (para controlar las guerras) de los políticos que les tocó estar fuera de moda cuando más se necesitaba que estuvieran au courant, son algunas de las metáforas que nos ha legado el Titanic. Aquello que representaba la modernidad del siglo veinte —el avión, los vapores insumergibles, las comunicaciones, la ciencia—, fueron catastróficos para la primera mitad de la centuria.
La gran tragedia del Titanic es paradigmática de las peripecias humanas entre el 1912 y el 1952. Es evidente en cómo estuvo enmarcada en el reto de la naturaleza (se sabía que había témpanos de hielo en la vecindad y sin embrago no había prismáticos abordo, que pudieron haber advertido la tragedia, que se les olvidaron a la tripulación en Southampton) y en llevar hasta el límite la ambición material del hombre, así com en su participación en la meta banal de establecer récords de velocidad, y, sin duda, en el deseo de conquista a través de las guerras.
La Gran Guerra, la segunda Guerra Mundial, las bombas atómicas, la guerra de Corea y el principio de la Guerra Fría, fueron los motores de esa mitad del siglo. Prepararon la escena para la debacle que ha sido el fracaso de los sistemas de gobierno comunistas, y el fallo monumental de las ideas neoliberales y el desastre de la globalización económica, en la segunda mitad.
Curiosamente, el Titanic, aunque solo se menciona, es el motor de la extraordinaria serie de TV Downton Abbey, ya que con él se hunden los herederos del título al susodicho Abbey, y determina la trama. Por supuesto, los personajes de Abbey caminan hacia la Gran Guerra. Por si nos habíamos olvidado de ese conflicto, a finales del año pasado llegó a Broadway desde Londres la obra War Horse, de Michael Morpugo, adaptada por Nick Stafford, que ha sido un éxito rotundo a ambos lados del Atlántico. Como regalo de navidad, el 25 de diciembre de 2011 se estrenó la hermosa versión fílmica de War Horse dirigida por Steven Spielberg. Tanto en Horse como en Abbey queda patente que la tecnología bélica cambió el mundo para siempre.
No sorprende que el único segmento de la cultura occidental que retiene un ápice de chutzpa con buen humor en la segunda década del siglo XXI sea Hollywood (incluyendo las películas y miniseries hechas para la televisión). Ante las guerras del Golfo, la de Iraq, la de Afganistán y los alaridos de las economías mundiales, nos devuelve al Titanic de 1997 según visto por los prismas color rosa del amor y la añoranza, en una versión “tridimensional”. Como la versión original sólo ha recaudado $1.8 billones, es el momento adecuado para reflotar el buque y lanzarlo a una generación que, o era muy joven para haber visto el original, o no había nacido, y llevarla más allá de los dos billones de dólares.
Los que cumplen este año entre 12 y 20 años, se deleitarán con un Leonardo de Caprio casi aún adolescente (tenía 23 años) y con una Kate Winslet presta ya en sus años más mozos a desnudarse por cualquier pretexto. Éstos, y otros más viejos, dejarán sus billes en la taquilla y soñarán con estar en la proa de un gran navío gritando que son los reyes del mundo.
Pero ese navío, ese mundo, en el que desean hacer realidad su real sueño, está a punto de chocar con el témpano del derechismo que surgió durante y después de la Guerra Fría y que ha vuelto con deseos de venganza. Se vuelve a ver en España, en los países de la Europa oriental como una reacción visceral al largo dominio injusto y criminal del sóviet, y, sorpresa, en los Estados Unidos, como una reacción visceral e intestinal a la presidencia de Barack Obama, ese comunista, socialista, terrorista, musulmán que ilegalmente fue elegido por el pueblo. Y en Puerto Rico (donde tal parece que los políticos son incapaces de un pensamiento original) el derechismo es una copia de carbón del prejuicio norteño.
Ahora los pobres y los menos aventurados tienen demasiados derechos y son una escoria de la que hay que salir o, por lo menos, arrinconar. Hay que defender a los blancos que asesinan de sus víctimas, negros o latinos, que les hubieran hecho daño de ellos no haber matado primero. El derechismo levanta su cabeza de muchas formas, pero la demonización de grupos étnicos o razas está siempre a flor de tierra.
El desprecio por los programas sociales es imprescindible porque son éstos los causantes de la deuda. La parte sumergida del iceberg de la deuda, según argumentan ilógicamente muchos, no tiene nada que ver con los gastos en las guerras ni en las fuerzas armadas. Además la complica y la abulta los gastos de salud en los que incurren los parásitos sociales a quienes ha cesanteado el gobierno o los que no tienen seguro médico. (It’s the health system stupid!)
¿Qué nos espera este año en que “celebramos” la tragedia del Titanic? ¿Qué le sucederá a la nave en que vivimos? ¿Guerra en Irán? ¿La bancarrota de España, Portugal, Grecia... Puerto Rico? ¿La implantación aquí por carambola de las ideas de la extrema derecha norteamericana? ¿La conversión de la Isla en un narcoestado que seguimos ponderando si existe o no? ¿El triunfo de los partidos que a la redonda en el globo se adueñan de las urnas, de las cortes, de la autoridad policial, de la universidad, del gobierno?
Jóvenes y viejos —todo el mundo— que encuentran refugio en fantasías verán cómo por un par de horas Titanic vuelve a flote en tres dimensiones, y con el mismo romanticismo de cuando solo tenía dos. También verán cómo se hunde, con o sin los espejuelos de la ilusión, en todas sus dimensiones. Tal vez se estén dando cuenta sin saberlo de lo que puede traer el resto de esta primera mitad de siglo a nuestra nave.
Notas:
[1] Distingo el barco Titanic de la película Titanic con bastardillas.
[2] Sería incorrecto atribuirle el interés cinemático y literario en el Titanic al descubrimiento del pecio, ya que eso no ocurrió hasta 1985; para esa época ya se habían publicado varios volúmenes y filmado diez versiones del hundimiento. Sí es obvio que el filme de James Cameron de 1997 elevó el interés en la tragedia a niveles más allá de los imaginados.
[3] A los que no lo hayan leído les recomiendo The Guns of August, de Barbara W.Tuchman, McMillan Co., New York 1962.
Lista de imágenes:
1. Cam Cardow 2010 Cable Cartoons.
2. Gary Varvel, spetiembre 2008.
3. Fazhad, octubre 5 2011.
4. El noticiero digital, abril 16, 2011.
5. David Horsey, noviembre 19 2009.
6. Cameron Cardow, Ottawa Citizen, abril 11 2012.
7. BL Man, noviembre 11, 2011.
8. Khalil Bendib, enero 18, 2010.