De niño, los viajes obligados a la Base Ramey en Aguadilla eran siempre promesa de aventura. A mis ocho años, no había tenido la oportunidad de ir al conglomerado de mundos mágicos que ofrecía Walt Disney World, pero sí había recorrido los intersticios del Tomorrowland criollo que se configuraba en Punta Borinquen Airforce Base, mejor conocida como Base Ramey.
La entrada y salida de aviones de los faraónicos hangares siempre era un espectáculo visual. Así mismo, se destacaban los precintos de entretenimiento agringados tales como el campo de golf, la piscina olímpica, la pista de patinaje y la bolera; espacios de ocio que aún no proliferaban en los pueblos circundantes de Aguada, Moca o Rincón.
Acudía a la base con mucha frecuencia porque mi papá Don Jesús Avilés-Pérez trabajaba allí. De hecho, su oficina se ubicaba en lo que fue una antigua barraca de la base aérea adquirida por el gobierno de Puerto Rico por el monto de $1.00. Y es que al cierre de la base, a principios de la década de los setenta, el gobierno federal puso a disposición del gobierno estatal una gran mayoría de los edificios militares. Por ejemplo, el Recinto de Aguadilla de la Universidad de Puerto Rico —mejor conocido como CORA—[1]. Allí, mis hermanos Arlene, Albert y Alexy iniciaron sus carreras universitarias, marcando la transformación de un espacio militar abandonado a un importante centro de docencia en la región noroeste de la Isla. Sin embargo, lo militar no estaba del todo difuminado en el espacio simbólico de Ramey. Al menos, no en mi cabeza.
A la entrada de la base, estaba localizado el Coast Guard Exchange, un precinto de oficinas y servicios que incluía una pequeña tienda por departamentos exclusiva para los militares y veteranos. Cada año, cercana la época navideña, iba con mi padrino Juan Modesto Sánchez a comprar las cervezas y jamones que se servirían en las festividades de la temporada. Padrino tenía acceso a la base en su carácter de veterano de guerra, ya que dos décadas atrás había servido en el ejército durante el conflicto de Vietnam.
Aunque mi padrino no hablaba mucho de su experiencia en el campo de batalla, siempre puso a mi disposición un enorme baúl en cartón prensado repleto de fotos y memorabilia que narraban visualmente una participación activa del puertorriqueño en ese conflicto armado. Sin embargo, del soldado boricua que sirvió en Vietnam se conocía muy poco. Hasta ese entonces, Hollywood lo había ignorado por completo. Los filmes clásicos del conflicto de Vietnam —tales como como Apocalypse Now, Hamburger Hill y Platoon— no contaban las hazañas del soldado boricua. Situación que me resulta irónica si tomamos en consideración que cerca de 48,000 puertorriqueños sirvieron en Vietnam[2]. Entre ellos, mi padrino Modesto, cuyo nombre parece hacerle honor a la forma en que la historia nos cuenta sobre su rol hoy como veterano.
Y es que la figura del veterano de Vietnam boricua se limitaba a un puñado de pinceladas que emergían desde el espacio de la cultura popular puertorriqueña, en especial desde la música y la televisión. Quisera detenerme a repensar esas representaciones, sonoras y visuales.
Los Sonidos de la Guerra de Vietnam en Puerto Rico
Las ondas radiales nos dejaron como legado varios relatos melódicos sobre los compatriotas que fueron a Vietnam. Por ejemplo, en clave de melancolía, la joven cantante Quetzy Alma, mejor conocida como "la Lloroncita”, cantaba Papito en Vietnam, una dramática décima puertorriqueña que relataba la historia de una adolescente lamentando la partida de su padre a la guerra. El género tropical de la salsa también nos contó del puertorriqueño que fue a Vietnam. El tema de Raphy Leavitt El soldado, contaba la historia de un militar puertorriqueño, quien, tras perderse en las junglas de Vietnam, regresa en estado de locura. Por otro lado, la canción Vas bien, interpretada por Pellín Rodríguez, era una comedia cantada que cuestionaba un tanto las posturas de lealtad a Estados Unidos y al servicio miliar, mientras se tildaba de cobarde al soldado boricua. De esta forma, el cancionero de la guerra de Vietnam en Puerto Rico, interpretado en clave de tragicomedia, iba articulando dos arquetipos del soldado puertorriqueño: el soldado cobarde e incapaz, y el que regresa en estado de locura. Arquetipos que trascienden a la pantalla chica puertorriqueña desde finales de los sesenta hasta finales de los noventa.
Soldado Manteca, El Veterano y Hermino Domínguez
En 1968, en pleno apogeo de la guerra de Vietnam, la televisión puertorriqueña buscaba entretener a sus audiencias con las ocurrencias del Soldado Manteca. Interpretado por el comediante puertorriqueño José Miguel Agrelot, este soldado representaba la historia del jíbaro puertorriqueño, inmerso en un campamento militar, y su relación con su superior, el General. Aunque yo aún no había nacido en esa época, los archivos cuasi-espontáneos configurados en YouTube me permitieron acceder a algunos pasos de comedia de Manteca. Si analizamos el show desde un punto de vista formal y narrativo, Manteca no era una fórmula original, ya que podría entenderse como la versión criolla del popular show Gomer Pyle U.S.M.C.[3], una comedia de situación rural estadounidense sobre las relaciones de un soldado y su superior. Gomer Pyle, interpretado por Jim Nabors, era un personaje de carácter inocentón, asexual, de vida simple y honesto, visión que contrastaba con la representación lacerada del soldado norteamericano que servía en ese momento en la guerra de Vietnam, articulados por la prensa como sujetos crueles, hipersexuales, “baby killers” y usuarios de drogas.
En su adaptación criolla, Manteca incorporó varios elementos de Gomer Pyle en su interpretación. Por ejemplo, el soldado como sujeto rural, siendo lo rural lo puro y nacional; las relaciones de poder desbalanceadas con sus superiores; y la narrativa en donde triunfa la inocencia sobre la inteligencia militar, en un reto indirecto a las jerarquías establecidas por la milicia. Claro está, siempre utilizando la comicidad para enfatizar la otredad de los personajes. Por ejemplo, Manteca no seguía instrucciones, era cobarde, indisciplinado y, al ser de baja estatura y estar sobrepeso, no poseía el físico requerido por la milicia. Sin embargo, en la trama de los episodios se privilegia al soldado proveniente de la ruralía. Manteca expuso las luchas del soldado jíbaro inmerso en un proyecto de modernización, que incluía, entre otras cosas, el servicio obligatorio en las fuerzas armadas de los Estados Unidos y que, para ese entonces, en plena guerra de Vietnam, era altamente cuestionado y problematizado no solo en Puerto Rico, sino a nivel mundial. No obstante, los pasos de comedia del Soldado Manteca comenzaron a desaparecer poco a poco de la pantalla chica de forma paralela al fracaso de los Estados Unidos en la guerra y a la consecuente retirada de las tropas estadounidenses de las junglas de Vietnam a principios de los setenta.
Fue allí que de entre los intersticios de los medios masivos, vimos despedirse el imaginario del soldado jíbaro e incapaz, representado en la figura del Soldado Manteca, y dimos la bienvenida a dos nuevas representaciones del soldado puertorriqueño en las figuras de: El Veterano y Herminio Domínguez. Dos sujetos de la guerra que regresan en estado de delirio y cuya inserción en la sociedad parecía imposible. A estos dos, sí los conocía. Contrario a Manteca, los personajes de El Veterano y Herminio Domínguez no contaban con un espacio fijo en la programación, sino que sus intervenciones se limitaban a apariciones esporádicas en distintos pasos de comedia. Estas apariciones “random” son las que van a destacar la otredad del veterano. Al los personajes no ser parte del entramado convencional del programa en el cual aparecían, la disonancia de su presencia se incrementaba. Por ejemplo, en el caso del personaje de El Veterano, interpretado por el comediante y cantautor Juan Manuel Lebrón, su articulación responde a ese delirio del cual nos cantaba la salsa de Raphy Leavit. Su caracterización, simpaticona por naturaleza, se distingue por una mirada perdida, de hablar acelerado y casi frenético y por constantes referencias a las “verdes, amarillas y la colorás”, en alusión a los medicamentos que se le recetaban a los veteranos de la guerra de Vietnam para lidiar con los síntomas del denominado "síndrome de estrés postraumático".
Por el contrario, la caracterización del personaje Herminio Domínguez, interpretado por el actor, comediante y abogado Raúl Carbonell, era menos afable. Herminio va a irrumpir en escena con unos soliloquios filosóficos, en donde el personaje entabla un monólogo de reflexión sobre temas de la vida tales como la conservación del medio ambiente e, incluso, el tema de la paz para Vieques. Acto seguido, la violencia se apodera del personaje cuando este, en un ataque de rabia, destruye todo lo que se encuentra en su camino. Herminio, cuya popularidad comienza a mermar a finales de los ochenta, utilizaba un martillo para penetrar en los espacios y hacer notar su presencia. Una presencia, que aunque podría resultar problemática desde las formas representacionales, simbólicamente reclamaba un espacio que no existía. Y es que de las historias y relatos del soldado y, eventualmente veterano puertorriqueños, se sabía y se sabe muy poco.
A partir de los noventa, comienza un nuevo período en la historia de la representación cultural del soldado boricua. Instancias de reflexión más críticas —como el filme Héroes de otra patria (1996), proyectos de televisión pública como el documental Diario Vietnam (2004) y el proyecto dramático serial Las Guerreras (2007)— son producciones que se posicionan como algunas de las pocas representaciones mediáticas que trascienden los imaginarios del soldado cobarde e incapaz y del soldado -hoy veterano- que regresa en estado de locura. Hoy, el veterano puertorriqueño toma su representación en sus manos y utiliza redes sociales como Facebook y YouTube para organizarse, contar su experiencia y resistir aquellos imaginarios que, por décadas, lo ha reducido a arquetipos unidimensionales. Hoy, el baúl de fotos y memorabilia de mi padrino en Vietnam es un álbum de fotos digitalizadas, compartidas y comentadas por amigos y familiares y hasta desconocidos, que cuatro décadas más tarde celebran su retorno de las junglas de Vietnam.
P. D. Hay que vivir para contar. Hay que vivir para digitalizar y contar.
Notas:
[1] Colegio Regional de Aguadilla. Aunque hoy día se le conoce como Universidad de Puerto Rico Recinto de Aguadilla (UPRA), la gente de la zona le continúa llamando CORA.
[2] Del total de puertorriqueños que sirvieron en Vietnam, 3,000 resultaron heridos y más de 500 jóvenes murieron en el campo de batalla.
[3] La serie Gomer Pyle se transmitió a través de la cadena de televisión norteamericana CBS.
Lista de imágenes:
1-2. Juan Modesto Sánchez, Voces Oral History Project.