Hay pensadores que tienen la humildad de ir hilvanando sus planteamientos y propuestas mediante un proceso de lectura cercana y esclarecimiento de los planteamientos y propuestas de otros pensadores, que les sirven de anclas dentro de la tradición a la que se circunscriben. Es como si lo que quisiera plantearse como proyecto propio solo se va logrando en la medida en que ayuda a otros en la interpretación y lectura de los teóricos que le sirven de sostén. Es un gesto intelectual que delata, ya en su mero discurrir, la vocación de una construcción colectiva de ese proyecto.
Un gesto que, si logra interpelar a otros, produce necesaria complicidad, o mejor, solidaridad. Francisco Fernández Buey, reconocido filósofo político español fallecido el pasado 25 de agosto, fue uno de esos pensadores. Uno de los discípulos más célebres del también importante filósofo Manuel Sacristán, Fernández Buey fue de esos discípulos que además ellos mismos a su vez dejaron escuela.
Al igual que su maestro Manuel Sacristán, una de las cosas que impresionaba de Fernández Buey, además de su probo compromiso con las causas más dignas de la humanidad, era su amplia erudición. Basta leer el catálogo de sus publicaciones (desde su trabajo sobre Gramsci o la La ilusión del método hasta su libro sobre Einstein, pasando por sus trabajos en torno a los choques culturales históricos, su imprescindible Poliética, así como sus estudios en torno al pensamiento utópico). Gran conocedor del marxismo, su Marx (sin ismos) en muchos hizo época. Además de sus propios trabajos, fue traductor y/o editor de trabajos de tantos otros pensadores (Marx, Gramsci, Savonarola, de las Casas, Valentino Gerratana, etcétera…) que quería ubicar en la tradición que iba armando.
Fernández Buey fue en particular muy conocido internacionalmente por su trabajo sobre el marxista italiano Antonio Gramsci. Su Leyendo a Gramsci (2001) es simple y llanamente una joya. Alimentados por esa amplísima erudición que mencionábamos, y por su compromiso con las mejores causas, las lecturas de Fernández Buey sobre Gramsci siempre conjugaban profundidad y conocimiento, así como reconocimiento de las últimas novedades en el scholarship gramsciano, pero sin por ello dejar de lado una sensatez interpretativa adecuada. Hasta lo último que leí de él sobre el tema, seguía siendo un defensor de la edición crítica de 1975 de los gramscianos Cuadernos de la cárcel bajo el cuidado de Valentino Gerratana, y advertía sobre un posible excesivo puntillismo filológico en torno a la obra carcelaria de Gramsci en tiempos recientes.
Aunque como bien dice recientemente el teórico político Antonio Y. Vázquez Arroyo (2012) en un breve texto publicado en la red poco después de la noticia del fallecimiento de Fernández Buey, “Tomará mucho tiempo pasar juicio crítico y razonado sobre la totalidad de su extensa y variegada obra”, se me antoja sugerir una pista interpretativa a partir de la cual reflexionar sobre su trabajo. Si bien esta pista interpretativa no pretende abarcar ni agotar toda su rica obra –ni el que escribe pretende ser un experto en toda la obra de Fernández Buey– sí parece constituir un leitmotiv de algunas de sus obras recientes. Me refiero a lo que Fernández Buey planteaba como la política como ética de lo colectivo.
Este tema, central en su Poliética (2003), ya se plasmaba en esos términos al menos desde su Leyendo a Gramsci (2001), particularmente en su segundo ensayo (2001: 83-128). El planteamiento de la política como ética de lo colectivo no pretendía fusionar lo político y lo ético, aunque sí procuraba conjugarlos o articularlos necesariamente. Si bien se parte de la distinción maquiavélica entre política y moral –distinción que incluso en Maquiavelo no lo lleva a pormenorizar el componente ético bajo la supuesta prepotencia de alguna pretendida razón de estado como ciertos intérpretes quisieron y quieren hacer ver– lo que se procura es lograr articular la virtud, o el bien, privado de los individuos con la virtud, o el bien, público de la comunidad. Que el poder y los procesos de toma de decisiones que asociamos con lo político logren habilitar las aspiraciones y los intereses de una mayoría de los individuos.
En la medida en que la política (entre otras cosas, el disponer de unos determinados medios para lograr ciertos fines) logre cada vez más reflejar o hacer valer las aspiraciones y convicciones de una mayoría, se va tornando en términos de Fernández Buey, en una “ética de lo colectivo”. Alguna tangencia guarda esto con como planteaba Gramsci –autor tan caro a Paco Fernández Buey– en sus Quaderni del carcere que podría darse el proceso de transformación hacia una ‘sociedad regulada’ bajo la hegemonía de los grupos o clases subalternas. Sin pretender agotar, ni mucho menos, el material al cual acudir sobre el tema, vamos cerrando esta invitación de lectura citando algunos textos de Fernández Buey al respecto:
“la política es concebida como un proceso que desembocará en la moral, es decir, como un proceso tendente a desembocar en una forma de convivencia en la cual política y, por tanto, moral serán superadas ambas. Mientras tanto, es la crítica y la batalla de las ideas lo que decide acerca de la mejor forma del comportamiento moral de las personas implicadas. No hay comunión laica de los santos.
En definitiva, la política como ética de lo colectivo que Gramsci propugna no es sólo restauración del sentido noble de la palabra política frente al moralismo y a cualquier forma de actividad mafiosa. Es también crítica de la política imperante, crítica de la <
“Si se pone el acento en la comparación con el imperativo moral kantiano habría que decir que el historicismo de Gramsci corrige de manera realista el idealismo moral para acabar proponiendo una nueva formulación sociohistórica que da la primacía a la política sobre la ética. El nuevo imperativo ético-político suena así:
No se trata, pues, de la negación de la universalidad, sino de la reafirmación de la universalidad tendencialmente posible en un marco histórico dado, concreto”. (2001: 128)
“[…] un concepto de la relación entre ética y política que da la primacía a lo político porque considera necesario e inevitable la participación del individuo ético en los asuntos colectivos, en los asuntos de la ciudad, de la polis. Admitida la separación de hecho entre ética y política, el individuo aspira a la coherencia, a la integración de la virtud privada y de la virtud pública con la consideración de que aquélla sólo puede lograrse en sociedad y, por tanto, políticamente”. (2001: 128)
“Poliética es un término ambivalente. Lo he elegido para reunir algunas de aquellas aportaciones a la conciencia ético-política del siglo XX precisamente por esta ambivalencia. Sugiere al mismo tiempo pluralidad de éticas y fusión de lo ético y lo político”. (2003: 32)
“En lo que tiene de innovador, este deseo de fundir ética y política ha oscilado entre la afirmación de que en el fondo todo es política (cuando los nuevos sujetos reivindican nuevos derechos) y la afirmación de que no hay fondo, de que el ser es lo que aparece y, por tanto, la política tiene que ser ética de lo colectivo, de la esfera pública (cuando los nuevos sujetos se piensan a sí mismos ya no como meros reivindicadores de derechos, sino como parte de lo que puede ser el nuevo poder)”. (2003: 32)
En una nota más personal: Desafortunadamente nunca pude conocer en persona a Francisco Fernández Buey, aunque desde el 2003 o 2004 establecí alguna comunicación con él vía el correo electrónico. En aquel entonces tuvo la tremenda gentileza de leer parte de lo que fue mi tesis doctoral en la Universidad de Massachusetts-Amherst, que sirvió posteriormente de base para mi libro sobre Gramsci. En ese momento me brindó varios comentarios oportunos y muchas palabras de estímulo.
Luego, a través de los años, intercambiamos, vía el correo electrónico también, distintas impresiones, particularmente sobre debates o asuntos concernientes al autor que me llevó a toparme con su obra y con su gran erudición. Me ubico entre aquellos, que deben ser muchos, que en gran medida aprendimos a leer a Gramsci con su ayuda. Y no sólo a Gramsci –aunque particularmente a Gramsci– sino a toda esa tradición que él quería armar de pensadores que de alguna u otra forma aportaban al proyecto teórico-político del cual él era artífice o del cual quería hacerse eco: Karl Kraus, Hannah Arendt, Gyorgy Lukáks, Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Simone Weil, Primo Levi, Bartolomé de las Casas, Carlos Marx, N. Maquiavelo, Jean Paul Sarte, Albert Einstein…
Aún para aquellos –como yo— que solamente lo conocimos a través de sus escritos e intercambios de correos electrónicos, Francisco Fernández Buey siempre fue un maestro y un intelectual a emular.
Nos hará mucha falta.
Lista de referencias:
Fernández Buey, Francisco. 2001. Leyendo a Gramsci. Barcelona: El Viejo Topo.
_____. 2003. Poliética. Madrid: Editorial Losada.
Vázquez-Arroyo, Antonio Y. 2012. Francisco Fernández Buey: un pensador poliético, en blog Los Archivos del Mandril.