Esta es la tercera y última parte del artículo en el cual Manuel Almeida discute el berlusconismo y el ocaso de la democracia. Para acceder la primera parte de El otro laboratorio Italia, pulse aquí. Para acceder a la segunda, aquí.
A modo de bosquejar solamente lo que debería investigarse y desarrollarse más a fondo, podríamos decir que el berlusconismo es un fenómeno político que incluye las siguientes características y/o expresiones:
1. El berlusconismo como una política de la anti-política. El berlusconismo representa en Italia una expresión de los movimientos políticos que paradójicamente utilizan un discurso anti-político cada vez más prevalente. En el berlusconismo tenemos un discurso anti-político que se aprovecha de la insatisfacción de los ciudadanos con la clase política tradicional, y a través del cual se presenta como alternativa, como una especie de condottiero ideal, esta vez utilizando el capital simbólico que le asiste como empresario emprendedor y exitoso.
En este sentido, cabe recordar que Silvio Berlusconi entra al ruedo político en 1994 en un vacío de poder, sobre las ruinas de los partidos políticos tradicionales dominantes durante la primera república, a raíz de los sonados casos de corrupción y los procesos judiciales que se conocieron como Mani pulite (Manos limpias) que implicaron la caída de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista. Frente a la insatisfacción general de la ciudadanía con los políticos tradicionales, el discurso de Berlusconi caló y continúa calando entre muchas personas. Frente a la figura del político profesional que vive de la política, Berlusconi se presenta como el self-made man, aquel que logró a través de sus esfuerzos y talentos el éxito rotundo en sus asuntos privados. De aquí entonces se extrapola que el mismo éxito podría también lograrlo como dirigente del país.
2. El berlusconismo como expresión del poder de los medios de comunicación masiva sobre la política. Si bien es cierto que tradicionalmente el discurso ha sido que las grandes fuerzas políticas son la culminación de un proceso que se origina de un previo y amplio trabajo ‘desde abajo’, por así decir, el partido político de Berlusconi –primero Forza Italia, ahora el Popolo della libertà (Pdl)– es uno que surge y se fortalece ‘desde arriba’. Aquí es que el poder empresarial de Silvio Berlusconi sobre los tres principales canales televisivos privados –además de editoriales, un periódico, etcétera– cobra mucha relevancia. Ese decano del estudio del sistema político Italiano, Gianfranco Pasquino (2007), ha planteado cómo, inicialmente, para que su vehículo político cobrara rápido reconocimiento, más que trabajo de base, Berlusconi puso a trabajar a sus televisoras con un “incesante bombardeo de información” sobre su partido (p. 41).
Lo que así comenzó, ha continuado a través de los años. En la programación noticiosa de sus canales, apenas hay cobertura crítica con respecto a su mando, mucho menos atención sobre los casos de ilegalidad y corrupción en materia de negocios, muy sonados dicho sea de paso a nivel internacional, particularmente en Inglaterra y España. En una cultura de masas cada vez más marcada por los patrones de conducta, los valores y las imágenes presentadas en la televisión, el que una fuerza política cuente con el control de gran parte de ella, se presta para manipular las contiendas electorales, que hoy día cuentan con los medios audiovisuales como espacio primordial para hacer campañas, por no hablar de las implicaciones negativas a la hora de la prensa llevar a cabo la labor de proveer información relativamente objetiva y libremente. En otras palabras, poco espacio hay para la labor de fiscalización y de análisis crítico y objetivo.[1]
3. El berlusconismo como posible antesala hacia una democracia delegativa. En la segunda mitad de los 1990, Guillermo O’Donnell (2004) adelantó el concepto de democracia delegativa como una vía para entender las democracias recientes en Argentina, Brasil, Perú, Ecuador, Bolivia, Filipinas, Corea del Sur y varios otros países del antiguo bloque comunista, que no le parecían cuajar tan cómodamente con la categoría de democracias representativas. Dice O’Donnell que,
[l]as democracias delegativas se basan en la premisa de que la persona que gana la elección presidencial está autorizada a gobernar como él o ella crea conveniente, sólo restringida por la cruda realidad de las relaciones de poder existentes y por la limitación constitucional del término de su mandato […] Típicamente en las DD, los candidatos presidenciales victoriosos se ven a sí mismos como figuras por encima de los partidos políticos y de los intereses organizados […] Desde esta perspectiva, otras instituciones –los tribunales y las legislaturas, entre otras– son sólo estorbos que desgraciadamente acompañan a las ventajas domésticas e internacionales resultantes de ser un presidente democráticamente elegido. La accountability ante esas instituciones es vista como un mero impedimento de la plena autoridad que se ha delegado al presidente. (p. 293)
Ahora bien, salvando las diferencias de que en el caso de Italia estamos hablando de un sistema parlamentario, y de que O’Donnell ve este fenómeno como uno típico de países cuyas democracias no se han consolidado mientras que Italia forma parte del núcleo de la Unión Europea, las pretensiones de Berlusconi delatan una amenaza de la posibilidad de que Italia pueda ir yendo por el camino de convertirse en una democracia delegativa. Es conocido que ante los frenos constitucionales a algunas intenciones políticas de Berlusconi, éste apela a la autoridad directa del voto del pueblo, que él entiende más importante.
Esta movida es típica de las democracias plebiscitarias y/o delegativas. Además, basta recordar que ante las investigaciones judiciales al respecto de actos ilegales en el ámbito de sus negocios o de posibles relaciones con la mafia, Berlusconi lleva sobre diez años atacando y acusando al cuerpo de jueces de ser un grupo politiquero y de orientación comunista. Interesantemente, a pesar de que existe un consenso en el país de que debe haber una reforma de la rama judicial, muchos expertos señalan que las medidas propuestas por Berlusconi y su partido en esta materia lo benefician desfachatadamente a él en su carácter personal.
Un ejemplo claro es la Ley del Proceso o Prescripción Breve, que al momento se trabaja a toda prisa en el parlamento italiano –en donde el Pdl tiene mayoría– para ultimar sus detalles. Después de que en octubre de 2009 se declarara inconstitucional la Ley Alfano –que daba inmunidad a los cuatro altos cargos del Estado y que fue producto de la mayoría berlusconiana– Berlusconi comenzó una campaña para aprobar este nuevo proyecto titulado Ley de la Prescripción Breve. Ésta busca limitar el tiempo de duración de los procesos judiciales para los delitos de primer grado a un máximo de seis años, dos por cada instancia. Si no se dicta sentencia en ese plazo, los casos prescribirían.
Si bien en parte esta ley busca acelerar los procesos judiciales en Italia, que son notoriamente lentos, no puede dejarse de señalar que de los 16 procesos en los cuales Berlusconi ha sido directamente imputado, cuatro siguen pendientes y podrían ser eliminados por esta ley. Dicho proyecto parece ser toda una ley ad personam. Además, añádasele a eso la aprobación en febrero de 2010 de la ley “del legítimi impedimento”, que es una norma transitoria y retroactiva que salvará a Berlusconi de los procesos en los que está imputado hasta que se apruebe eventualmente una ley constitucional de inmunidad. La intención oficial según lee el proyecto es la de: “consentirles un sereno desarrollo de sus funciones” al primer ministro y sus ministros. La intención de Berlusconi es clara, no basta con ser meramente prima inter pares, sino prima super pares.
Ante la reciente crisis interna de su mismo partido –que combina su previa Forza Italia, la Lega Nord de Umberto Bossi, y la Alleanza Nazionale– nadie más que Gianfranco Fini, actualmente presidente de la Cámara de Diputados previamente por el Partido de Berlusconi, criticó y cito: “La legalidad significa algo más que facilitar de forma puntillosa la lista de las operaciones de las fuerzas del orden. Hace falta reformar la justicia pero no dar la impresión de que se hace para garantizar más impunidad. Y a veces da la impresión de que, por ejemplo con la ley del proceso breve, ese es el mensaje que se da” (en Mora, 2010). Era esa expresión síntoma de una molestia interna en las huestes berlusconianas que nos confirma desde adentro lo que se ve claramente desde afuera.
Podría mencionarse también las aspiraciones constantes que tiene Berlusconi de reformar ampliamente la constitución para convertir el sistema parlamentario italiano a uno presidencial o al menos mixto, como el francés, apoderando significativamente la figura del presidente (posición por la cual Berlusconi desde hace tiempo ha manifestado interés). Trastocar el estado de derecho actual a conveniencia propia, la personalización del poder, el apelar directamente al voto popular como única fuente de autoridad (Pasquino, p. 48), el ataque constante a la judicatura: en fin son todas estas señales de una democracia delegativa.
4. El berlusconismo como expresión de derecha del retorno del populismo. La sonrisa de Berlusconi es mágica… o al menos así siempre el actual primer ministro la ha querido proyectar. El proyecto político de Berlusconi, a pesar de todo lo que hemos dicho hasta el momento sigue siendo muy popular. Sus primeras dos administraciones cayeron porque su alianza política se desmembró en ambas ocasiones. Y al momento, aunque está pasando por una crisis dentro de su partido, sigue teniendo amplio control sobre ambas cámaras, y en las últimas elecciones del 2008 su partido ganó cómodamente.
El berlusconismo ha logrado capturar el apoyo de gran parte del electorado en parte sustentado por un discurso que apela directamente al sentido común del pueblo, como ejemplo, su discurso anti-político que mencionamos anteriormente. Dicho discurso apela constantemente a la libertad de los individuos frente a la injerencia de un gobierno parásito, un discurso en donde el mismo mandatario pretende ser la primera víctima, ‘perseguido’ por los jueces comunistas o activistas políticos, invocando el discurso paranoico de la Guerra Fría. Frente al político tradicional, Berlusconi se proyecta como un italiano cualquiera, alegre, jovial (recordemos las fotos de sus fiestas alegres en su villa en Cerdeña), enamorado, aficionado al futbol (es dueño del AC Milán), emprendedor, pero sencillo, llano, en fin, anti-intelectual, one of the boys. Esta imagen, además, en momentos claves de su gobierno ha sido proyectada sin cesar a través de los medios, muchos de los cuales, como ya dijimos, él controla.
Ahora bien, qué dice de la cultura política italiana el que un discurso como el de Berlusconi cale tanto es algo que merece una investigación más detenida.
El berlusconismo, en resumen, representa un catálogo de elementos que muchos estudiosos de la política han visto como retos a la democracia: populismo, concentración del control de los medios de información, personalización del poder, actitudes anti-políticas, prácticas patrimoniales y la presencia de lo que Bobbio (pp. 34-37) llamaba el poder invisible (posibles contactos con el crimen organizado como ha salido a relucir con respecto algunos de los diputados de su partido).
Finalmente, el fenómeno italiano que representa Berlusconi no radica en la originalidad de cada una de las características políticas que lo constituye y que se pueden encontrar algunas de ellas de forma aislada en otros sistemas políticos democráticos. Todo esto se puede verificar fácilmente. La novedad italiana radica en que en el berlusconismo dichas particularidades se articulan todas en un mismo proyecto político, que no asume necesariamente los contornos de fenómenos similares en otros sitios. ¿Oscuro presagio de futuro para la democracia? De ahí que Italia como actual caso de estudio represente un nítido laboratorio para el estudio de la política contemporánea y como alerta ante todos aquellos que queremos defender el proyecto democrático.
Notas:
[1] Al respecto de las relaciones incómodas entre la la lógica de la política democrática y la lógica de la televisión, y sus efectos específicos en el caso de Italia y Berlusconi, ver el trabajo ya mencionado de Paul Ginsborg (pp. 103-122).
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