Sigo vivo, sigo atento, y observando con el tiempo esta extraña enfermedad inclasificada que te afecta muy deprisa, que te quita la sonrisa, cuyo síntoma es que ya no importa nada.
-Fito Páez
~A Laura por todas las lecciones…~
Una de las frases del rito matrimonial católico que más ha llamado mi atención por mucho tiempo es esa que habla sobre el imperativo de la presencia constante de la pareja en la salud y en la enfermedad. Esa esperanza afirma una de las manifestaciones más espléndidas de la amistad en las relaciones amorosas. Ese estar ahí, no importa las condiciones, es lo que esperamos de la incondicionalidad.
La gente queer también se enferma y cuando nos ocurre se desatan dinámicas en las que no solemos pensar cuando estamos en salud, pero que nos hermanan irremediablemente con toda persona que se enferma. ¿Qué hacer con las visitas inesperadas? ¿Cómo bregar con las ausencias dolorosas? ¿Cómo adaptarnos a la cotidianidad de pareja rota y al porvenir incierto? ¿Cómo disponer de los procedimientos médicos si no estamos en conciencia? ¿Quién debe tomar las decisiones? ¿Cómo seguir viviendo cierta plenitud aun en la enfermedad?
Ante todo es fundamental que conservemos, celemos y honremos nuestra dignidad. La enfermedad no puede ser luz verde para que se nos trate de otro modo, se nos infantilice, se nos prive de ese modo de vivir que hemos tenido hasta la fecha. El primer antídoto para la enfermedad es el respeto a nuestra dignidad.
La enfermedad, como la muerte, es una realidad humana cotidiana. Pero, extrañamente, la vivimos como un happening cada vez que se asoma. Lo mismo les ocurre a lxs hetero. La enfermedad lxs asalta y lxs sorprende. Pero, qué de particular ocurre –si algo– cuando quienes nos enfermamos somos queer.
Lo más común es que algunas familias extendidas asuman que estamxs solxs en el mundo y que tienen todo el derecho para decidir incluso por nosotrxs. Tampoco saben muy bien qué hacer con nuestra pareja y con la nueva situación en nuestra vidas. Cada diálogo con ella se torna denso y ajeno. Es como si les costara reconocer quién es ella justamente en esta coyuntura.
Menos usual es que nos den el espacio y reconozcan, como suele ser el caso, que seguimos siendo lxs adultxs de antes de la enfermedad. Menos común es que le pregunten a nuestra compañera antes de aparecerse y que honren su lugar en nuestras vidas. Pero ocurre y si no, tenemos que exigir que sea así. El segundo antídoto para la enfermedad es el honrar nuestras parejas y reconocer su importante lugar en nuestras vidas.
Finalmente, y de cara al interior de nuestras relaciones, es imprescindible que nos traten como seres que estamos vivxs, atentxs y observando. La enfermedad no es sinónimo de muerte. La enfermedad es la manifestación de nuestra materialidad. Es cambio y siempre, afortunadamente, estamos cambiando.
El tercer antídoto que propongo es, justamente, que nos traten como personas vivas. Nuestra pareja, nuestrxs amigxs, nuestra familia extendida no deben olvidar ni un solo instante que estamos ahí plenamente hasta el último día. Que nuestra metáfora de la enfermedad sea una afirmación luminosa de que estamos aquí todavía, de que todo importa.
Lista de imágenes:
1. Clifton Wiggins for CNN, A lesbian couple embraces, 2013.
2. Foto ciudadana, 2013.
3. Queerty, "How Many Hospitals Still Forbid LGBT Visitation Rights?", 2013.