Preguntas (in)visibles: borrador de autoayuda 2

De eso se trata, de inventarnos ese nosotros, de empezar a construirlo porque yo recuerdo que alguna vez hubo un “nosotros” que ha terminado hecho pedazos, tan hecho añicos que cada vez encuentro más imposible identificarme ni sentirme partícipe de ninguna supuesta “comunidad gay”.
-Paco Vidarte, Ética marica

A Bea, quien no quiere ser rescatada.

Preguntas visibles

En la primera entrega de esta secuela lancé una invitación a hacer preguntas a través del espacio de Comentarios, pero no fui explícita. Pensé que más de una persona se animaría a seguirme el hilo, a tirar de esas memorias que procuro compartir en estas líneas. Deseé que alguien se atreviera a preguntarme para acompañar alguna de esas interrogantes propias que no cuenta con interlocución, que andan en su búsqueda hace algún tiempo. Pero nadie se animó a hacerlas visibles en este sitio.

Recibí dos mensajes a través de otros medios: uno de Laura y otro de Isabel. La primera, en su estilo acostumbrado, me expresó su gratitud por la idea y su insatisfacción por haber dejado a tientas la historia de “Yo la quería”. A ella le interesaba más la narración de esa mujer que yo quería. A ella le interesaba indagar sobre quién era y cómo tenía curso ese cuento.

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Laura, ella no tenía nombre en ese entonces y no recuerdo bien su historia. Solo atino a recordar que era la representación de mi atracción. A decir verdad, no sabía bien qué sentía por ella, pero era una proclividad insistente. Era una mujer frágil a quien yo rescataba de su dolor. Por muchos años me he enamorado de esa mujer que inventé en mi niñez. En demasiadas ocasiones me han atraído mujeres que sufren, que están enfermas, que necesitan ser rescatadas. En ellas rescataba a mi abuela, a mi madre y a tantas mujeres que he visto sufrir durante mi vida. En ellas también me rescataba a mí misma.

Me tomó más de una década liberarme de aquella narrativa que me salvó por periodos cada vez más cortos, pero que sobre todo me condenó las más de las veces. Tenía una lógica implacable: parecía que rescataba a alguien, pero siempre terminaba desecha y con una urgencia terrible de ser rescatada a mi vez. Y el ciclo se iniciaba de nuevo, con más dolor a cuestas.

Esa narrativa tenía asidero en mi entorno y, tristemente, lo sigue teniendo. No importaba el nombre ni la edad, me sentía rodeada por mujeres dolorosas y doloridas. Sin importar los motivos, siempre diversos, todas estaban hechas polvo. No venía al caso a quién deseaban o amaban: todas sufrían.

Liberarme de esa imagen persistente fue más difícil que aprender a existir de otro modo. Pero hoy, puedo decir que es posible. Es urgente tener la certeza y la determinación de existir siendo una mujer que no necesita rescate alguno. Eso no quiere decir que seamos de hierro. Eso no quiere decir que, más de una vez, no necesitemos que otra nos lleve el paso, que nos recuerde, sencillamente, que somos personas con derecho tanto a la felicidad como a la tristeza, así como a la dignidad.

Hoy yo quiero a otra mujer. Quiero esa mujer que se reconoce en el espejo y sonríe sin superioridad o inferioridad. Quiero esa mujer que se equivoca y acierta sin confesionario de por medio. Quiero esa mujer que camina con paso firme, aunque tropiece. Quiero esa mujer.

Preguntas invisibles


Por su parte, Isabel tardó un poco en reaccionar, pero me escribió uno de los correos electrónicos más generosos y hermosos que haya recibido de ella. Compartió extensamente su resistencia a los libros de autoayuda. Esbozó argumentos inteligentes e incuestionables. Pero reconoció y admiró la valentía que supone un ejercicio de este tipo y me lo agradeció.

Debo empezar por decir que antes no habría podido escribir estos textos de este modo. Ciertamente he tenido que armarme de cierta audacia y liberarme de algunos closets más. Una no tiene vida suficiente para liberarse de todos los que carga. Pero escribir este texto enuncia la pérdida de algunos miedos importantes.

Todavía recuerdo la ocasión en que un estudiante me comparó con un homosexual que habitaba un círculo del infierno en La divina comedia. Me quedé muda frente a la clase sin saber cómo refutar esa verdad. No sabía qué decir. Tantas veces no he sabido qué decir.

Sin embargo, uno de los modos más espléndidos para fortalecer mi estima propia y vivir con dignidad mis múltiples perfiles ha sido tomar la palabra por cuenta propia. Esta iniciativa es uno de esos esfuerzos. En cierta medida, consiste en articular lo pensado y lo vivido por medio de afirmaciones en vez de a través de respuestas a preguntas impropias o a indirectas mordaces. Consiste en exhibir con fortaleza vulnerabilidades y reconocerse en proceso, sin respuestas finales ni conclusiones definitivas.

Narrar y desplegar nuestra vida como personas queer –sin confesiones ni hagiografías– es una celebración de nuestra humanidad y hace falta. Necesitamos más referencias, más empatías, más identificaciones. Necesitamos exigir esa palabra nuestra que nos toca. Necesitamos hacer nosotras las preguntas.