Las mujeres según Vermeer, según Vergara

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Baruch Vergara observa a las mujeres con el mismo detenimiento y afán contemplativo que Johannes Vermeer debió dedicar a sus modelos cuando las estudiaba para interpretarlas en sus obras. Imaginarse a los dos, apostados en el fondo de una sala, diseñando mentalmente las composiciones que determinarían la situación estratégica y los ademanes enigmáticos de aquéllas, es como unir los dos extremos de una línea, la cual simboliza el tiempo y los propósitos que distan entre ellos.

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El principal empeño de Vergara en su reciente serie de pinturas, Los diálogos con Vermeer, es jugar a conversar con el maestro flamenco, y el tema por el que se ha decidido se concentra en el enigma de lo femenino. Para lograr entablar esta charla, el artista mexicano invita a una de aquéllas –imagen emblemática de una generación entera- a disfrutar de una lectura pausada de los óleos centenarios, pero sólo de aquéllos que tienen a otras féminas protagonizando sus diarios quehaceres. Mientras esa mujer simbólica hojea las páginas de un libro, absorta en el proceso de su estudio, el siglo XVII y el siglo XXI se cruzan la mirada y plantean unas experiencias que, a pesar de la distancia, acaban por ser semejantes.

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Cuando algunas de las jóvenes inmortalizadas por Vermeer aparecen en esta serie de Baruch Vergara, lo hacen en forma de ilustraciones de los libros que las protagonistas actuales leen con atención, evocando la célebre presencia del cuadro dentro del cuadro que practicó recurrentemente su vetusto colega pintor. Este magistral recurso narrativo, que le permitió al maestro de Delft incluir las claves interpretativas de varias de las alegorías que parecen esconder sus obras, le sirve en la actualidad al creador poblano para abrir el marco histórico de la búsqueda de modelos –desde físicos hasta sociales- que cualquier joven practica hoy día desde la soledad de su cuarto.

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Otras de las mujeres vermeerianas se aparecen ya directamente en las habitaciones de la joven protagonista, asomándose en los lienzos en forma de espectros afables, tan contenidas y serenas como las originales y sin dejar de practicar aquellas labores domésticas emprendidas tiempo atrás, congeladas mientras las desarrollaban con su personal dedicación y esmero. Sin embargo, aquella encajera de Vermeer que se encorva sobre su mesa de trabajo y teje con cuidado extremo un pedazo de lujosa tela, la que vestida de azul y amarillo sostiene una jarra de agua con la que procederá a lavar sus manos o la que se prueba con ilusión un collar de perlas frente a un espejo, trascienden la realidad de cualquier mujer concreta y se interpretan ahora como emblemáticos modelos de conducta virtuosa que fueron diseñados a través de la pintura hace más de cuatrocientos años. Atentas, discretas y dedicadas, son el alma común de una inmortal intimidad doméstica en la que se respira una tranquilidad de tal intensidad que solo podría ser real en la ficción de un cuadro.

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Además, existe en cada una de estas parejas de mujeres, la actual y su fantasma, un nivel más profundo de densidad simbólica, puesto que a su vez son emblema de la espiritualidad que suele asociarse al universo femenino, con el cual retoma Vergara la naturaleza divina de las vírgenes y de las santas que tiempo atrás protagonizaron sus series de grabados, pero eliminando cualquier atisbo de referencia religiosa a través de ellas. Por tanto, sin necesidad de recurrir a existencias sobrehumanas, la fascinación compartida de Vergara y de Vermeer se concentra en la existencia de un modelo profano de virtud casi milagroso, que es prueba fehaciente de la existencia de mujeres de calidad divina pero que no tienen nimbo dorado y que son de carne y hueso.

Sin embargo, como puede suceder en todo proceso comunicativo, en este diálogo también aparece ruido. Entre las mujeres contemporáneas y sus alter egos seicentistas, se da cita una decena de espejismos femeninos que pelean por ganarse el interés de la figura protagonista y por despertar en ella un deseo de emulación. Íconos de la moda, cuerpos canónicos, modelos de un éxito laboral casi siempre desalmado, apellidos de alta alcurnia pronunciados con ostentación y rostros que son sinónimo de fortunas monetarias, dan vida a la construcción de un tipo de sociedad que se cuela en la relación que forjaron, página tras página de cada libro, los anteriores arquetipos femeninos.

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Y así nace el conflicto. Es entonces cuando las paredes interiores de aquellos serenos cuartos sufren el quebrantamiento de su previa contención, cuando la invasión de espejismos pretenciosos transforma el silencio espiritual en el zumbido de un mundanal enjambre que emiten sus particulares tentaciones. Abandonada la sosegada concentración de antes, que aparecía colmada de paz interior, la mujeres de los dos siglos extremos se reúnen y comentan entre carcajadas el catálogo de espejos en los que en la actualidad es una necesidad reflejarse incluso desde la infancia. Acumulando figuras y siluetas, a través de una calculada superposición de modelos semitransparentes en sabia referencia a artistas como el estadounidense David Salle, las posturas se retuercen y las perspectivas se exageran verdaderamente hasta el exceso.

En la reflexión madura ante los vertiginosos cambios de los roles adoptados por las mujeres de su época, dos pintores se han dispuesto a entablar un personal diálogo con casi cinco siglos de distancia. La conversación se desarrolla sin palabras, simplemente a través de los símbolos visuales que cada uno elige para dar vida a sus personales modelos femeninos, y tomando para ello como referencia a las mujeres de su entorno temporal más cercano. Johannes Vermeer se deja escuchar aquí por Baruch Vergara y éste, por su parte, le rinde homenaje en la distancia. Más allá de sus contrastes y de sus perspectivas personales, más que conversar, ambos artistas nos ofrecen aquello, como indican casualmente las tres letras iniciales de sus apellidos, que los dos tienen que ver.

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* La exhibición Los diálogos con Vermeer, de Baruch Vergara, se inaugura el 1 de junio en la galería de arte Casa Durón, Puebla (México). 

Lista de imágenes: 

1. Baruch Vergara, Despliegue, acrílico sobre lienzo, 2011.
2. Johannes Vermeer, The Lacemaker, 1670.
3. Baruch Vergara, Diálogo (2), acrílico sobre lienzo, 2011. 
4. Johannes Vermeer, Young Woman With a Water Pitcher, 1660-1662.
5. Baruch Vergara, La pintura de género, acrílico sobre lienzo, 2011. 
6. Johannes Vermeer, The Milkmaid, 1660.
7. Baruch Vergara, Metarrelatos (2), acrílico sobre lienzo, 2011. 
8. Johannes Vermeer, Woman in Blue Reading a Letter, 1663.
9. Baruch Vergara, Secretos, acrílico sobre lienzo, 2011.

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