Retratos de una infancia inquietante

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Parece que lejos, atrás, quedaron las almibaradas escenas de Julia Margaret Cameron en las que sus hijos, modelos recurrentes en doscientas de sus obras, posaban con gestos angelicales, alas de querubines incluidas en ocasiones, hasta configurar uno de los catálogos más tiernos y entrañables de la fotografía victoriana y de toda la historia del género. Aquellos retratos palpitantes de inocencia, espejo del afecto de la artista hacia sus retoños o los de sus amigos, parecían ser el testimonio de un estado idílico, de un periodo de comportamiento en el que reinaban la armonía, la pureza y el candor.

Julia Margaret Cameron, The Red and White Roses, 1865.

Unas seis décadas más tarde, la otra cara de la moneda fotográfica la protagonizarían otros niños, que llegaron a configurar uno de los retratos más crudos de toda una generación de criaturas, convertidas en mano de obra barata por algunos empresarios desaprensivos de la industria y la minería estadounidense de la época. Los ensoñadores entornos, tan románticamente pictorialistas, preparados por Julia Margaret Cameron, serían sustituidos por unos escenarios laborales, tan reales como amargos, en los que niños de apenas diez años perdían su infancia entre túneles y gigantes tejedoras, como así quedaba documentado ante la cámara meticulosa de Lewis Hine, un sociólogo miembro del National Child Labor Committee, comprometido con la denuncia de esta aberrante situación ante las autoridades de su país en los primeros años del pasado siglo.

Lewis Hine, Mina de la Pennsylvania Coal Company, Hughestown, enero de 1911.

Siguiendo la estela de Hine, otros numerosos fotógrafos se han concentrado en la construcción del retrato de la infancia como reflejo implacable y en ocasiones cruel, de los pecados y los vicios de la sociedad en la que los niños crecen. La dependencia tecnológica y la deglución que ésta provoca, desde los umbrales del siglo XXI, ha sido representada líricamente, a través de un juego de estremecedoras paradojas, por la cámara de Wendy McMurdo. Enfocada en analizar el comportamiento infantil en el contexto de las escuelas y de otras instituciones educativas, como espacios en los que aflora el comportamiento social de los niños como antesala de lo que serán en el futuro, sus fotografías evocan un erizante efecto. En su serie Computer Class, McMurdo toma como modelos a niños que aparentan estar utilizando una computadora, un hecho que solo se adivina por sus gestos y sus miradas absortas, puesto que aquella ha desaparecido de la imagen.

Wendy McMurdo, Computer Class: Edinburgh I, 1997.

De modo similar, los pequeños de otras series, que también parecen manejar invisibles aparatos electrónicos, permanecen ensimismados y ajenos a lo que sucede en su entorno, independientemente de si están solos o en grupo, como si la tecnología fuera la responsable de secuestrar su conciencia y sumirlos en una hipnosis individual y social. Su presencia física se ha desdoblado de la mental, en un entorno que recurrentemente manifiesta la ausencia de cualquier atención adulta. La tradicional asociación que existe entre el juego, el aprendizaje o la diversión infantil con el griterío o la algazara se torna ahora en un silencio inquietante y en una enajenación de escalofrío.

Wendy McMurdo, Sabin Brothers, 2004.

Los niños, parece estar narrando esta artista escocesa, son un eco del entorno social en el que se desarrollan, una esponja que absorbe las actitudes y los modelos de quienes les educan. Y en este sentido, las propuestas de la australiana Vee Speers logran también encender el estupor en nuestros ojos. En su serie fotográfica más relevante, Speers ha organizado una –imaginaria- fiesta de cumpleaños, en la que un nutrido grupo de niños acude a la convocatoria, bajo la exigencia de presentarse disfrazados.

Vee Speers, The Birthday Party, 2006-9.

En este acto de elección individual, cada uno de ellos decide su alter ego, de lo cual resulta un desfile siniestro de turbadores vaticinios. Sensuales reinas de belleza, ángeles siniestros, guerreros y boxeadores de cuerpos aún escuálidos e incluso amenazantes exterminadoras de roedores son algunas de las personalidades que eligen encarnar tan tiernos invitados. La densa manifestación de la violencia, del erotismo e incluso de la muerte, subraya la invisible presencia de unos -sugeridos o impuestos- modelos adultos. La abstracción neutra del escenario en el que todos ellos posan, teñidos del mortecino tono blanco que les arropa en un halo de ficción, convierten la serie Birthday Party más en una pesadilla que en una fiesta inocente y a sus invitados, al fin y al cabo, en una realidad social latente que deja ya de ser presagio.

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Vee Speers, The Birthday Party, 2006-9.

En este desmantelamiento fotográfico de la construcción romántica de la niñez, la puertorriqueña Lorna Otero levanta también su personal apuesta. En la serie titulada Niñez del mañana, un grupo de críos practica actividades cotidianas como almorzar, descansar en casa o jugar en el parque.

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Lorna Otero, Niñez del mañana – Premonición, 2010.

Sin embargo, como aquellos otros que acudieron a la fiesta de cumpleaños o los que aparecían ensimismados ante unas magnéticas computadoras, se desligan del vetusto concepto tradicional de infancia para encarnar lo que la misma artista considera un vaticinio.

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Lorna Otero, Niñez del mañana – Evolución, 2010.

Robotizados entre las garras devoradoras de la televisión, alienados por la sobreestimulación de los juegos tecnológicos de toda relación interpersonal, ajenos a cualquier sistema de socialización y hundidos en la individualidad que fomenta la tecnología, sus retratos aportan poco más que tensión, incomodidad y fricción emotiva, frente al regocijo y la ternura asociadas comúnmente con la infancia.

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Lorna Otero, Niñez del mañana – Premonición 2010.

Estas figuras especulares de un primer mundo privilegiado, cebadas por un consumismo aprendido con el que se alimentan otro tipo de carencias, puede interpretarse en clave menos trágica que aquellos otros retratos de niños envueltos en conflictos bélicos, que son víctimas de abusos y presa fácil de cualquier tipo de violencia.

Sin embargo, de igual modo se presentan como un eco no lejano de esta sociedad que les modela, como un producto generacional que se nutre de los ideales que la rigen. El presagio visual de Lorna Otero se presenta artificioso e incluso estridente en un acercamiento a primera vista, pero tras una meditada pausa parece confirmar que, tras el velo del ilusorio augurio, es un desalentador reflejo de un incipiente presente. 

*La exhibición "Niñez del mañana" puede visitarse hasta el 2 de noviembre en la Galería del Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana de Puerto Rico.

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