Tarta-bizco

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 ~A Javier Norambuena, por la chinetud y las tías~


¿Qué sueña una persona que olvida?
—José Rafael Colón Laboy 

¿América, por qué me convertí en biblioteca y lloro?
—Legna Rodríguez Iglesias 

Estoy de regreso al hotel y de ti ni una nota.
No saben de ti. Salgo para Puerto Rico, pero regreso en dos días. 
Fui a Azua y me gustó el trabajo que hace el señor que diseca. 
Los ojos se los pone del color que tú elijas. 
Me dieron un masaje y lo puse a tu cuenta. 
Después te cuento con detalles.

—Luis Negrón


  

Hoy una de mis primeras profesoras de literatura pasó por la librería buscando bestsellers. Siempre recordaré un lunes en específico, su clase de narrativa hispanoamericana actual a las 2:30 en LPM 212, yo con una resaca estratosférica y la profesora preguntando que qué habíamos hecho en el fin de semana. Obvio que apuró el túnel mi memoria, pero nada raro: tengo lagunas desde niño. El caso es que ella, sin esperar respuesta alguna se contesta a sí misma: "Bueno, mostritos —así nos decía a todos y nosotros también a ella—, yo en este weekend releí Mundo cruel, volví a leer La belleza bruta para la discusión de hoy, y con el tiempo que me sobró me leí en un momentito El sueño del celta. Me lo comí de una sentada". Silencio total, la clase completamente muda, una nube en el salón suspendida por el microcosmos de alientos alcoholizados. La respuesta se caía de la mata, yo a duras penas había leído el material para la clase, y, al parecer, el resto del grupo estaba en las mismas.

Hoy pasó por la librería buscando bestsellers. Se veía mucho más delgada y un poco ausente. Siempre recordaré sus comentarios minuciosos, su manera de escudriñar un texto línea por línea, y la tarde en que me dormía en pleno repaso para un examen y ella me despierta llamándome Daddy Yankee. No tengo idea de por qué lo hizo, quizá porque escribí en la tarjetita que soy de Carolina, porque siempre apestaba a yerba y a cigarrillos, o porque llevaba el pelo corto y ese tipo de asociaciones son ineludibles. El resto del semestre continuó diciéndome de la misma manera. Pero hoy no pudo recordar mi nombre, creo que ni siquiera logró reconocerme, o al menos eso parecía.

¿Qué sueña una persona que olvida? ¿Cómo se traduce tarta-bizco al inglés? ¿Tendrá algo que ver con bizcochos?

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Mis lagunas mentales son extremadamente profundas, la insistencia con que la desmemoria se apodera de mi relato se extiende hasta el punto de opacar etapas completas. Son pocos los recuerdos que conservo de mi infancia. No recuerdo el nombre de tres personas a las que por un tiempo consideré mis mejores amigos. Mi nombre me parece extraño. He optado por la escritura como proyecto de vida, tal vez de manera involuntaria, pero no encuentro para nada extraño que el olvido construya existencias.

La profesora se despidió sin comprar nada. A medio camino de abandonar la librería, sorprendida y como quien recuerda un dato sin ninguna importancia, tal vez alguna fecha, puede que inclusive uno de esos fines de semana en los que solía leer 1,000 páginas en 3 días o de una sentada, se voltea y me dice: "Cuídate mucho, Daddy Yankee". La profesora desconoce que gracias a ella, en parte, continué estudiando literatura. Yo olvidé que ella me llamaba por el nombre del rapero. El momento fue demasiado breve, pero la memoria se convirtió en un obsequio: el olvido, nuestra manera de extendernos para entender mejor el mundo. Y yo que justo ayer escribía que la memoria es un árbol que cae en medio de un bosque sin que nadie lo escuche. "El sonido del recuerdo es peludo", me parece que escribió José María Lima hace poco más de 30 años. No "recuerdo" con exactitud el verso de Lima, pero puede que haya dicho "piel" y no "recuerdo". Puede que haya dicho "historia".

Dista mucho todavía para que llegue el otoño, pero las hojas blancas siguen cayendo todos los días. Lima también juró que habría museos. Un museo puede ser un libro o una juguetería, o un centro comercial abandonado. Mi primer trabajo fue en una tienda de juguetes, exactamente a cuatro puertas de mi actual trabajo. La tienda se declaró en bancarrota a los seis meses de mi contrato. Recuerdo pensar que nunca había visto a tantos adultos juntos llorar por juguetes. Tenía quince años, y, aunque ya no jugaba como juegan los niños, lloré por los juguetes como si fuera un adulto.

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Por adulto me refiero a la cantidad de tiempo que nos cuesta recordar. Por niños me refiero al resto del tiempo. Por juguetes a un árbol que cae (del tamaño depende su quiebre; decir silencio es otra medida). Por llorar me refiero, sencillamente, a que esto no lo dicen los libros. Por sueños me refiero a la forma de caer. Y comento en otra nota: llevaba más de un año desempleado, y actualmente trabajo en mi cuarta librería. Hoy una de las empleadas dijo que todos los libros la hacían llorar. Yo lloro desde que soy biblioteca, y olvidé cómo juegan los niños. Guardé silencio ante su comentario.

Tengo cinco pesos en mi estado de cuenta. Se cuenta que el mínimo será reducido. Visité a la abuela para buscar comida, y la abuela se ocupaba preparando un bizcocho. Hace meses que no leo un libro de una sentada. Mi abuela y la profesora tienen casi la misma edad. Mi abuela que no lee de los libros, le horneaba bizcochos a Daddy Yankee. El cangri le debe cinco pesos de un bizcocho a mi abuela. El mínimo federal que se propone es de $4.25. Hoy me enteré de que el cangri está en bacarrota, pero el cangri sigue encargando bizcochos. Los bizcochos de mi abuela son bestsellers. Los bizcochos de mi abuela tienen letras. Mi abuela me pasó veinte pesos y compré cigarrillos.


Lista de imágenes:

1-3. Stephanie Gonot (and Max Siedentopf), Insult Cake


 

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