Un 'cazador de colas' se recrea en las filas

[...] De lo que se trata es, pues, de buscar un tipo de militancia que encare necesidades y problemas concretos sin aferrarse al poder o a la lucha por el poder, porque lo importante no es intentar conquistar el poder, sino establecer la posibilidad de la resistencia.
La aventura de pensar, "Michel Foucault, otra forma de ser filósofo" (Debolsillo, 2010), Fernando Savater

 Los disidentes del universo presenta un desfile de hombres y mujeres improbables que desafiaron flagrante y decididamente el burdo principio de homogenización del deseo —la normalidad— que los sistemas sociales pretenden imponer al individuo.
—Contraportada de Los disidentes del universo (Sexto Piso, 2013), Luigi Amara

Todo orden —escribió Walter Benjamin— no es sino una situación columpiándose al borde del abismo.
—Citado en “El deleite de hacer cola”, Luigi Amara 

Todos hemos hecho fila y la haremos, quizás, con tedio, fastidio, y a veces quejas, pero Luigi Amara, en el ensayo “El deleite de hacer cola” —de Los disidentes del universo (2013)—, habla de un hombre “jubilado inglés” que “supo extraer de esa conducta mecánica algo parecido a la emoción estética” (21). ¿Cómo? Haciendo cola, en la hilera, en la fila, desde la Segunda Guerra Mundial; un hombre que se decepcionaba cuando las filas no eran largas.

Se pregunta el autor: hacer fila, ¿civilización? Desde temprano en su ensayo, Amara signa su pensar respecto a lo civilizado o no civilizado de hacer fila, estar en la cola:

“La tentación de relacionar el orden de la cola con el índice de civilización de los pueblos, así sea a manera de hipótesis, se enfrenta al contraejemplo de aquellas sociedades en que precisamente a causa del grado de educación y respeto alcanzado, se suele prescindir sin más de la cola, con la confianza de que tarde o temprano todos abordarán el autobús o terminarán por traspasar el umbral”. (19)

Y añade: “[…] mientras más arbitraria y prepotente sea una cultura, mayor necesidad tiene de afinar la institución de hacer cola y defenderla contra el atropello” (19), al tiempo que recuerda a Holanda y Alemania, “[…] países en los que es fácil constatar la existencia de apelotonamientos imperturbables y flemáticos, donde priva la consideración y urbanidad…” (19).

Hacer fila, estar en la cola, es una forma de esperar —lenta, muy lentamente, a veces—mirando la espalda y el cuello del prójimo que está al frente, y quien es ajeno al mirador de atrás en casi todo, menos en la posición que ocupa en la hilera, en la fila, en la cola. Amara saca de la fila de mirones de espalda a Cuba, donde “[…] basta preguntar quién es el último de una cola puramente mental para entonces sentirse libre de dispersarse o dar la vuelta a la manzana, en lugar de mirar fijamente la espalda del prójimo” (20). Y en cuanto a Tailandia expresa lo siguiente, obligando al lector a convertirse en espectador: “[…] en Tailandia, país cálido y desprendido, la responsabilidad de hacer cola corresponde directamente al calzado: mientras las chanclas quedan ordenadas en fila, liberando al cuerpo de las despersonalización del laberinto de la burocracia” (20).

Para sorpresa del lector, al menos para mi sorpresa, Amara nos descubre que, aunque parezca imposible la institucionalización de la cola “y su equilibrio inestable”, las colas “representan un desafío para la ciencia”. Existe una llamada «Teoría de la cola» o «Ciencia de la fila de espera», una rama “compleja” de las matemáticas que incluye “variables impredecibles como el tiempo, la agilidad del servicio y la cantidad de personas en el contexto de secuencias parecidas entre sí” (20).

Las conexiones nerviosas de quienes hacemos colas y la economía de quien nos obliga a los miradores de espaldas del prójimo a estar en la cola, se perjudican nos dirán, y nos recuerda que esta división de estudios sociales —la «Teoría de la cola»— intentará convencernos “con acento invariablemente académico, de que esta sencilla práctica, lejos de ser un mal necesario, fatigoso y chocante, es una cara particularmente irreconocible del bien, que propicia el diálogo entre extraños, reafirma el sentido de pertenencia y fomenta el hábito de dirigirse, en medio de la competencia y la infinidad de obstáculos, hacia un propósito único” (20).

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Raya en lo absurdo, sí, pero el “jubilado inglés, retó esa “normalidad” impuesta por la sociedad y “supo elevar la cola a la condición de placer perverso. Lo que todo hombre ansioso evita como si efectivamente se tratara del apéndice trasero del diablo, él lo procuraba de buena gana”, (21)  pues había encontrado el secreto para transformar esa conducta. Su afición comenzó en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en Gran Bretaña, haciendo fila en las colas engendradas por el racionamiento; y un día “se encontró con el panorama increíble de una cola minúscula e inquieta, que si aún merecía el nombre de «cola» sería solo por consideración a los conejos” (21) y regresa a casa

“[…] preso de una melancolía”…que se confundía con la nostalgia, con una sensación de vacío que se produce cuando se cumple la misión de manera fácil; regresa a su casa con una ración doble de alimento, pero regresa con un vacío en su ánimo. Se decepciona para el día siguiente volver a regocijarse cuando su turno en la cola fue el último y “sonrió satisfecho, como si ser el último de —de una fila sin esperanza— lo llenara de regocijo, de un orgullo incomprensible, quien sabe si malsano, a toda luces excéntrico” (22).

De pronto, el amador de las filas, se tornó beligerante y el malestar se esfumó el día que su familia lo llevó al hospital y su mejoría surge cuando observa el desfile de pacientes en la sala de espera, que “si bien aguardaban su turno cómodamente sentados, a su manera hacían una cola bostezante y quejumbrosa, que sin que nadie lo notara tuvo el efecto de restituir en el mundo a un hombre desdichado” (22). Ver la cola lo curó.

Buscó trabajo en el que tuviera que hacer cola, pero decidió que su tiempo libre lo dedicaría a hacer fila: “[…] se convenció de que lo mejor era reservar los ratos libres a esa afición que nadie parecía comprender” (22) y por ello:

“Se volvió fanático de la ópera, del futbol, de los museos, o más bien de todo lo que rodea el ingreso a esos recintos, pues nunca traspasó la puerta de ninguno. Se contentaba con formarse, cuanto más larga y tortuosa fuera la cola mejor, y disfrutar de la arquitectura de la fachada y de la expectativa en el ambiente, de la irritación y el cansancio. Reproducía el doble ritual que normalmente exigen estas actividades: la cola para comprar boletos y luego la cola de ingreso; ritual que sin embargo no completaba como los demás mortales, ya que al llegar a la taquilla o a la puerta de entrada simplemente exigía que le firmaran un documento que certificase el tiempo que había ocupado para llegar hasta allí, cosa que los dependientes hacían no sin recelo, suponiendo que ese documento daría pie a una reclamación formal, pues nadie podía sospechar que se trataba solamente de un souvenir, el recuerdo de una tarde dilatada y feliz.” (23)

Prefería los primeros días del año y las vacaciones de agosto para sus cacerías, y lo que más le agradaba eran las colas preparatorias o de antesala, “[…] la cola en etapas, en la que uno se ve obligado a formarse en una cola profiláctica y sin embargo terrible, para entonces ser ˂canalizado˃ hacia la cola pertinente, a la cola cola, no menos terrible y prolija” (25).

La única vez que abandonó una cola fue “por principios”, por entender que la cola había dejado de ser “honesta, solemne, atribulada”, pues apareció cerca un par de mimos que cautivó a la cola, cautivando a la gente, “improvisando imitaciones de los que cruzaban, remedando los gestos de espera y haciendo mofa de las posturas del hartazgo” (25). Fue mucho para el cazador de colas pues “el público reía” y “hasta se olvidaba de avanzar cuando la cola se movía un poco” (25).

Se movió de lugar, se salió de la cola sin poder explicarse por qué le molestaba tanto el espectáculo de cientos de personas alegres: “… se apartó contrariado en busca de una cola honesta, solemne, atribulada que cumpliera con el objetivo de enfadar a los hombres” (26).

Pues, sí, este “jubilado inglés”, cuyo relato llegó a las manos del autor del libro, pero su sola posibilidad —la sospecha de que haya existido— es suficiente para el autor, es como los otros “disidentes del universo”. Alguien que da un paso al margen y se desmarca de lo consabido, un paso a veces imperceptible, “y entonces, sólo por ese gesto que se diría inocente o espontáneo, por ese acto nada enfático de desmarcarse y hacerse a un lado, se exponen a no encajar nunca más en el sistema al que hasta hace poco pertenecían….” (11).

Y este “jubilado inglés” (cuyo nombre omitimos en este ejercicio), es parte de la gente que en estos ensayos “conjeturales” se mueve en una “zona de tinieblas y anonimato en la que se sumergieron”, y es lo que atrae al autor Luigi Amara: 

“[…] desde el principio en ciertos casos me obsesionó: una zona de tinieblas que me ha parecido irresistible para la indagación literaria, no tanto porque abrigue la esperanza de que al adentrarme en sus profundidades consiga de algún modo despejarla, sino porque el solo hecho de dejar constancia de su existencia, la más modesta ambición de voltear la mirada y señalar hacia esa zona oscura, tan próxima a la nulidad, y que contrasta y acaso desestabiliza nuestro propio mundo”. (14)

Es —el asunto del “jubilado inglés” y las colas—, me parece, un “enigma o acertijo”, como bien signa el autor. El ensayo del “jubilado inglés” es el primero del libro Los disidentes del universo y el último es el “Retrato del hombre inapetente” que lleva el epígrafe de Thomas De Quincy: “¡Quién hubiera pensado que una misma nada podría dividirse en tantos algos!”.

Luigi Amara intenta, en todos ellos “elucidar la ˂esfinge˃ de su conducta, que no es otra cosa que lo que hace el novelista con sus personajes” (13). Amara decidió escribir sobre esos retazos de información en su poder que contenían partes de un relato de cada uno de los “disidentes” y, escribiendo sobre ellos, nos deja las huellas de su existir. A veces hay que reflejar la imagen en espejos con “superficies negras y deformantes” pues “son las que más llaman la atención sobre nuestra imagen reflejada…” (15), la de todo lector.

Lista de imágenes:

1) Portada de Los disidentes del universo (Sexto Piso) de Luigi Amara, 2013.
2) Katja Enseling, Supermarkt, 2014. 
3) Malagón, "Fila en la INEM", 2013. 
4) Ilustración por Juan Núñez, provista por la autora, Julieta Muñoz. 
5) Wowawiwa, "¡Qué cola tan larga", 2013. 

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