But primarily for us all, it is necessary to teach by living and speaking those truths, which we believe and know beyond understanding. Because in this way alone we can survive, by taking part in a process of life that is creative and continuing, that is growth.
-Audre Lorde, “The Transformation of Silence into Language and Action”
Dice así una entrada en facebook: “Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africano”. El juego consiste en colocar una canasta de frutas cerca de un árbol y pedirles a los niños que corrieran para declarar ganador al que llegara primero. ¿Qué hicieron? Correr, tomados de las manos, todos juntos, y llegar todos juntos a la canasta cuyas frutas compartieron. ¿Qué dicen? ¡¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?!
Y ¿qué tiene que ver el Ubuntu con un texto que nos habla de una pareja de académicos, forzados -por los avatares de la vida y “la crisis” longeva- a tareas, oficios y trabajos, que parecen por momentos ser perpetuos y en nada relacionados con sus preparaciones académicas, ambos con estudios graduados: una geógrafa, candidata a doctorado en Ciencias Experimentales y Sostenibilidad y una concentración en Ecología del paisaje/ Biogeografía (Universitat de Girona, Girona, España) y su esposo, con una maestría en Derecho Público: Globalización y Cultura Jurídicas (Universidad de Girona, España), a quien no le gusta litigar? Pregunta larga, sí.
Conversando un domingo en el Kiosco 4 Estaciones de la Plaza de Almas (como llamaba Rafael Tufiño a la Plaza de Armas Sanjuanera), -donde Vaiti atiende- , comienza el diálogo, y el juego de luces y sombras va apareciendo en los acaecimientos de las vidas de estos dos profesionales. Hace un año y dos meses que están en Puerto Rico –llegaron el 17 de diciembre de 2011- y de saque surge una anécdota de un amigo, con un doctorado en química, que consiguió una clase en una universidad en Ponce. El “salario” le daba para pagar la gasolina nada más, y así fue de sitio en sitio hasta que decidió pararse en los semáforos de Arecibo y repartía hojas sueltas de promoción de una tienda de teléfonos móviles. Luego de su periplo, consiguió un trabajo en una farmacéutica, con salario “decente” y beneficios, como les llaman al plan médico y otros.
“Es horrible”, así comienza Sandra a conversar de su experiencia , “desde que regreé a Puerto Rico uno se siente que está sobreviviendo de semana en semana, ¿cómo pagamos la renta, hoy? Si la pagamos hoy no podemos pagar otras cosas”. Nos dice y casi lanza un grito cuando en voz muy alta nos dice: “¡Yo no quiero migrar…España es maravilloso, es un país precioso, pero éste es mi país!”, nos dice Sandra, y enseguida se da cuenta de la situación de su esposo:
“Él sí migró, él la está pasando peor…”, y comienza a mencionar los trabajos de su esposo Enrique, mientras él escucha y atiende a Sergio que quiere correr tras las palomas. Enrique, con una maestría en Derecho, trabaja como mozo en un restaurante, y en el anterior restaurante en el que trabajó “nunca había horas de entrada ni de salida” y el cuento, agrega, de que las propinas son altas es un cuento de camino; nos dice que la gente no está dejando propinas.
Y Sandra recuerda su trabajo, al que renunció hace poco: “cuatro horas diarias preparando mapas en el departamento de Recursos Naturales, me pagaban $7 la hora y el cheque de un mes con esas horas fue de $280, decidí que no compensaba por no cuidar a Sergio.”
“No esperaba encontrarme con esto”, nos dice Sandra, -hija de una de las mejores periodistas de todos los tiempos, quien sobresalió en la década del ’70, Dixie Bayó-, “de España había que salir corriendo. Yo tenía un contrato pero se me acabó… Creía que tenía redes aquí… Pero no, las redes no han funcionado”.
Recuerda que en otro tiempo, entre el 2005 y el 2006, también estuvieron aquí y ella tenía trabajo “a tiempo completo en la Universidad de Puerto Rico, daba cuatro clases y tenía otro trabajo, hacía de oficinista”, nos dice, y relata la experiencia de Enrique, quien “caminó cada calle de Girona entrando a todos los negocios con su Curriculum Vitae y pidiendo trabajo.” Tanto Sandra como Enrique trabajan cuatro y cinco lenguas; Sandra: castellano, inglés, francés, catalán y gallego, y Enrique: castellano, gallego, catalán e inglés.
¿Cuál es la situación ideal? “Tener trabajo, tener un salario digno, no es para hacerse el más humilde… Estudié Geografía, mi preparación es impecable…No es que me merezca, pero yo me maté estudiando y nunca pensaba que iba solamente a sobrevivir con toda mi preparación”. Y añade: “Hay días en que nos desesperamos y no vemos cómo vamos a salir de esto”, reflejando una de esas expresiones que colinda con tantas emociones distintas.
Recuerda sus experiencias en algunas dependencias gubernamentales donde le pedían que entregara algunos documentos, los entregaba, y alguien desde Fortaleza la bloqueaba pues no era, ni es, militante del Partido en el poder en ese entonces: el PNP. Añade que ha ido “municipio por municipio, aquellos que sabía que estaban buscando gente”. Recuerda también otra experiencia en una oficina gubernamental de planificación, “me entrevistaron, me dijeron que tendría trabajo, que iba a digitalizar y después desaparecieron, dejaron de contestar los e-mails”, y puntualiza que “quizás ese trabajo que no me dieron se lo dieron a la empresa de un amigo”. En otro municipio me dijeron que estaba “over qualified”. El trabajo ideal para Enrique es “conocer las horas de entrada y de salida de un trabajo y recibir un salario digno”.
¿Planes? Sí ¿Oficios y trabajos alternos? Sí. ¿”Diversificarse”? Sí. Pero, vale preguntar, ¿es que estudiamos, nos preparamos académicamente para trabajar en la Academia y ser parte de un sistema de Educación de un país, para acabar de camareros y camareras, vendedoras de alcapurrias o de perros calientes, choferes de taxi, y “diversificarnos”? Si es así, ¿qué hacen las universidades llenas de estudiantes en otras concentraciones?
“¡Frustración!”, sí, “frustración es lo que se siente, una y otra vez, hacemos todas las gestiones, vamos a la web, vemos las páginas de empleos en los periódicos, escuchamos lo que nos dice la gente, y nada, si voy a las entrevistas me dicen que tengo el trabajo y después nada.” Y agrega: “¡me han prometido tanto!”.
Ni Sandra ni Enrique piden otra cosa que no sea conseguir un trabajo digno. Ambos padres de un niño, Sergio, que “ya va para dos años” y de otra que viene en camino en dos meses. Sandra Soto Bayó (Puertorriqueña) y Enrique Martín Brea (Gallego) viven desde hace algún tiempo las vicisitudes de miles de profesionales hoy día y sus particularidades, la casuística, como dirían algunos, ameritan siempre la atención de quienes quieren encontrar soluciones a los problemas que nos agobian.
¿Por qué otros con menos preparación obtienen los trabajos de sus competencias y por qué otros no? Pregunta que dejamos que los lectores vayan respondiendo cada uno, de acuerdo a sus experiencias y a las anécdotas que conocen de sus familiares y/o amigos.
“Uno quiere volver para aportar pero cierran las puertas, no se ven las oportunidades…”, dice la egresada de bachillerato en la Academia María Reina de Guaynabo quien quiere que a fin de mes pueda pagar las cuentas de sus necesidades básicas. “No hay puestos, no hay cabida para la gente con la preparación de uno, si no tienes redes, contactos… ¡y el partidismo aquí…!”
Y así termina: “Mis papás eran trabajadores de la clase media baja, hicieron muchos sacrificios para pagarme mis estudios y me frustra no darle a mis hijos lo que me dieron a mí, hicimos las cosas correctas: estudiar, sacar buenas notas, Suma Cum Laude en la Iupi, siempre he tenido la ilusión de ir mejorando”.
Matar a tiros, a quemarropa, no es la única desvalorización de la vida humana que sufrimos en Puerto Rico; hay otra (y otras más) que si bien es cierto nos deja con vida no es tan mediática y va matando, destripando, poco a poco (sin el encanto de Roberta Flack en Killing Me Softly), pues va matando la esperanza, poco a poco, entrevista a entrevista, gestión a gestión, fin de mes a fin de mes.
Esta desvalorización de una persona/ciudadano-a, preparado-a en la academia, se ignora en el mejor de los casos, y se niega en el peor de los casos. Es otra de las “tragedias” que vivimos. Nos habla, en un reportaje periodístico reciente, el Dr. Salvador Santiago Negrón, Administrador de los Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) del “dolor”, la “profunda tristeza” y la “indignación” que sienten los familiares de las seis personas que murieron en la situación ocurrida en el Residencial El Prado.
Sí, y nos dolemos con ello, pero ¿por qué no nos dolernos también por ese andar y trabajar sin esperanza de quienes estudiaron largo y tendido para trabajar en ello y quienes luchan por un trabajo digno? Guardé de la campaña electoral un recorte de periódico en el cual se hacía “La gran entrevista” a Rafael Bernabe, candidato a gobernador por el PPT; guardé el artículo (ENDI, domingo 23 de septiembre de 2012 ) por este segmento que aquí reproduzco.
A la pregunta de "¿Qué lo mantiene luchando? ¿No se desilusiona?”, el profesor universitario contesta así: “Creo que la resignación me causaría más infelicidad. Si yo me resignara a que el mundo no puede cambiar, sería infeliz. Yo creo que la lucha da cierta alegría, la esperanza da cierta alegría y creo que es una esperanza justificada porque uno ve muchas derrotas pero también ve que la gente resiste”. Aquí el lector puede ver algunas fotos de Sandra, Enrique y Sergio, sonrientes a veces a la cámara, pues, sí, todavía están “en pie de lucha a pesar de los pesares” y son de esas personas que resisten aunque por momentos sientan la frustración arriba mencionada en este artículo.
Recordemos la palabra Ubuntu. Los niños del juego que propuso el antropólogo corren tomados de las manos, todos juntos, y llegaron todos juntos a la canasta cuyas frutas compartieron. ¿Qué dicen? ¡¿Cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?! No, no es inalcanzable.
Gracias a Sherille Benvenuti, Sanjuanera, que colocó la entrada en Facebook, y gracias a todos los que pulsaron el “me gusta” en el relato del juego que propuso un antropólogo a niños de una tribu africana, refinados corredores que alcanzaron un premio juntos y tomados de las manos.
* Imágenes suministradas por la autora.