Una crónica sanjuanera cotidiana

El sábado es uno de esos días en los que creemos que el mundo se detiene para que descansemos, el tiempo camina despacio y suenan en el aire las melodías restauradoras de Mozart y Haydn, y de vez en vez la voz de Soledad Bravo. Pues bueno, el sábado, 24 de septiembre, luego de la rutina de ejercicios matutina y de cumplir con los menesteres de limpieza de un hogar, y, además, de regar las plantas,  decido recostarme a leer. Irrupción en  lo cotidiano: la luz se fue. Descubro luego que cuatro edificios de la calle San Francisco del Viejo San Juan están sin servicio y comienza la búsqueda de los números de teléfono de la AEE (Emergencia), la corporación pública de la “Vía Verde” y de las bonificaciones; también la de “los ajustes por combustible”.

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Supe que a partir de ese momento hasta mucho tiempo después (pensé) tendría que armarme de paciencia, de mucha, y comenzar a llamar al (787) 289-3434, número de teléfono que busqué en una guía de uno de los vecinos afectados por el apagoncito de mediodía; justo a las 12:00 p.m. dejó de sonar la melodía de Mozart, el ventilador se apagó, y los relojes detuvieron su marcha. Comenzó el periplo citadino en el cual averigüé que el apagoncito (“solamente” 4 edificios y 21 personas afectadas) se produjo porque, según vio un vecino, un fusible de la AEE se fundió “en un palo en la calle Luna”.

 Comienzo a llamar a las 12:40 p.m. En la primera llamada, luego de esperar 35 minutos y descubrir todos los pueblos que requerían ‘servicios de emergencia” (listados en la grabadora), comienzo a hablarle, a quien me atendió, del suceso aeeiano que irrumpió en la  cotidianidad sabatina y me ofrecen un número de orden de emergencia: C720650, nombre que repetí en las 8 llamadas que cada par de horas hacía a la AEE con la consabida espera de 25-35 minutos salvo el sábado en la mañana que esperé muy poco tiempo. Me propuse llamar, me propuse esperar, mientras daba vueltas por las calles adoquinadas esperando que apareciera de la nada de un callejón algún camioncito de la AEE. Me entero, porque me lo dicen todas y cada una de las personas que me atendieron, que solamente había una brigada para atender 39, 21, 12 y 8 casos, números que iban cambiando sin que el criterio fuera que ya los habían atendido, pues yo estaba entre esos casos y todavía estaba sin luz.

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Me fui acostumbrando a las grabaciones de la AEE, y al orden en que aparecen, cuando los usuarios del servicio nos vemos obligados a comunicarnos con ellos: hablan de la Vía Verde como solución al alto costo del petróleo que va a impedir que Fulanito de Tal o Fulanita de Tal pueda descansar en su casa con aire acondicionado luego de regresar de un día de trabajo; voces campechanas, simpáticas, escogidas por un buen publicista; aparece también el consejo paternal de la AEE del tipo de luz que se debe utilizar por las noches y el estribillo de que “Con el propósito de la excelencia en el servicio, un supervisor podrá escuchar…”, y, claro, la frase que se le queda al oyente es “compromiso de excelencia”; solamente un oído adiestrado para escuchar y entresacar la consigna del enramado de las palabras se percata de la trama del enunciado; todas estas promociones de la AEE se acompañan de la grabación que todos conocemos: … seremos atendidos en el orden de llegada.

Así que mi tarea prioritaria del sábado, a partir de las 12:00 p.m. hasta las 10:30 p.m., fue llamar a la AEE, cargar la batería del teléfono móvil en Subway y caminar por las calles del Viejo San Juan averiguando si había otros apagoncitos meridianos (no por diáfanos ni luminosos sino por ser del mediodía); mientras tanto siguen llegando mensajes a mi teléfono y un par de ellos hablaba de “Cómo objetar el pago por combustible”, la charla en una dependencia de una Facultad de Derecho para guiar a los ciudadanos en cómo objetar el pago por combustible y “La lucha ha comenzado”, todos referentes a la desazón de los ciudadanos por la factura que llega mensualmente.

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En cada una de mis llamadas a la AEE hubo, si no conversaciones francas, algunos intercambios con las personas que atendieron las llamadas en la AEE. Les preguntaba cuántos casos tenían antes del mío, cuántas brigadas tenían, cuál era el tiempo aproximado de espera, y descubro que solamente una brigada trabaja los fines de semana no importa el número de casos. Les hablo de la percepción que se ha merecido la AEE por parte del pueblo de Puerto Rico a la luz de los mensajes que estaba recibiendo en mi móvil y de lo que había aparecido en los periódicos respecto a las bonificaciones del director de la AEE y de los aumentos a los empleados de confianza, realidad que contrasta dramáticamente con la existencia de una sola brigada para atender los casos de emergencia, de personas, de usuarios sin servicio de energía.

Casi todos entendieron, solamente un par de ellos repetía sin cesar: “Su caso “está pendiente”, no importa a la hora que llamara me repetían lo mismo. Fui sospechando que quizás las personas de la AEE que atienden estas llamadas no tienen conocimiento de los detalles que interesan a quien llama, al ciudadano afectado. Y por eso, pues, hablé con un par de supervisores a quienes, imagino, se les concede mayor libertad de expresión en sus conversaciones con los ciudadanos sin servicio que llaman para averiguar cuándo tendrán luz.

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Les hablé del servicio a un país, versus el lucro de algunos pocos; les mencioné el contraste entre el servicio de una sola brigada, sin planes alternos en caso de mayores emergencias versus las bonificaciones y aumentos a algunos de los funcionarios de la AEE; les hablé de que no podemos conformarnos con un no servicio o servicio lento y lentísimo; les hablé otras cosas, todas ellas encaminadas a que los oyentes de la AEE pudieran sentir al menos una gotita de empatía, de solidaridad y de conciencia de la magnitud y el alcance del des-servicio al país. Los sentía silenciosos, quizás por cautelosos.

Y, al fin, llegaron en la mañana del domingo los de la brigada, caminamos los adoquines, subimos a la azotea, trazaron visualmente el rumbo de los cables, pedimos permiso para subirnos a otra azotea, de allí a otra, hasta que descubrieron el fusible que se había fundido “en el palo en la calle Luna”: la luz que le llega a cuatro edificios de la calle San Francisco proviene de un cable que sale de la azotea de una casa en la calle Luna. Los que lo descubrieron llamaron a la próxima brigada que llegó pasadas las 2:00 p.m. del domingo y ¡albricias! la luz llega ese día a las 3:30 p.m.

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Le agradecí a Jorge de Guaynabo (el que se subió a la azotea del edificio de la calle Luna 258) que tuviéramos luz los cuatro edificios de la calle San Francisco y luego llamé a los que cotidianamente atienden las llamadas de emergencia en la AEE para darle las gracias a Jorge y a sus otros compañeros que se subieron en otras azoteas por la mañana y descubrieron de dónde venía el cable que nos daba luz a cuatro edificios en la calle San Francisco. Pasamos 27 horas y media sin luz; pensé en las familias que llevan meses sin el servicio, y las que pasaron días y semanas sin servicio luego de Irene.

Es parte de nuestra cotidianidad.