Un espectáculo teatral, construido según la sensación de universo en permanente desplazamiento, provoca que los espacios creados se resitúen sin recurrir a los desplazamientos, a los traslados, que las imágenes, ideadas según la sensación de polos que gravitan sobre el espectador, se transfiguren a su vez en otros ámbitos, en fragmentos visibles y velados, en pedazos armados y disgregados, en trazos escindidos en otros conjuntos que son siempre representaciones de la representación.
Sobre este andamiaje descansa la arquitectura de ¿Cortadito o capuchino?, variaciones de Rosa Luisa Márquez sobre la obra Los de la mesa 10, del dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, espectáculo presentado durante los meses de febrero y marzo en Abracadabra Café. La propuesta escénica es esencialmente geográfica, el lugar, ideado según las tradiciones de la taberna medieval y del café teatro, es también una suerte de sitio a contracorriente que elude la prédica conservadora del establishment.
¿Cortadito o capuchino? se vale de estos recursos y se exhibe como una representación a la que nada escapa porque de todo se apropia, su historia no descansa en los diálogos de los personajes, sino en las convergencias de los materiales de un espacio que siempre es otro, en la artesanía de una estructura que muta a través de la celeridad de una puesta en escena que se adentra en la transgresión del canon teatral, en la alteración de las transacciones normadas entre el que observa y el que representa.
Ingenioso acierto teatral de Rosa Luisa Márquez, su trabajo y el de sus actores, obedece a una poética donde nada se devalúa, donde todo seduce porque se compromete con la transustanciación de las cosas, con el abandono de la artificialidad para subrayar con honestidad el arte de la convencionalidad y de la teatralidad. La puesta en escena es tributaria también de las correspondencias entre todas las artes porque sus herramientas proceden de múltiples prácticas lúdicas, los actores de ¿Cortadito o capuchino? —integrados en las tradiciones de los músicos, los acróbatas, los titiriteros, los mimos y los bailarines— asumen sus personajes a través de dimensiones inaprensibles, sus interpretaciones, herederas de la commedia dell’arte o de la comedia de máscaras, están comprometidas con el teatro de actor, espectáculo donde el cuerpo y la gestualidad ponen en juego la connivencia entre el que actúa y el que observa. Israel Lugo, Jessica Rodríguez, Marise Álvarez, Lorena López, Lidy Paoli y Héctor Pietri se proyectan como actores propiciatorios, desde ellos todo emerge, se metamorfosea y se restablece.
Desde luego, Rosa Luisa Márquez le proporciona a la puesta en escena una concretización conceptual y espacial que no deja nada al azar, todos sus elementos se encuentran orgánicamente incorporados, la escritura dramática y su resultante en la escritura escénica, permiten entrever que lo relevante de la representación no se encuentra en las palabras, sino en lo que los actores hacen con ellas.
¿Cortadito o capuchino? es teatro en su naturaleza más pura, es teatro —si se me permite esta incómoda y excluyente distinción— que no se adultera para satisfacerse con las prevendas económicas del mercado del arte. Es teatro, además, porque a través de él se trasluce la cultura de un grupo de teatreros que, más allá de las adversidades para el desarrollo de su trabajo, no renuncia a la imaginería de su ética teatral.
Lista de imágenes:
1) Foto provista por el autor.
2) Abracadabra celebraba un año de la puesta en escena de ¿Cortadito o capuchino? , 2013.