Estuvo muchas horas sentado sobre su cuerpo, la respiración de ambos se apagaba, la luz del atardecer apenas rozaba los bordes abismados de sus rostros. El mes de noviembre siempre le aterraba, era el tiempo de las tragedias, era la estación de las antorchas sobre su cabeza, teas sostenidas por brazos de hombres saciados en su equidad. Sentado sobre su cuerpo, ignoró de quién se trataba, cuando reparó en la arbitrariedad de su ley, en el despliegue vertical de sus razones, lo imaginó curvo, torcido en sus infames prerrogativas. Su cabeza, muy mal alineada sobre sus hombros, fundada en el ramillete de huesos que es su cuerpo, parecía desprendérsele para caer como una maza en el cuerpo sobre el que se encontraba sentado.
¡Noviembre es el mes de los avezados!, resolución que nunca comprendió en las disertaciones de su maestro, quien siempre atestiguó que él no era más que un incauto discípulo, un insulso aprendiz. Luego de la llegada del mes de noviembre, mientras analizaba sus monogramas, consumó su represalia, sentado sobre su cuerpo en un atardecer del mes de las tragedias, estudiaba su vindicación. Desde su adolescencia privilegió las sublevaciones, atareado en las rotaciones de la historia, comprendió que las sediciones no sólo son psicosis de rebeldes. Como adelantado, se desentendió de la deshonrosa subestimación de su preceptor, presumió de su temple como hacedor y se vanaglorió de las descollantes anotaciones de sus vaticinios. Se adentró en los saberes de la cultura y tropezó con los órdenes lógicos de sus superiores. Desligado su Maese de sus frugales cábalas, soportó la prisión carnal, el recogimiento clandestino de su narcisismo primitivo.
Hoy, en este atardecer desgraciado del mes de noviembre, sentado sobre su cuerpo, sin saber aún cómo proceder, agobiado por los enérgicos presagios de su mentor… ¡se estremece al intuir que tampoco aprendió a matar!
Lista de imágenes:
1) Grandville, Les Métamorphoses du Jour, 1869.