Dante es guiado por Virgilio para así encaminarse hacia el interior compartido de la fe cristiana, escribiendo un poema que pautaría las subsiguientes concepciones del Paraíso, el Purgatorio y el Infierno; hace casi 800 años. Peter Greenaway y Tom Phillips co-dirigen la primera parte de una serie televisiva que reconfiguraría los primeros IIX Cantos de la visión específica del Infierno en aquella Divina comedia medieval, convirtiéndola en un híbrido entre documental y video-arte; hace poco más de 26 años. Raúl Ruiz continúa la serie televisiva y produce una versión cuasi autobiográfica de los Cantos IX al XIV, atravesándolos desde la perspectiva surrealista de un exiliado que regresa a su país de origen; hace 25 años. Yo me topo con todo esto de manera abrupta, gracias un compartir aleatorio de Facebook y trato de elaborar un comentario al respecto; hace un tiempo inmensurable que aún no culmina.
¿Cuándo caduca un texto?
Hay tantos productos culturales a nuestra disposición, un escoger en teoría infinito, todos existiendo bajo la misma posibilidad de acceso. Podemos encontrar o descartar a conveniencia, y las condiciones originarias de cada suceso se vuelven irrelevantes. El ideario de la contemporaneidad cobra nuevos significados en la actual superabundancia del Internet. Para enfocarnos en las particularidades de la expresión audiovisual, plataformas públicas como YouTube o curadurías particulares como UBUWEB son capaces de trascender el contexto histórico-inmediato de las producciones. Por eso todavía podemos acceder proyectos “tan de su época” como A TV Dante (1989-90), que originalmente se trabajó para Channel 4 en la televisora nacional británica. Aun cuando un puertorriqueño del 2015 probablemente jamás fue concebido como el espectador ideal, el eterno presente me induce hacia un extraño sentido de cognición abstraída.
Entre Dante, Virgilio, Greenaway, Phillips y Ruiz intuyo una inmensidad de espejos revertidos.
La reinterpretación recurrente es una gesta simultáneamente compleja y excitante.
El primer video, la progenie de Greenaway y Phillips, comienza en pleno con la presentación de un hombre que mira hacia la cámara, un hombre que implícitamente confronta al espectador con el reconocimiento de su propia presencia. Aprendemos que esta figura será nuestro avatar de Dante. Su voz fungiría como narración cohesiva, expresándose en un inglés pausado y refinado que da la impresión de ser una traducción bastante fiel al italiano original. Pronto conocemos a su guía Virgilio, quien también es personificado principalmente a través de su voz.
La subsiguiente travesía utiliza varios medios mixtos y el poema se dramatiza con imágenes que resaltan la elasticidad del medio audiovisual. Se usa mucho el recurso de la manipulación digital, lo que potencia la experiencia del presente espectador pos-CGI. A diferencia de las recientes tendencias del cine comercial, cuyos efectos especiales intentan borrar la distinción entre fantasía y realidad (los “buenos efectos” son los que hacen que lo imposible sea indistinguible de lo real), la primera parte de A TV Dante nunca pretende que olvidemos el medio. Incluso se podría apuntar al metatexto, pues esta proto-digitalización funge un rol metonímico que subraya el funcionamiento del cine como proceso de captura necesariamente intervenida.
Ver todo esto ahora, a través de una copia sobre una copia que alguien subió a YouTube, intensifica la relación entre espectador y contenido. Aunque no fue concebido así, A TV Dante claramente fue intencionado para ser visto con la mejor calidad posible, el proceso de pixelización magnificada le da un toque cuasi artesanal a la obra. Hay una sugestión táctil emanando de la imagen, una implícita invitación hacia lo imposible, de manera que el espectador se ve tentado a la misma vez que se le recuerda su inapelable extemporaneidad de la pantalla. La representación sobre la representación es el norte, sea cual sea el contexto de la presentación: televisor y/o computadora, ambos son intercambiables desde el presente.
Al igual que Dante necesitó de un guía que le contextualizara la monstruosidad jerarquizada del Infierno, los cineastas Greenaway y Phillips inducen a la suspicacia del espectador. Es un gran juego dialéctico cuyo tenor se asienta en el espacio entre representación y pantalla. Esta intención se refuerza con la otra modalidad cinematográfica que vemos durante esta sección de A TV Dante y es que, en adición a la susodicha abstracción audiovisual, se incluyen varias entrevistas con expertos que existen en el mundo real. Por tanto, escucharemos a historiadores, teólogos y literatos que, partiendo de la estética documental del talking head, en momentos interrumpen la narrativa para darnos datos sobre Dante. Es una intención lúdica tanto por su contenido, la dramatización artística se entremezcla con la explicación factual, como por su forma. Los entrevistados se nos presentan en recuadros pequeños que nunca cubren la totalidad de la pantalla y en ocasiones hasta aparecen simultáneamente: varios cuadros ocupan el mismo espacio, jugando así con las dimensiones del encuadre.
El enfoque narrativo que cohesiona toda esta abstracción audiovisual nos lleva a conocer los primeros cinco círculos del Infierno. Hay una innegable dotación de contenido, pero la trama nunca supera la extremadamente intrigante construcción estética.
Pronto —casi sin darnos cuenta pues la forma ha sido lo suficientemente seductora— llegamos al abrupto final concebido entre Greenaway y Phillips. Todo se detiene en el Canto IIX, cuando conocemos sobre el castigo de los iracundos y perezosos en el quinto círculo del Infierno.
Me lanzo entonces sin pereza alguna a buscar la continuación de A TV Dante. Esto próximo sería dirigido por el chileno Raoul Ruiz, quien a su propia manera contará los próximos seis Cantos del poema.
El Canto IX de A TV Dante, que se supone representa el círculo donde se castiga a los herejes, nos presenta el sonido de las mismas voces que encarnaron a Dante y Virgilio en la entrega anterior. Sin embargo, aunque la narrativa continúa donde se había quedado la versión de Greenaway y Phillips, el estilo visual es ahora completamente diferente. Raoul Ruiz creó una obra autónoma que — de manera exitosa, en mi opinión— se expresa a través de dos discursos simultáneos. Por un lado tenemos las voces inglesas que son el principal vínculo con lo que habíamos visto hasta ahora, y por el otro notamos que las imágenes se alejan del estilo modificador del video-arte para adentrarse en una estética de surrealismo mundanal. Se ejerce una efectiva normalización de lo fantástico, dejándonos cómodos, pero conscientes de la extrañeza de la realidad reconocible. Ruiz nos construye un mundo excéntrico pero posible.
De hecho, la extrañeza de cotidianidad se hace aún más interesante con la decisión de filmar en localizaciones reales de Chile, a diferencia de Greenaway y Phillips, quienes filmaron en un set autosuficiente de algún estudio británico. También debo señalar que Ruiz tomó la decisión de usar actores distintos a los narradores que ya conocíamos. Esto es clave, porque así se discurre la otra capa de esta continuación de A TV Dante. Mientras que las voces en off continúan su fiel adaptación de la Divina comedia, las imágenes desarrollan una narrativa análoga más allegada al presente de la producción. En esta re-interpretación, el Dante visto —que cabe recalcar, no es idéntico al Dante escuchado— es un joven chileno que regresa a su tierra natal luego de varios años en el exilio. El Infierno entonces se representa como la patria irrealizable, donde los círculos son cada choque que el sujeto tiene con su autoconcepción de ser en el mundo abandonado. Aquí Ruiz transmite un elemento auto-biográfico, pues él mismo era un exiliado al momento de comenzar la producción y, precisamente por consecuencia directa de la misma, logra volver a filmar en Chile luego de estar dos décadas destacándose como cineasta en Europa.
Siguiendo con la relación de correspondencias políticas vis-à-vis lo espiritual (el modelo de Dante se recompone en el modelo de Ruiz), esta segunda parte de A TV Dante también posee diálogos en español entre los personajes que se representan frente a la cámara. Son conversaciones que, además de contrastar lingüísticamente con el único remanente de Greenaway/Phillips, se concentran en el desarrollo de un arquetípico ahora-narrado. El protagonista visual, el Dante chileno, anda vagando por los pueblos y descubre en su errancia qué cosas han permanecido igual desde su ausencia y cuáles se han transformado irreparablemente. Se entera e informa de los muertos, reconoce a algunos de los vivos y continúa hacia un encuentro ontológico con ese espacio incompleto del pasado. Hay espejos en fuego, literalmente vistos en una de las secuencias más breves pero memorables de la pieza, que reflejan el follaje natural de Chile, sugiriendo así que la vegetación es el único eterno incambiable de cualquier espacio nacional. Los edificios se erigen y destruyen de manera arbitraria, y la materia perdida nunca regresa con la misma exactitud. Sin embargo, la naturaleza se mantiene insoluble. Aun cuando pueden percibirse sus cambios —las hojas crecen o se marchitan—, la manera en que experimentamos esa totalidad natural siempre será la misma.
El objeto de percepción se sostiene por sí solo, pero ¿qué del yo-espectador contemporáneo? ¿Cómo atrapar todos los significados sugeridos? ¿Es posible encontrar un todo globalizador que nos explique?
La miniserie culmina de manera insospechada con Ruiz. Es decir, realmente no culmina. A TV Dante fue un proyecto televisivo ambicioso que en su momento no tuvo audiencia. La intención original era que se siguieran adaptando los subsiguientes Cantos, cada vez con directores distintos que le añadirían su propia visión, pero esto nunca se materializó del todo. Sin embargo, precisamente porque se mantiene incompleta, ahora posee un sentido mayor.
De la misma manera que Dante puede explorar el Infierno desde la comodidad de su experiencia interior, sabiendo que podía atravesar la maldad sin quedar atrapado en ella, Greenaway, Phillips y Ruiz logran una evocación múltiple. Ninguno de los tres tenía manera de saber qué pasaría con sus producciones. Como todo constructo televisivo pre-binge watch, el concepto del regreso voluntario les era irremediablemente ambiguo. Pero nosotros no estamos atados a ese contexto originario, lo que nos permite ver y recomponer a nuestra conveniencia.
El espectador que no depende de una transmisión “en vivo”, sino de una intención dada desde el eterno presente de la computadora, se redefine atemporal. Así nos podemos entrelazar con Dante, razón por la cual los círculos de la experiencia infernal/televisiva se nos desenfocan de manera idónea. Parece ser que la meta es caernos entendidos, despejar la mente sin ignorar el sentido puramente experiencial de la osadía.
Tanto y ningún tiempo transcurrido bajo nuestra caducidad/potencialidad metatextual. El espectador hace de sí y para sí, sea cual sea el contexto del objeto que se percibe, desenvolviéndose en una sensación de contemporaneidad diferida.
Lista de imágenes:
1. Toma de la adaptación de A TV Dante de Raoul Ruiz.
2. Toma de la adaptación de A TV Dante de Phillips and Greenaway (1989).
3. Toma de la adaptación de A TV Dante de Raoul Ruiz.
4. Toma de la adaptación de A TV Dante de Phillips and Greenaway (1989).