01. La vista desde Liberty Plaza
Como otras veces y aún con los ojos cerrados, fui despertado por varias conversaciones cercanas. Desde que me había encerrado en el sleeping bag con todo y zapatos, ya no se sentía tanto el frío. En esa ocasión decidí abrir solo mi ojo izquierdo para mirar hacia afuera por un pequeño hoyito que formaba con mis manos en el sleeping. Allí estaba, entre las ramas y los edificios a oscuras de alrededor: la silueta borrosa de un monolito luminoso. Entre el despertar y la conciencia caí en cuenta: estaba acostado en el piso de un parque en el distrito financiero de Nueva York. Era la noche del sábado 17 de septiembre de 2011, día de la convocatoria de Occupy Wall Street.
Foto por Sofía GallisáEl bullicio de cientos de conversaciones de horas antes era ahora un murmullo mezclado con la escasez sonora de la noche: diálogos cercanos, tráfico de camiones, radios de la policía y Ground Zero con su reconstrucción 24/7. Algunos amigos viejos y nuevos habían llegado mas tarde que otros, y entrada la madrugada aún compartían historias, cigarrillos, agua y un poco de Ron del Barrilito (bueno para el frío).
02. Bajo una penumbra
-¿Te despertamos?- preguntaron al notar mis movimientos. -No. Estoy mirando- contesté al ponerme los lentes. Entonces se reveló claramente sobre mí el colosal prisma de acero y concreto de la torre Four World Trade Center. Podía ver dos de sus cuatro fachadas, se alzaban unos cincuenta pisos (o algo así conté con la punta de un meñique) y estaban cubiertas con su piel exterior de vidrio de abajo hacia arriba, en poco más de una tercera parte de su altura. Una extensa plataforma cuadrada le servía de pedestal aún desnudo: monumentales vigas de acero exhibían marcas del proceso constructivo (“unión de trabajadores del acero tal”). Un cyclone fence altísimo rodeaba el perímetro, cubierto con anuncios del nuevo memorial al 9/11.
Todos sus interiores estaban iluminados, haciendo emanar de la estructura esa esperanza colectiva depositada sobre la re-construcción del símbolo derribado: una torre de copas cascadeando champagne. ¿Cuánto me costaría materializar la idea de un edificio así? ¿Cuánto dinero en salarios, seguros, impuestos, intangibles, acero, concreto, cuántos recursos sigue tragando esa inmensa máquina de ciudad, esa épica mole que van construyendo los hombres como hormiguitas? Como nunca volvería a ver aquello de la misma manera, miré bien. Poco después, intentando un análisis sonoro, me volví a dormir bajo la penumbra.
03. La mañana después
Como otras veces y aún habiendo bebido poco líquido la pasada noche, fui despertado esta vez por unas intensas ganas de mear. Ir al baño fue un problema desde la llegada a Zuccotti Park. Manejar una cara de lechuga permitía accesar el baño de una barra cercana, pero ahora, bajo los segundos rayos de la mañana, la historia era diferente.
Foto por Sofía GallisáAlrededor mis amigos empezaban igual el día, pero a su propio ritmo. Mirando el paisaje en dirección a Broadway, la dureza del mobiliario contrastaba con el caos espontáneo de colchones de cartón junto a los colorines de las telas para la intemperie. Sobresalían las mesas donde ya se ubicabanel media center y el área de la comida. Se había vuelto clara la diferencia entre quiénes habían pernoctado en el parque y los pocos madrugadores en el downtown un domingo.
Negocié mis ansias de ir al baño y comer algo caliente esperando por mis amigos y por que algún lugar abriera sus puertas. Los demás estaban en las mismas: algunos agrupaban sus cosas, otros se estiraban, tiraban la basura o charlaban con los extraños con quienes compartieron la noche. Muchos seguían durmiendo. En ésas, seguimos conociendo a manifestantes de todas partes, pero las conversaciones eran menos animadas que en la tarde anterior.
04. La llegada
Llegamos al parque a eso de las 2:00PM del sábado, después de que las barricadas de la policía imposibilitaran el plan original de la convocatoria para ocupar la calle Wall Street. Los organizadores habían distribuido en el lugar de encuentro —Bowling Green— una hojita que mostraba varios puntos de interés cercanos, como entradas al metro, baños y espacios públicos. Eso facilitó el plan alterno, difundido de boca en boca, para que la multitud se dispersara antes de reagruparse en Zuccotti Park en un ahora.
De camino allá era difícil distinguir entre peatones normales y manifestantes (los delataban pancartas, estribillos y algunos atuendos). Ya a las 3:00PM más de la mitad del parque estaba lleno de los manifestantes más variados y pintorescos que había visto en mucho tiempo: anarquistas de botas y banderas, veteranos del movimiento antiglobalización, hippiechones por el libro y todo tipo de joven imaginable—desde estudiantes, hasta profesionales y padres con sus hijos—junto a unos pocos ancianos que simpatizaban con la causa. Muchos cargaban mochilas y estaban listos para acampar, mientras que una mayoría parecían residentes solidarios de la ciudad sin planes de pernoctar allí.
Se regó la noticia de que habría una Asamblea General a las 6:00PM, y de un momento a otro, con una coordinación orgánica impresionante, el bullicio y el revolú sucumbieron gradualmente ante el llamado de los facilitadores de la asamblea. A través de una gran masa de cientos o quizá de miles de personas, y con la precisión de un ballet acuático, se fueron formado múltiples grupos de discusión de quince a veinte personas.
El objetivo de las pequeñas discusiones —además de que las personas se conocieran— era exponer los motivos de cada cuál para estar allí. Con eso en mente, cada grupo delimitaría los puntos que querían llevar a la Asamblea General. A lo largo del proceso nunca se sintió en alguien la necesidad de escucharse a sí mismo. En algún momento que no recuerdo, se abrió la pila de nombres a quienes quisieran tomar un turno para hablar.
05. La tarde
Las discusiones terminaron más o menos una hora y media después. Entonces empezó la espera por la anticipada Asamblea General —para mí el momento más emotivo de la noche. Nos quedamos en el mismo banco donde fue nuestra discusión y a través de las próximas horas nos turnamos las caminatas y el cuido de las cosas del grupo de boricuas que estábamos allí.
Foto por Sofía GallisáEl ambiente oscilaba entre lo carnavalesco y lo eufórico. Aunque fuera dentro de los límites que había acordonado la policía, sentía la misma noción de entendimiento colectivo y jubiloso que reinaba dentro de la UPR de Río Piedras durante la llamada “Huelga Creativa”, la misma con cuya migaja nos conformamos en algún concierto épico, o en una de esas fiestas donde pasan cosas memorables.
La tarde había visto la llegada de pocos medios de comunicación. Uno de varios carritos de halalalrededor del parque nos mantuvo alimentados mientras nos manteníamos animados cantando Vico-C, El General y otros oldies ante el asombro de los angloparlantes. Si bien un par de miles de personas parecía poquísimo para una ciudad de 8 millones, todos sonreíamos como niño que acaba de gozarse una travesura —sabíamos que lo que sea que estaba pasando sería importante— al menos para nosotros. Desde la agobiante incertidumbre de todos los días, nos habíamos iniciado en las infinitas posibilidades de un cambio verdadero.
06. La Asamblea General
Cayó la noche entre tambores, bailes, diálogos y monólogos, y con ella llegó la conmoción del llamado a la asamblea. Tuvimos la suerte de sentarnos en el banco donde estaban los facilitadores que correrían la misma. Se intentó sin éxito hablar con dos megáfonos, uno hacia cada dirección y de un momento a otro surgió la idea del peoples’ microphone, que se convertiría en el método de amplificación predilecto por los manifestantes. A través de este, las personas repiten lo que va diciendo quien tiene la palabra, cosa que podría parecer irritante, pero fuerza a todos a escuchar lo que se dice y a repetir las palabras del otro.
En la discusión de la tarde habíamos planteado el punto de la logística de la ocupación, que fue eficientemente llevado a la asamblea. Inmediatamente se crearon los comités de asistencia legal, médica, medios, alimentos y desperdicios, y distintas personas se ofrecieron de coordinadores voluntarios.
Luego se decidió unánimemente que se ocuparía un espacio (¡para eso estábamos allí!). Pero la discusión más intensa fue sobre dónde habríamos de pernoctar: intentar el harakiri de traspasar el cerco policial de la calle Wall Street, ocupar Battery Park o sencillamente quedarnos en el parque. Tras argumentos caldeados y gran tensión, se decidió lo último: esperar a que la ocupación creciera antes de hacer cualquier otro tipo de manifestación. No tenía sentido separar tan temprano una multitud que apenas comenzaba a crearse.
Foto por Sofía GallisáAl final se presentaron los coordinadores de los comités y entre uno que otro turno de agradecimiento y admiración, se dio por terminada la asamblea. Nunca hubo ni protagonismos, ni la suspicacia de que los hubiera. Saber algún nombre era mera cuestión funcional, si es que tenía importancia alguna. Quienes pensaban quedarse fueron buscando su rinconcito, quienes no, se fueron yendo para sus casas. Como se desvanecen las gotas sobre un charco al terminar un aguacero, se fue silenciando la noche.
07. El regreso por donde llegamos
Como otras veces y aún con los mismos deseos e incomodidades, fui alertado por un amigo de que no era el único en sentirme así. -Me estoy cagando y el Burger King ya abrió. Voy a ver queslacs’– sentenció, mientras me hacía evaluar nuevamente la negociación con mis tripas. -Dale, ve. Cuando vuelvas buscamos café y algo de comer – contesté.
Foto por Sofía GallisáNuestra querida amiga se dio otra vuelta para tomar vídeo de cuanto ocurría: un círculo de yoga, una caminata ciega y la nueva repartición de alimentos, agua...en fin, cosas que ayudaban a la espera y a la hermandad. El comité de basura ya había recogido el parque y los empleados de limpieza de la ciudad vaciaban los botes de basura.
Al rato mi amigo regresó. –Imposible la fila. Quiero un Egg McMuffin– informó. –En serio? – Sí, quiero manejar mi pulsión de muerte con uno. – Te va a caer mal – le dije intentando que desistiera. Decidimos caminar por Broadway y bajar otra vez por Bowling Green para chequear nuestras bicicletas, que estaban amarradas de un andamio en el antiguo edificio de aduana. Todo seguía cerrado, pero había muchos más turistas madrugadores buscando su foto con el Toro de Wall Street (rodeado de vallas y policías). Llegamos a Battery Park y comprobamos la buena decisión de habernos quedado en Zuccotti: sobraba el viento y faltaba el simbolismo, además era demasiado grande.
Foto por Sofía GallisáLe dimos la vuelta al Castillo Clinton hasta toparnos con el terminal del ferry de Staten Island. Una oleada de trabajadores llegaba a Manhattan y nos mezclamos entre los caminantes para ir a dar con un McDonald’s. Entramos para hallar media felicidad (su McMuffin y mi baño), pero mi amigo se negó a cagar allí. De regreso encontramos abierto un bistro más decente y llevamos comida caliente a los demás. La mañana calentó y antes de la nueva asamblea, sucumbimos al cansancio, el dolor en los pies y a la necesidad que teníamos de pedalear de regreso a Brooklyn. Mis amigos volverían prácticamente todos los días. Yo tuve que seguir mi viaje.
Notas:
*Todas las fotos, aún las no identificadas, fueron tomadas por Sofía Gallisá.