Practicando el 'juego de abalorios', según Herman Hesse

Primeras páginas de El juego de los abalorios, de Hermann Hesse.

Nadie está seguro en qué consiste exactamente este juego, central en la novela de Hermann Hesse, “El juego de abalorios”. El autor da algunas pistas, pero deja al lector que las siga por su propia cuenta. No se trata propiamente de un rosario de ideas, imágenes o recuerdos añadidos unos a otros a lo largo de un hilo formando una especie de collar de cuentas de vidrio. Se trata más bien de un mantra formado de palabras o cifras cuyo significado se remonta hasta el infinito. Sobre qué puede esperarse de tales sucesiones va más allá de meras listas para usos prácticos o de inspiración metafísica.

Para jugar este juego dejamos las simples comparaciones o símiles. Las cosas que se parecen entre sí no son más que eso: parecidas. Tampoco interesan los contactos metonímicos, porque entonces los elementos del juego están a la vista debido a su contigüidad; por ejemplo, resulta evidente que el elemento integrador de ‘cama – ropero – velador – ventana – cortinas’ es ‘cuarto’; no hay, pues, misterio alguno. Porque de eso se trata: hilar sendas de misterio entre las cosas. Yo puedo desafiar a un contrincante con las palabras: ‘genial – cuerda – azul – canas – rejas – espejuelos’, pero sería injusto porque se refieren a un momento incompartible de mi propia experiencia. 

 Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.

La sinécdoque es aún más desagraciada: ‘mano – pie – cabeza – cuello – rodilla’ no constituyen más que una sosa enumeración. Los acrósticos son un juego de niños, porque si yo enumero, por ejemplo, ciudades, la clave que las une sería rápidamente descubierta: ‘Jerusalén – Manatí – Trípoli – Parma – Barcelona’. Si yuxtaponemos la primera letra de la primera ciudad, a la segunda de la segunda, y la tercera de la tercera y así sucesivamente llegaríamos fácilmente a descubrir que lo que las relaciona es simplemente mi nombre de pila, cosa que, desde luego, no guarda ninguna apertura hacia lo infinito y resulta no más que un apodo oficial que otros me han puesto para identificarme, o sea, un callejón sin salida.

Podemos intentar analogías, aunque de seguro vamos a llegar al mismo resultado. El lingüista francés Bernard Pottier aseguró en una de sus conferencias que había símiles imposibles, y nos desafió a comparar “calvo” con “sótano”. Sin embargo, si apelamos a equivalencias analógicas podemos establecer una imagen con sentido: “es mejor ser calvo como sótano que peludo con techo de paja”. A mi entender, el sentido está claro, pero no es más que un juego ingenioso. 

 Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.

Cuando a Neruda le preguntaron que quería decir en “Walking Around” “dar muerte a una monja con un golpe de oreja”, respondió amablemente: “quiere decir dar muerte a una monja con un golpe de oreja”. La crítica lo ha interpretado de varias maneras: como la simple ocurrencia absurda de alguien caminando por las calles ‘cansado de ser hombre’; lo otro, de por sí rastrero, es pensar que la monja significa lo espiritual y la oreja lo físico, lo que quizás explicaría por qué un golpe de oreja daría muerte a una monja. En todo caso, este poema puede hacer las delicias de un lector analítico. De hecho le ha servido a Amado Alonso de ejemplo para el estudio de las enumeraciones caóticas, la ruptura del sistema y el “stream of consciousness” pese a que no hay más caos que lo que se observa normalmente en las calles al caminar, los contrastes obvios que a veces hacen sonreír y a un flujo de conciencia que es más bien el flujo de la percepción o, cuando más, del recuerdo.

Tampoco vale recurrir a vínculos inconscientes como la sinestesia que, no perteneciendo a nuestro inconsciente colectivo sino al personal, su comprensión quedaría para siempre reservada al propio autor o a su psicoanalista. Yo prefiero aferrarme a mi derecho de receptor e imaginarme acercándome por detrás a una monja y darle un papirotazo en el lóbulo de una oreja y hacerla caer muerta del susto. Sin embargo, este poema como muchos de Neruda se presta como una muy buena introducción a un legítimo juego de abalorios, no tan diferentes a los que se aluden en la novela de Hesse. La labor de los críticos y lingüistas resulta así tristísima porque no va más allá de asociaciones hermenéuticas que son inevitablemente inferiores al vuelo místico que tiene el simple placer de la lectura y relectura de los poemas mismos. Y eso es lo que busca el juego de abalorios: acercarse paso a paso a lo sublime.

Los poetas dadaístas iniciaron un experimento interesante que fracasó porque los poemas, de una manera u otra, se entendían. Más éxito han tenido poetas nuestros como José Lezama Lima u Oliverio Girondo, especialmente este último En la másmédula. Lo maravilloso de Lezama es que uno puede hacer prácticamente lo que quiere con sus mejores poemas, y el juego de abalorios puede extenderse hasta lo infinito, aunque como diría un teólogo se quede corto de lo eterno. Aunque mucho de la cualidad de los textos de Girondo proviene de la aliteración y el placer de la sonoridad de las palabras, hay sentidos que obligan a considerarlo seriamente para el juego. Por ejemplo, el título refiere a un uso campesino de la pampa argentina: “la más noche”, para indicar que alguien se ha adentrado aún más en la noche. Entonces, “la másmédula” pierde su faz enigmática y abre las puertas a un delicioso juego de la imaginación como en el siguiente verso que parece describir en su esencia aquello en que consiste el juego: “el verdever / el todo ver quizás en libre aleo el ser”.

 Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.

Imagínense un juego de abalorios que empiece con las palabras ‘alondra – cáliz – lámpara – catorce – rubia – secuela’. Podemos empezar uniendo alondra con rubia y ya tenemos algo que imaginar; lámpara con cáliz es hermoso si pensamos en la luz que hace la lámpara un verdadero cáliz. Pero es sólo un comienzo y el juego puede durar días y semanas.

Otro más complicado, digno de unos de esos festivales anuales de juegos de abalorios que se citan en la novela: ‘calvario – rosa – cadáver – Roma – cerebro – hoja – sonido – verde’. Lo que hace este juego aún más enriquecedor es que las palabras no solo tienen acepciones diferentes (hoja puede ser de un libro o un árbol), sino connotaciones diversas según los contextos que se vayan explorando (un calvario puede ser una tragedia como la de Cristo, por ejemplo, o una espera de horas en alguna agencia de gobierno). Si vamos a las virtualidades posibles de las palabras, tenemos un juego interminable que puede que jamás se acerque a lo sublime aunque, por otro lado, abre infinitos caminos.

 Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.

Indudablemente que las matemáticas, sobre todo el álgebra y la geometría, dan acceso a juegos elevados a sus últimas potencias, sobre todo si consideramos que el universo sólo se puede entender cuando los cálculos se hacen elevando los factores a la undécima dimensión. Me imagino que la cábala intentó algo de esto y que las mandalas son su visualización. En este punto es que nos explicamos por qué en la novela hay seminarios muy exclusivos donde se enseña y practica el juego de abalorios, y por qué Hermann Hesse nos deja a nosotros los mortales, sobre todo los que no somos expertos en matemática avanzada, sólo a las puertas de esta sabiduría.

Lista de imágenes:

1. Primeras páginas de El juego de los abalorios, de Hermann Hesse.
2. Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.
3. Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.
4. Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.
5. Nathan Carter, de la serie "Radar Reflectors", 2009.

 

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