Una posible lectura de Libro del sigiloso, de Juan Carlos Quintero Herencia, (Terranova Editores, San Juan, Puerto Rico, 2012), sería pensarlo como una suerte de bitácora que traza la búsqueda de un lenguaje para nombrar el desplazamiento en sus diversas manifestaciones. En el adjetivo “sigiloso” del título se puede comenzar a trazar esta poética del lenguaje del desplazamiento que emprende el sujeto poético del libro.
El ser “sigiloso” implica, por definición, ejercer cautela y ser capaz de ejecutar una serie de movimientos calculados para desaparecer de súbito. El sigiloso ensaya en este singular libro el lenguaje y la simbología del escape, de hurtarle el cuerpo al peligro. Es decir, se trata de salvar escollos y amenazas para llegar a un espacio, no necesariamente geográfico específico o abstracto, donde ponerse a salvo; siempre y cuando “a salvo” no implique una supuesta “salvación” dada por la pureza o el arrepentimiento.
El ejercicio del sigilo no es, entonces, el miedo sino inteligencia. Por eso, como dije antes, el sigiloso en este poemario es tanto un adjetivo (la estrategia de ser esquivo), como sustantivo (el estratega-aliado) que ayuda a la fuga del primero. Como sustantivo o presencia, el sigiloso es una especie de lazarillo o presencia mágica que guía las intuiciones de quien se desplaza sorteando peligros. Esta presencia sigilosa asume muchas formas o provee diversos lenguajes-herramientas para la escapada. Así lo afirma el excelente poema “El sigiloso”: “el sigiloso me cubre con su manto/le debo el lenguaje”.
En el segundo poema del libro, el sigiloso, en tanto presencia propiciadora o dadora de lenguajes o intuiciones/mapas/rutas de escape adquiere la forma de un visitante que posee al hablante enrareciéndole su percepción de lo real e invitándolo a ver de otra manera lo circundante. En otro poema el sigiloso-estratega es una forma esporádica del lenguaje concebido como espora coralina e intermitencia/fugacidad al mismo tiempo.
En el poema titulado “El sigiloso según mi madrina: registro” asume la forma del registro santero. Ese llamado “registro” propone aquí otro modo de desplazamiento o una ruta/lenguaje alterno oculto para el sigiloso. El registro santero, como clave alterna de interpretación de la posible identidad mutante del sigiloso, se vuelve peligroso para la conservadora ideología judeo-cristiana que domina su entorno cultural. El sigiloso-estratega es, más que nada, una presencia que convoca la intermitencia y lo aleatorio; no es nunca por ello el propiciador de un sentido discursivo único o unidireccional.
¿Pero de qué se cuida, se muestra sigiloso ese el hablante en búsqueda del lenguaje del desplazamiento y la fuga que le permitan sobrevivir? En su desplazarse el sigiloso, cambiando siempre de apariencia, rumbo y lenguajes, encuentra y procesa múltiples escenarios o experiencias. Entre ellas pueden contarse la experiencia amorosa (ya sea como pérdida, traición o cueva de la alegría), la posibilidad de una existencia alejada del púlpito de los héroes, la envidia, el placer del cuerpo, la música o la vivencia de la santería.
Como el mangle del litoral y ese cangrejo que, no por accidente, se asoma en la portada y contraportada del poemario, el sujeto del deslizamiento engulle, traga veneno y toxinas pero no muere. Por el contrario, su labor es de escupir lo tóxico y purificar (hacer gozo, no religión) lo que lo contamina.
El itinerario del desplazamiento del sujeto poético sigiloso también emerge en el epígrafe que abre el poemario. También se lo encuentra figurado en las notas al pie de cada poema que proveen la fecha y el lugar de su composición entre Puerto Rico y distintas ciudades de los Estados Unidos como Silver Spring, Providence y otras. Al así constarlo, la poética del desplazamiento del sigiloso se propone más que como una pregunta-problema sobre la pertenencia y o el lugar de origen fijos, como una intermitencia del viajar.
El Caribe y sus criaturas (la mayoría asociadas al litoral o el mar) son una presencia constante en el libro, pero también las grandes ciudades donde el hablante dice: “Voy a las grandes ciudades a recordar lo que fue desplazarme…” (50). El mar caribeño y sus criaturas, lejos de invocar el encierro insular tradicional, se simboliza ahora como posibilidad del viaje escapatorio del sigiloso. El mar, visto como la posibilidad del hurtarle el cuerpo al lugar-cueva-isla, es el horizonte de la errancia. La lejanía en este libro es una representación refrescante del deseo, no un lugar o geografías específicos al que aferrarse. Por eso en el poema “Distancia del coral ”se nos dice que:
“La lejanía no es con exactitud una cuestión de lugares,
con exactitud nada tiene que verse en la lejanía,
la lejanía no es un problema para los instrumentos del medición,
la lejanía es una criatura de lo dilatante…”
Cuando el lector llega al final del poemario se da cuenta que el sigiloso (hablante/cangrejo/uno ya con la presencia lazarilla) han completado exitosamente la fuga y desplazamiento al transformarse en camaleón capaz de cambiar de apariencia, de ocultarse a plena vista. El camaleón--ese nómada--, es ahora una presencia con capacidad de borrarse y camuflarse a su antojo porque ha completado su deslizamiento sobre la arena movediza del lenguaje y la experiencia del estar vivo como esa “buruquenita sabia entre los tractores” (p.16).
Lista de imàgenes:
1. The casting of the spell, Wilfredo Lam, 1947.
2. Zambezia, Zambezia, Wilfredo Lam, 1950.
3. The Oracle of the Green Bird, Wilfredo Lam, 1947.
4. The Witness, Wilfredo Lam, 1968.
5. Lisa Mona, Wilfredo Lam, 1950.
6. The Jungle, Wilfredo Lam, 1942-44.