Vida de teatrera

Suena el despertador. 6:30 am. Anoche hubo ensayo hasta tarde, y todavía no me sé bien las líneas. No he tenido mucho tiempo de memorizar. Me levanto y voy al cuarto de mis hijas. Están dormidas, les abro las cortinas y comienzo la rutina mañanera de quejidos y gruñidos. Salimos por la puerta, con la ayuda de papá, desayunadas y perfumadas. Niñas dejadas en escuela. Queda lejos pero es la que nos gusta por la filosofía de cada cual a su ritmo.

Salgo corriendo para llegar a tiempo a la clase de teatro que imparto en la UPR Carolina. Hoy discutimos a Platón y de cómo él piensa que los artistas corrompen a la sociedad y de cómo todavía hay gente que quisiera prohibir a los “imitadores” de las pasiones, los deseos, y la violencia en escena. Para Platón los artistas somos de segunda, y tanta emoción junta no puede ser buena para el buen juicio. Conozco gente muy Platónica, pero me concentro en probar que están equivocados. Ese es mi trabajo, el teatro, el performance, o como quieran llamarle. A veces canto, a veces actúo, a veces lo enseño. Los teatreros hacemos de todo. Me gusta pensar que el teatro que yo hago hace algo en la gente. Los mueve quizás, al menos. Ojalá.

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Tengo función. Pasamos líneas en el camerino y estamos todos maquilladitos y vestiditos. Dan la llamada y nos toca salir a escena. Los nervios se sienten. Los actores, el director/escritor, todo el crew ha estado correteando desde hace horas, días, para que la cosa se dé. Han sido muchos los ensayos, o quizás muy pocos, pero ya no hay vuelta atrás. Tras-bastidores todos están atentos, enfocados. Se han dado los abrazos pertinentes, los besos, y las “muchas mierdas”. Sube la adrenalina y salimos al público. Es una posición tan poderosa y vulnerable a la vez. Lo dijo Jo Bonney en la introducción a su libro, Extreme Exposure, un libro lleno de actos famosos de sólo performances. Una se para en tarima a merced de que te miren y te juzguen, pero también para que te escuchen (xiii). ¡Qué lujo! O te odian, o te aman, quizá las dos. Pero ese es el gran momento para hacer, decir, actuar. Presentar la vida imaginada de otra manera.

Yo prefiero trabajar piezas locales. No por que no crea que Shakespeare es bueno. Lo es, con todo y finales deus ex machina. En cambio, hacer teatro escrito aquí me hace sentir que de alguna manera estoy moviendo la creación local. Es posible que conozca a algunos, o a muchos en el público. A veces es mejor que nadie te conozca y que tengan pocas expectativas, por si acaso metes la pata, no se den cuenta. En ese momento frente al público, sientes como si te metieran un shot de algún 'Ciclón' por el cuerpo y corre el tiempo tan rápido... o tan eterno, depende del success de la escena. Un momento efímero, pero delicioso.

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Peggy Phelan, una performera y académica queer, muy conocida en sus círculos, dijo una vez que el teatro (el performance) sucede en el momento para inmediatamente desvanecer. Sólo se queda la memoria de lo ocurrido. Esa es la esencia del teatro, su desaparición (149). Phelan cambió de pensar luego de contemplar las evoluciones mediáticas y las posibilidades de captar ese momento en cámara. Yo siento que comoquiera es efímero. Aunque lo grabes, aunque lo 'postees'. El teatro toma una vida ya diferente a través de esa mediación. Existe, sí, pero de otra manera. Ya nunca más será lo que en ese momento se vivió en carne y hueso. Nunca más se repite de la misma manera, ni aún en la memoria.

Corre la escena. Sientes las reacciones del público. Se rieron del punchline. Reaccionaron a la entrada, o a la salida. ¡Funcionó! Qué alivio. Aplauden. Qué bien se siente. Me acuerda lo mucho que me gusta hacer esto. Por eso he seguido tan testarudamente en esta carrera de pobres, hasta las últimas consecuencias. Es difícil y sacrificada. Hay que amarla para hacerla. Son my pocos los que ganan un sueldo decente del teatro nada más. Es parecida a la del maestro. Eso lo hago también. Se parece mucho a lo que hago en el escenario; el rush de adrenalina y la conexión con mis estudiantes. Les enseño del teatro, de cómo apreciarlo, de cómo verlo, y de cómo hacerlo. Ellos me enseñan a mí de cómo cambia todo. Los públicos no son los mismos de hace 20 o 30 años. Las obras, las puestas, no pueden pretenderlo tampoco. La información está ya mucho más accesible que nunca antes. ¡Y qué bueno! El teatro tiene que responder a eso. Pienso que mucho del teatro del que participo está consciente de eso.

Hay ensayo. Ya resolví el babysitting. Papá, que también es teatrero, se queda bregando en casa con asignaciones, baños y cenas, mientras corro minutos tarde al ensayo. Llego. Si es una de esas piezas en las que hay calentamiento, es un lujo. Porque si no, la carga de mantenerme flexible, relajada y preparada, caería toda en mí. La pieza de Eduardo Alegría, Esquina Periferia, fue así. Eso fue una escuela a la vez que un ensayo.

 

Algunos trabajos ya están pensados, planificados y bloqueados antes que una llegue. Por suerte, no he hecho muchos de esos. Y digo por suerte, por que a mí me gusta sentir que compongo algo en la pieza. Usualmente soy la actriz, o la cantante. Pero cuando hay espacio suficiente para crear, me trato de botar. Creo que soy actriz porque también me gusta recibir dirección, no por sumisa, sino por que se me da bien eso de darle vida a lo antes pensado o escrito. Me lo disfruto.

Aquí en Puerto Rico si una obra corre más de un fin de semana se considera exitosa. Soy parte de un grupo de teatro con temporadas regulares de presentaciones, Teatro Breve. El título del grupo tiene que ver más con el material que se presenta que con el rendimiento de sus temporadas. Hace unos años que se presentan en El Josco. Ese espacio, que antes se llamaba Mi Teatro, llegó a ser el local de una antigua iglesia a la que pertenecí cuando niña. Recuerdo haber corrido por los pasillos, treparme en la tarima y cantar coritos en unas butacas que ya no están ahí. Teatro Breve lleva seis años haciendo teatro consistentemente. Eso aquí es muy grande. Me da orgullo. Es lo más parecido a ese sueño que tuve en la universidad de vivir del teatro, mientras estudiaba a grupos como El Berlinier Ensemble, los viajes de Peter Brook a África, o el laboratorio de teatro de Grotowski. Aquí no hay teatros nacionales ni subsidiados. Si logras conseguir dinero del ICP (Instituto de Cultura) se considera un milagro, o una pala.

mujer

Veo teatro. Salgo de una función de Y no había luz en el teatro de la UPR. Fue emocionante estar en ese espacio en el que tomé mi primera clase de actuación poco antes que lo cerraran por lo que fueron demasiados años de restauración. Los títeres, los cortos de cine, y las imágenes, llenaron el espacio de nostalgia, risas, y sueños. Mis hijas salieron fascinadas. Me encuentro con dos de mis estudiantes en la muchedumbre saliendo del teatro. Las saludo. Me preguntan, “Profesora, ¿en la reseña, tengo que hablar de todo lo que vi en escena, o sólo algunas partes?” “Oigan gracias por venir. ¿Qué les pareció?”, les pregunto. “Súper. Muy bonito, pero no entendimos”, contestan. No tienen mucho con qué compararlo. La única obra de teatro que han visto fue El principito en la high. “Este teatro no es para todo el mundo”, me atrevo a pensar en silencio, pero rápido rechazo la idea. El teatro es para todos.

grupo de gente

La próxima noche tengo ensayo. Nuevamente dejo a las niñas con su padre teatrero. Así nos conocimos, en una obra. Yo era la actriz y él el escritor. Mi hija mayor se llama como el personaje que hice en esa obra, Elena en La Estación Eléctrica. Quisiera que los ensayos fueran de día para no dejarlas tanto. Ellas me preguntan que qué hago en mi trabajo. Yo les digo que soy actriz y también maestra. Salgo en el teatro y enseño sobre el teatro. En este ensayo soy la directora. Dirijo el Círculo Teatral de la universidad. Los estudiantes quieren montar algo para la semana de la raza. Me dicen que quisieran presentar alguna escena de los taínos, el poema "Majestad Negra", y un libreto que escribieron de los españoles. Les mando a hacer entrevistas a gente común sobre la definición de raza. Un trabajo etnográfico, empezamos por ahí. La escena de los taínos no va.

Hago anuncios. Al otro día voy a un casting. Alguna agencia va a hacer un anuncio para una farmacia famosa. Piden una madre joven, que tenga experiencia actuando. Hay que pasarse el blower. Nadie te lo dice, pero se sabe. Los pelos rizos y alborotados no juegan bien en los ojos de los ejecutivos de cuenta. Llego al casting y hay muchas muchachas que podrían ser modelos de menos de 20 años. Me dan ganas de irme. Veo a algún colega actor en la sala de espera. Qué alivio. Pasaron casi dos horas y en el casting sólo tomaron fotos y video. No tuve que hablar, sólo dije mi nombre. No me gustan estas cosas, pero cuando consigues un guiso, pagan bien. Y si sales en uno en el que puedas desplegar tus dotes de profesión, te puede hasta ayudar a conseguir más guisos. Gajes del oficio. Hay muchos teatreros trabajando en publicidad. Hay que hacer de todo.

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En mi casa me esperan mis hijas. Me piden que les pinte las caras de payaso. Ahí practico lo que aprendí en la clase de maquillaje de Rosa Luisa en la iupi. No sé si quiero que sean artistas. Cuesta mucho y paga poco. Pero, ¿cómo se lo diría? ¿Qué otra cosa les puedo enseñar? Si ellas quisieran ser artistas, ¿cómo les podría disuadir de una profesión de la que me ha costado mucho vivir, pero que me apasiona tanto? A mí me lo prohibieron. Cuando me graduaba de la high, mi familia Platónica me prohibió que estudiara teatro.

Arropo a mis hijas. 9:00 pm. Debo descansar. Mañana doy clase por la mañana, ensayo, casting en la tarde, y función en la noche. Doy gracias.

Lista de referencias:

Bonney, Jo. Extreme Exposure: An Anthology of Solo Performance Texts From the Twentieth Century. U.S.: TCG, 2000.

Phelan, Peggy. Unmarked: The Politics of Performance. London: Routledge, 1993. 

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