Tres mini-crónicas sobre arte y literatura, y un dibujo malo

cartel

Crónica de anoche conocí a una de mis artistas favoritas en Claridad

- Hola. Nos conocemos en Facebook.

- Hola. Sí.

- ¿Cuánto vale el cártel muy lindo con los simbolitos?

-Diez.

[Guau. Ella quiere que todo el mundo pueda tener su arte, porque si yo hubiera hecho un cártel tan lindo con simbolitos, cobraría una cifra que ni nuestro gobierno estaría dispuesto a pagar. Nuestro gobierno está dispuesto a pagar cualquier cifra. ¿Cuántos carteles con simbolitos podría comprar el gobiernos si le pichara a la deuda? Guau.]

- Oye, ¿y ese dibujo de Oscar?

- Diez.

- Súper.

[¡Un mejor mundo es posible!]

Crónica de mis lecturas

Estoy leyendo el Antidiario de Prisión de Elizam Escobar y un librito de la sabiduría de Charlie Brown por Charles M. Schulz. Ambos tratan en gran medida sobre la soledad. Pauso para echarle un ojo a una nota periodística sobre los diarios de Phillip Seymour Hoffman encontrados en su apartamento. Fuentes anónimas aseguran que en ellos escribió sobre los demonios de la drogadicción. No jodas.

En el 1988, Elizam escribía sobre los demonios del encarcelamiento. Lo asombroso es que escribió sobre otras cosas. Sobre la dificultad de pensar, por ejemplo. En su diario, transcribe poemas de Baudelaire además. Anota cuánto corrió, por cuánto tiempo le dio al saco. Cuenta cuando los guardias correccionales cuentan a los reos en su pasillo. Cuenta que cuando la cuenta no da a cien, tienen que contar de nuevo. Cuenta que tiene tos, que ha estado pintando. Que le enviaron dinero. Que le cuesta pensar.

“How can we lose when we’re so sincere?” pregunta Charlie Brown luego de una monumental derrota en el terreno de juego. Cuenta Elizam:

“Es raro que el pensamiento juegue consigo mismo. Es tierno ver a un niño jugar solo. Es triste ver a un viejo hacer lo mismo. Cosas de la edad. Cosas de la tristeza y el dolor del ser. Pero cuando el niño y el viejo se juntan y pueden jugar surge la magia. No hay magia en el aislamiento.”

Hay agotamiento en el aislamiento. Hay una admisión de falsa sinceridad en ambos términos: miento. Aun así Elizam se atreve a afirmar: “mi pensar no me engaña.” ¿Y qué de su penar? “It’s hard on a face when it gets laughed in.” No me jodas, Charlie Brown.

“Hay torpeza en la escritura.” De acuerdo, pero lo que intereso saber es si hay algo más allá de su corteza. ¿Otras capas? Cuéntame, Elizama, cuántos barrotes en tu celda.

Crónica de no soy el único

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Soy freak de las edades de muerto de mis héroes. A manera de ejemplo, cumplo 36 el año próximo —la edad que tenían Alejandra Pizarnik y Bob Marley cuando murieron. Mis 40 serán de Frank O’Hara. Los 46 de David Foster Wallace, Héctor Lavoe y ahora, Phillip Seymour Hoffman. Maelo murió con 55. Cuando mataron a Tupac Shakur, a sus 25 años, el reconocido productor, músico y compositor Quincy Jones dijo:

“The tragedy of Tupac is that his untimely passing is representative of too many young black men in this country....If we had lost Oprah Winfrey at 25, we would have lost a relatively unknown, local market TV anchorwoman. If we had lost Malcolm X at 25, we would have lost a hustler named Detroit Red. And if I had left the world at 25, we would have lost a big-band trumpet player and aspiring composer—just a sliver of my eventual life potential.”

Con dos años más, Tupac hubiera muerto demasiado temprano junto a Jimi, Janis y compañía. Ante la muerte de Hoffman —quien tuvo dos décadas más de vida que Tupac, una más que Pizarnik y Marley, y seis años más que O'Hara— siento que veinte años hacen que uno haga las paces con vivir en tanto y en cuanto uno, con el tiempo, aprende a reconocer que ello te ha hecho posible conocer las obras, los proyectos y haceres de gente talentosa y bella. Pero entonces la muy sucia te los quita y uno comienza a desear no haber llegado a la edad de Jimi, de Janis y compañía. De momento, llegar a tener la edad de Maelo se torna en algo de muy mal gusto. Descabellado.

A mí me gustaba cuando Hoffman se rascaba la cabeza y cuando sus personajes pasaban trabajo para decir algo que supone ser muy sencillo de articular pero que a la mayoría nos cuesta hacerlo. De eso consiste el arte, supongo —de diminutos actos de solidaridad, seguidos de algo maravilloso. La vida es el opuesto al arte. Consiste en diminutas pérdidas, seguidas de una más grande.

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